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El Ășltimo buscador de oro de la Patagonia

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • hace 3 horas
  • 3 Min. de lectura

Cuando era pibe, en esos años donde uno todavía se creía que la tele contaba verdades, vi una nota en un noticiero nacional (Canal 13, tal vez) que me marcó para siempre. No por su contenido dramåtico ni por la épica del lugar, sino por la respuesta desfachatada de un viejo que vivía solo en el fin del mundo y que con una sola frase logró colarse para siempre en mi memoria.

La periodista, joven, luminosa y un tanto porteña para nuestro gusto provinciano, se paró frente al rancho maltrecho de Conrado Asselborn, un ermitaño que vivía desde hacía décadas en Cabo Vírgenes, ese pedazo de tierra que parece caerse al mar y donde sopla un viento tan cabrón que te afloja las ideas. La notera, buscando el testimonio humano que justificara su gasto de viåticos, le preguntó con cara de compasión:


—Don Conrado, ¿es muy dura la vida acá, en soledad?


Y ahĂ­ fue cuando el viejo, que hacĂ­a rato que no veĂ­a a una mina tan joven y atractiva, le clavĂł los ojos, se agarrĂł la entrepierna con picardĂ­a y le largĂł:


—¿Dura? ¿Essssssta está dura.


Yo, que estaba tomando la merienda frente al tele, escupĂ­ todo. Mi viejo largĂł una carcajada. Mi vieja se horrorizĂł. Y yo entendĂ­ que en este mundo hay respuestas que valen mĂĄs que mil informes antropolĂłgicos.


Conrado Asselborn no era un personaje mĂĄs. Era el personaje. El Ășltimo buscador de oro de la Patagonia. Un tipo que encarĂł al viento de frente, al frĂ­o de costado, a la soledad como sombra, y a las promesas que nunca llegaron del otro lado del Estrecho. NaciĂł en Entre RĂ­os, tierra de cuchillos y chamamĂ©, y se fue buscando Ushuaia, pero terminĂł encontrando su rincĂłn en Cabo VĂ­rgenes, donde la tierra se vuelve leyenda y el mar escupe fantasmas.


En ese pedazo de historia enterrado al sur del sur, cerca de donde alguna vez Pedro Sarmiento de Gamboa fundĂł la primera ciudad española de la Patagonia —La Ciudad del Nombre de JesĂșs— y donde todos murieron de hambre y frĂ­o, Conrado resistiĂł cuarenta años solo, cazando el oro que el mar escupĂ­a cuando se retiraba la marea.


Fue soldado, estibador, gendarme, minero, guardaespaldas de borrachos y patrĂłn de sĂ­ mismo. Su historia parece concebida por algĂșn escritor con debilidad por los personajes recios. TenĂ­a muñecas de ñandubay y una determinaciĂłn que asustaba. "Cuando la cosa se ponga grave, sĂ© muy bien lo que tengo que hacer", dijo una vez. Y lo hizo: el 11 de mayo de 1992 se quitĂł la vida en su rancho del fin del mundo.


Sus restos descansan ahí, en Cabo Vírgenes, junto a los españoles del 1584, a los nåufragos sin tumba y a los que no pudieron con el viento. Pero su frase, esa mezcla de humor, calentura y ternura brutal, quedó dando vueltas por años en mi recuerdo.


Cada vez que el mundo me parece inhóspito, cada vez que me siento lejos de todo, me acuerdo de Don Asselborn. Del viejo que se bancó décadas de viento sin wifi ni gas, que buscó oro en los acantilados y que cuando le pusieron una cåmara en la cara no respondió con un lamento, sino con una broma.


Hay algo muy profundo en eso. Porque mientras todos esperaban que se quebrara, Ă©l saliĂł con los tapones de punta. Fue su forma de decir que estaba vivo. Que en su mundo, aunque solo, aĂșn quedaban ganas de cagarse de risa.


Conrado Asselborn, el Ășltimo buscador de oro de la Patagonia, el hombre que mirĂł al abismo y le devolviĂł una carcajada obscena. OjalĂĄ algĂșn dĂ­a le levanten una estatua ahĂ­, en Cabo VĂ­rgenes, con la mano en la entrepierna y una sonrisa torcida. Porque algunos hĂ©roes no pelean con espadas. Algunos pelean con humor, dignidad y una terquedad invencible.


Y cuando los demĂĄs se van, ellos se quedan. Porque no son ellos los que estĂĄn solos. Somos nosotros los que estamos perdidos entre tanta gente.

Por @_fernandocabrera

 
 
 
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