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El Bolsón y la eterna política piromaníaca

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 13 feb
  • 4 Min. de lectura

Los incendios forestales en la Patagonia argentina nunca fueron una casualidad ni una tragedia aislada.

Siempre formaron parte de un patrón que se repite en distintos rincones del mundo, donde el fuego se convierte en una herramienta para reconfigurar territorios y facilitar negociados de espaldas a la comunidad. Lo que está sucediendo en El Bolsón no es la excepción, sino la confirmación de una política territorial piromaníaca que ha sido aplicada en otras latitudes con el mismo modus operandi.


Basta con repasar algunos antecedentes históricos para comprender que los incendios han sido utilizados como una estrategia de despojo y reconfiguración territorial. En Australia, los incendios de 2019-2020 arrasaron millones de hectáreas, en gran parte vinculadas a la expansión inmobiliaria y la explotación minera. En Grecia, el incendio de 2007 en el Peloponeso coincidió con la habilitación de áreas protegidas para la construcción. En Estados Unidos, los incendios de California siempre sirven para justificar desalojos y proyectos urbanísticos de alto impacto. De esta misma manera, en la Argentina, el patrón se repite desde larga data. En 2021, los incendios en la Comarca Andina destruyeron viviendas de comunidades y pequeños productores, dejando el terreno libre para emprendimientos privados. En Córdoba, cada verano el fuego avanza sobre áreas serranas donde luego aparecen desarrollos inmobiliarios. En El Bolsón, la historia es aún más turbia.


El actual intendente de El Bolsón, Bruno Pogliano, no es un actor secundario en esta trama. Antes de ser intendente, fue el contador del magnate inglés Joe Lewis, dueño de enormes extensiones de tierra en la Patagonia, incluyendo la zona del Lago Escondido, a la que el acceso público ha sido bloqueado sistemáticamente. Su rol como jefe comunal no ha estado exento de polémicas, favoreciendo los intereses de Lewis y sus socios en detrimento de la comunidad. Mientras el fuego avanza, Pogliano se mantiene impasible en su despacho. No es casualidad. Los incendios despejan el camino para que los grandes capitales continúen con sus proyectos extractivistas y turísticos sin resistencia.


Cuando los vecinos de El Bolsón salieron a manifestarse contra la desidia oficial, la patota de Lewis no tardó en aparecer. Los testimonios de quienes participaron en la protesta delatan una estructura organizada para amedrentar y reprimir cualquier intento de resistencia. La violencia no es espontánea; responde a una estrategia de control territorial. Y mientras tanto, los responsables políticos buscan desviar la atención. Se instala la idea de que Facundo Jones Huala es el culpable, un relato conveniente para criminalizar la lucha mapuche y desviar la discusión de los verdaderos responsables. Pero la realidad es que el gobierno nacional recortó los fondos destinados al combate del fuego, dejando a la población a merced de las llamas.


Mañana, 13 de febrero, la comunidad de El Bolsón se movilizará para exigir que se pongan a disposición todos los recursos necesarios para sofocar el incendio y proteger la región. Pero lamentablemente no se trata solo de apagar el fuego, sino de frenar un modelo de saqueo que se repite con impunidad. La historia ha demostrado que el fuego es mucho más que una catástrofe natural. Es una herramienta de poder, una estrategia de despojo y un mecanismo de control. Pero también ha demostrado que la organización popular puede enfrentarlo. La clave está en no dejarse engañar y en entender que detrás del humo, siempre hay intereses que buscan imponerse a costa de todo.


El uso del fuego como herramienta de poder no es algo nuevo. En la historia, hay un precedente emblemático: el incendio de Roma en el año 64 d.C., durante el gobierno de Nerón. Aquel devastador fuego arrasó gran parte de la ciudad y, aunque las versiones varían, muchas fuentes señalan que el emperador no solo no hizo nada para detenerlo, sino que lo utilizó en su propio beneficio. Se dice que mientras las llamas consumían la ciudad, él observaba la escena desde su palacio y hasta se entretenía tocando la lira. Más allá del mito, lo que quedó claro es que el incendio le sirvió para avanzar con su plan de reconstrucción, desplazando barrios enteros y apropiándose de terrenos estratégicos. Y para desviar la atención, necesitaba un culpable. Así nació la versión de que los cristianos habían sido los responsables del desastre, lo que desató una brutal persecución.


La historia se repite de formas distintas, pero con la misma lógica. Hoy en El Bolsón, mientras el fuego devora bosques y amenaza comunidades, quienes deberían dar respuestas miran para otro lado. Como Nerón, se benefician de la destrucción y, para encubrir su rol, buscan chivos expiatorios.


A esta altura, seguramente habrá un puñado de memoriosos lectores de "Santa Cruz nuestro lugar" que no olvidan los incendios intencionales en nuestra ciudad capital en los edificios del Consejo Provincial de Educación; de Planeamiento; y el Juzgado, episodios que nunca se esclarecieron del todo pero que, curiosamente, destruyeron documentos sensibles justo cuando más se los necesitaba. Pero no sé asusten los actores políticos que gobernaron la provincia entre 2007 y 2015 que aquí el asunto es otro.


Así que cerrando al tema que nos atañe, el fuego, en estos casos, no es un desastre natural, sino una herramienta de impunidad, un mecanismo para borrar rastros, favorecer negocios o, simplemente, desviar la atención. Sin embargo, el pueblo no está dispuesto a ser espectador de su propia tragedia y se organiza para enfrentar este modelo de saqueo disfrazado de desastre inevitable.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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