Érika Halliday, la arquitecta riogalleguense del sonido rave
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- 21 mar
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Era una noche de febrero de 2023 en Río Gallegos, con un frío no tan heavy y la luna cuarto creciente incrustada como una tiara en el pelo renegrido de la noche (Bué... Me zarpé en la metáfora , pero sigo adelante).

Mis líneas apuntaban a terminar diciendo que mientras muchos eligen este mes para escapar a otros destinos, yo amante de las bajas temperaturas, me mantengo fiel a mi ciudad. No hay otro lugar en el mundo donde quiera estar, y gracias a eso, descubrí a Erika Halliday en plenas vacaciones.
Pueblo Chico, el siempre innovador pub sobre Parque Industrial al 600, vibraba con una energía particular esa noche. El Acid Rave había reunido a un público modesto pero ansioso por sumergirse en el ritmo hipnótico de la música electrónica. En el line-up, Halliday compartía escena con KSSLR y Lorenzo, pero fue ella quien capturó mi atención por completo.
Desde el primer beat, quedó claro que su set no era solo una secuencia de canciones, sino una construcción sensorial meticulosa. Como melómano, entiendo que la música no se limita a una burda yuxtaposición de sonidos: es en todo caso una manifestación de patrones invisibles, una espiral que se despliega desde el centro del espíritu hacia el infinito. En el recinto, la gente no solo bailaba, sino que parecía formar parte de un mismo campo de energía, guiado por las frecuencias que Halliday desplegaba.
Mirándola programar su embrujo detrás de los comandos, tenía yo la certeza de estar ante alguien que sabe que no se trata solo de elegir buenos temas y mezclarlos, sino de crear una estructura donde cada track introduce un elemento nuevo, construye una tensión y luego la libera en el momento exacto. Un DJ debe comprender cómo mantener la emoción del público en un punto alto sin saturarlo, cómo generar expectativa con un bajo sutil, cómo jugar con los silencios y las transiciones para que cada cambio sea un golpe de electricidad en la pista. Halliday maneja esto con una maestría impecable. Su set no era solo música; era una historia contada con ondas sonoras, un flujo magnético que atrapaba los sentidos.
"Esta pendeja soberbia está construyendo ante mí una catedral gótica de sonidos", recuerdo que pensé con piel de gallina.
Y cuando terminó su presentación, me quedé muy manija. Sentí la necesidad de seguir explorando su universo sonoro. Para mi fortuna, en SoundCloud encontré más tarde mezclas que reflejaban la misma inteligencia musical que había percibido en vivo. Sus selecciones no eran arbitrarias: cada track encajaba en una narrativa donde el ritmo y la atmósfera evolucionaban de manera orgánica. Era un viaje introspectivo donde los patrones rítmicos se repetían como secuencias fractales, reflejando la estructura misma del cosmos: un movimiento perpetuo que entra por la coronilla y se expande más allá del cuerpo.
En Spotify, su sencillo Waiting 4 Nothing capturaba esa misma esencia. Un tema que no solo hacía bailar, sino que creaba un espacio mental donde cada sonido parecía tener un propósito definido. Explorando más su discografía, encontré una producción que se sentía viva, en constante transformación. La forma en que el bajo resonaba, cómo los sintetizadores flotaban en el espacio, la manera en que las percusiones aparecían y desaparecían, todo respondía a un principio oculto que evocaba el movimiento de las estrellas, la estructura del ADN, la vibración esencial de la existencia.
Esa noche de febrero en Río Gallegos, mientras otros buscaban climas más cálidos o escapaban a lugares lejanos, yo descubrí algo más valioso: un sonido que conectaba con lo más profundo del ser. Entre luces bajas y tragos servidos, sentí que la música de Halliday no era solo una experiencia sensorial, sino la confirmación de que todo, absolutamente todo, es vibración. Que el corazón, con su latido incesante, crea su propio campo electromagnético y que, si pudiéramos vernos desde arriba, descubriríamos que no somos más que un loto pulsante, un patrón que se repite en cada acorde, en cada onda de sonido, en cada respiro del universo.
Por @_fernandocabrera
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