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El robo bancario que marcó la historia criminalística de Santa Cruz

Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro LugarSanta Cruz Nuestro Lugar

El 23 de marzo de 1936, la pacífica localidad de Puerto Santa Cruz despertó con la noticia de un violento y audaz atraco al banco Anglo-sudamericano. Un par de asaltantes, enmascarados y armados, irrumpieron en la sucursal, asesinando a sus dos unicos empleados (el contador Thomas Henderson, y Donald Sutherland, su auxiliar).

En cuestión de minutos, huyeron con una considerable suma de dinero, dejando tras de sí una estela de confusión y miedo.


Eduardo Taret, conocido investigador y comisario de la región, al enterarse de semejante atrocidad, apagó su cigarrillo con determinación y supo que debía actuar de inmediato. Tomó un vuelo con AeroPostal, la nueva línea aérea que comenzaba a surcar los cielos patagónicos, y aterrizó en la capital histórica con una sola misión: atrapar al criminal.


Al llegar, Taret se encontró con una comunidad donde todos se conocían y la sospecha se respiraba en el aire. Pero el verdadero criminal ya estaba a más de tres mil kilómetros. Durante tres meses, Taret investigó, habló con los vecinos y buscó pistas, pero el asesino y ladrón parecía haberse desvanecido sin dejar rastro.


Mientras tanto, Gustavo Emilio Lajús (tal era el nombre del delincuente de apenas 28 años de edad) cometía error tras error en Buenos Aires. Había llegado desde una localidad portuaria y ahora vivía una vida de lujos, gastando dinero de forma sospechosa. Para su mala suerte, un vecino de Puerto Santa Cruz (un tal Julio Aloyz) lo había visto ostentar en algún evento social y llevó la buena nueva a su pueblo.


Esto, sumado a la compra de un lujoso vehículo Plymouth fue lo que lo delató. La prensa no tardó en señalarlo como el principal sospechoso del robo, y las autoridades comenzaron a seguir sus movimientos y cuentas. Poco después, fue arrestado y traído a Río Gallegos para ser interrogado.


En un arduo interrogatorio que duró tres días, el comisario Taret logró que confesara, incriminando a su cómplice: su sobrino, Alberto Fernández, de apenas 15 años.


Luego de su confesión, Lajús fue encarcelado en la Unidad Penitenciaria de Río Gallegos. Pasaba sus días entre rejas, añorando la libertad que había conseguido a costa de dos vidas. Pero sabía que debía actuar si no quería morir allí.


El 13 de agosto de 1936, aprovechó un descuido durante el recreo de los reos. Tomó la carabina de un guardiacárcel y comenzó su huida. Saltó un muro de dos metros y atravesó el alambrado, fugándose por el cementerio local, cercano al frigorífico Swift. El guardia Carlos Boisselier lo persiguió y disparó una vez. Falló. Disparó otra vez. Volvió a fallar y recibió un disparo certero del ladrón de bancos en el corazón. Lajús le había dado.


En ese momento, otro guardia logró herir a Lajús en una pierna, lo que lo hizo caer al suelo. Volver a la cárcel no era una opción y ya estaba a punto de rendirse. Con la vista borrosa alzada vió al nublado cielo de riogalleguense por última vez. No iba a regresar a la cárcel. Tenía un arma y una decisión tomada. Así que apoyó el cañón en su mentón y disparó.


Con el tiempo, el banco cerró su sucursal. "Leales hasta la muerte", rezaba la tumba de Lajús en el antiguo y ya inexistente cementerio de nuestra ciudad capital.


Concluida está crónica, el lector de "Santa Cruz nuestro lugar" bien podría preguntarse qué cosas habitan la mente de criminales como Lajús. Ante lo que es digno establecer que se trata de perfiles psicológicos complejos y multifacéticos. Un rasgo común es el narcisismo, ya que estas personas a menudo tienen una visión inflada de sí mismos y creen que merecen más de lo que tienen. Esta percepción les lleva a sentir que las reglas no se aplican a ellos y que están por encima de la ley. La impulsividad es otro factor clave, ya que la falta de control sobre sus impulsos puede llevarlos a tomar decisiones precipitadas y arriesgadas sin considerar las consecuencias a largo plazo.


La falta de empatía también es característica, ya que estos individuos pueden tener dificultades para entender o preocuparse por los sentimientos de los demás. Esto les permite cometer actos violentos o perjudiciales sin remordimientos. Además, su búsqueda constante de emociones fuertes y adrenalina puede inducirlos a realizar actos peligrosos y emocionantes, como robos y fugas. Son hábiles manipuladores, capaces de utilizar el encanto y la persuasión para lograr sus objetivos, lo que les facilita el engaño y la traición.


El comportamiento antisocial es otro rasgo distintivo, ya que tienden a violar normas y leyes y muestran una falta de respeto por los derechos de los demás. En muchos casos, estos individuos pueden haber experimentado traumas o abusos en su infancia, lo que contribuye a su desarrollo psicológico y comportamientos delictivos. Aunque cada criminal es único y estos rasgos no se aplican a todos, ofrecen una visión general de los factores que podrían influir en el comportamiento de alguien como el legendario Lajús.


Como detalle final de esta humilde columna, vale aportar el dato que este resonado caso, en 2021 y por decisión de la Subsecretaría de Formación, Capacitación y Análisis de la Información Criminal, dependiente del Ministerio de Seguridad, se incluyó en la currícula formativa de la Escuela de Cadetes ‘Comisario Inspector (R) Eduardo V.Taret’, como así también en la Escuela de Suboficiales y Agentes en virtud de que lo acontecido en la localidad de Puerto Santa Cruz en 1935 fue el mayor suceso delictivo- criminal a lo largo de la historia de Santa Cruz, desde su etapa territorial y provincial a la fecha.

Por @_fernandocabrera

 
 

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