La otra tarde en el Café 1885, un lugar que destila historia para los riogalleguenses. Mientras me acomodaba en una mesa apartada, no pude evitar notar la cantidad de parejas jóvenes que llenaban el lugar, cada una absorta en su propio mundo. Algunas conversaban animadamente, otras compartían un silencio cómplice, pero había algo que todas tenían en común: la presencia omnipresente de sus teléfonos móviles.
Entonces, reflexioné sobre cómo la tecnología ha cambiado la forma en que interactuamos. En mi perfil de Instagram, por ejemplo, lo que se destaca no es una foto mía ni una descripción de quién soy, sino el número de seguidores que tengo. Ese número parece tener más peso que mi propia identidad. Y me pregunté, ¿es eso lo que realmente importa? ¿Cuántos seguidores tengo?
Así recordé algo que había leído sobre la Universidad de Stanford, reconocida por su excelencia científica, y su Laboratorio de Tecnología Persuasiva. Su objetivo es claro: desarrollar tecnologías que influyan en lo que pensamos y hacemos. Y así, mientras observaba a las personas a mi alrededor, completamente cautivadas por sus pantallas, entendí que todo esto no era casualidad. Había gente detrás de esas tecnologías, diseñándolas para que no pudiéramos dejar de usarlas.
Incluso el fundador de Netflix admitió en una entrevista que su verdadero competidor no era Amazon ni HBO, sino las horas de ocio y descanso. El sueño, ese tiempo precioso que pasamos descansando, ahora es visto como un obstáculo para el consumo. Están dispuestos a manipular nuestros hábitos, incluso aquellos que son fundamentales para nuestra salud, con tal de obtener mayores ganancias.
El café se enfriaba frente a mí, y me embargaba una mezcla de admiración y preocupación. Admiración por la ingeniería y el diseño inteligente de estas plataformas, y preocupación por la falta de reflexión filosófica y consideración de las consecuencias que estas tecnologías pueden tener en nuestras vidas. Porque cuando te manipulan, rara vez te das cuenta hasta que es demasiado tarde.
Elucubrando esto, me sentí solo y extrañé a Mariana. Cómo todo irrefrenable enamorado, no dudé en agarrar mi celular y enviarle un WhatsApp. Su respuesta me dejó feliz: quedamos en juntarnos al día siguiente a tomar algo en el Covadonga, mientras cada uno miraría absorto la pantalla de su celu.
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