El peronismo deja de ser opción política para transformarse e resistencia permanente
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 13 jun
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Ayer, 10 de junio de 2025, Javier Milei volvió a hacer de Twitter su atril presidencial. “Justicia. Fin.”, arrancó seco y con tono de sentencia bíblica. Lo acompañó una postdata venenosa: “La República funciona y todos los periodi$ta$ corrupto$, cómplices de político$ mentiro$o$, han quedado expuesto en sus opereta$ sobre el supuesto pacto de impunidad”.

Y así, con menos de 280 caracteres, el presidente pretendió cerrar una etapa entera de la historia argentina, como si un tuit pudiera funcionar de epitafio institucional.
Claro que el mensaje no es inocente: la publicación se dio horas después de que la Justicia condenara a Cristina Fernández de Kirchner. Aunque no la nombra, todos saben de quién habla. En el universo mileísta, no hace falta nombrar: alcanza con la indignación coreada y la narrativa del enemigo común.
Pero vamos al hueso: ¿de qué "Justicia" habla Milei? ¿La misma Justicia que aún no lo investigó a fondo por haber promocionado una criptoestafa como CoinX, esa que le vació los bolsillos a miles de ahorristas mientras él posaba con una sonrisa y decía “confíen”?
¿La Justicia que mira para otro lado mientras se acumulan denuncias por cobro de retornos en los contratos de asesores en el Congreso, cuando él era diputado?
¿La misma que aún no dice ni mu sobre los vínculos opacos entre el oficialismo y los fondos buitre que hoy se relamen con las privatizaciones exprés?
Milei construyó su carrera política con el látigo de la moralina, gritando “¡casta!” como si él viniera de otro planeta. Pero una vez que pisó Balcarce 50, el traje de outsider le empezó a quedar incómodo. Dejó de ser el León que ruge contra todos, y se convirtió en un felino manso que sólo muerde a los de enfrente. A los propios, ni con el pétalo de un tuit.
El problema de Milei no es sólo su violencia discursiva, sino su doble vara moral. Señala con furia las corruptelas ajenas mientras esquiva con picardía las que le caen cerca. Es el típico que grita “¡transparencia!” desde la tribuna, mientras acomoda todo por detrás con contactos, favores y blindajes mediáticos. Un especialista en gritar “¡corrupción!” mientras se acomoda entre bambalinas para que nadie lo toque.
En su tuit, convierte a la Justicia en un trofeo, no en un pilar republicano. La aplaude cuando le sirve para ajusticiar a sus enemigos, pero la ningunea cuando se acerca demasiado a su entorno. La república funciona, dice. Pero, ¿funciona para quiénes?
No hay peor opereta que aquella en la que el protagonista se escribe a sí mismo como héroe impoluto mientras el teatro se cae a pedazos por falta de ética. Y si vamos a hablar de operetas, Milei dirige una que se sostiene con la lógica del "todo vale" mientras el apuntador le susurra por cucaracha los nombres de sus propios fantasmas.
Y en ese teatro de máscaras, donde la legalidad se convierte en una herramienta de venganza, emerge una paradoja política inevitable: cuanto más se persigue al peronismo por la vía judicial y mediática, más se lo saca del marco de disputa democrática para empujarlo al margen del sistema. Se lo combate no como adversario, sino como amenaza, y así se lo vuelve a ubicar en el lugar histórico del movimiento proscripto. Ya no como fuerza de gobierno, sino como identidad resistencial. Como si el peronismo, otra vez, sólo pudiera existir desde la trinchera.
“Justicia. Fin.” escribió Milei. Pero no, presidente, no es el fin. Es apenas un capítulo más de una historia argentina que aún se debate entre repúblicas que funcionan y republiquetas que se disfrazan de institucionalidad para blindar impunidades selectivas. La justicia no puede ser un arma para castigar opositores y un escudo para proteger a los propios.
Porque lo que se escenifica no es sólo una condena judicial: es la consolidación de un nuevo tipo de proscripción, más sutil pero igual de efectiva. Ya no se prohíbe al peronismo por decreto como en 1955; se lo margina por vía judicial, mediática y simbólica. Se busca excluirlo del tablero democrático mediante el descrédito sistemático y la criminalización de sus figuras más representativas.
Y así, lo que alguna vez fue una opción política —con sus gobiernos, elecciones y derrotas— se transforma en un estado de resistencia permanente. Una identidad que ya no juega sólo en el terreno institucional, sino también en las calles, en las memorias, en las trincheras culturales. El peronismo vuelve a ser resistencia, porque el poder de turno lo necesita proscripto para poder narrarse como "salvación".
Mientras no se mida a todos con la misma vara, el grito de justicia no será más que un tuit marketinero. Ruido en redes. Pirotecnia para la tribuna. Y como sabemos, con pirotecnia no se construye república: se incendia.
Por @_fernandocabrera




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