El universo artístico está lleno de trayectorias fascinantes, pero pocas tan singulares como la de Eleonora González Videla.

Oriunda de Adrogué y nacida en 1952, halló en la pintura no solo un medio de comunicación, sino también una vía de transformación personal. En 2010, eligió El Calafate como su hogar, donde los imponentes glaciares se convirtieron en el motor de su creatividad.
Lo que hace única su obra es su innovadora manera de pintar. En lugar de pinceles, utiliza diferentes partes de sus manos—nudillos, palmas y dorso—para dar forma a paisajes gélidos con tiza pastel. Este procedimiento inusual le permite reproducir la textura y el alma de los glaciares con una fidelidad sorprendente. Su gama cromática, dominada por azules intensos y tonos sutiles, transmite la inmensidad y quietud del hielo patagónico.

El camino de Eleonora ha estado marcado por desafíos. En 2005, recibió un diagnóstico de osteoporosis que amenazó su movilidad, pero encontró en el arte una herramienta para sobreponerse. Su perseverancia la llevó a ser distinguida como "Embajadora de la Paz" por la Fundación Mil Milenios, reconocimiento que destaca su aporte a la cultura y la inspiración que genera su historia.
A lo largo de su trayectoria, ha expuesto en distintos espacios, entre ellos el Glaciarium, donde presentó "Intensidades", una retrospectiva que celebró diez años de trabajo en la región. Además, ha dejado su huella en murales de gran formato, como "Anhelo Ancestral", que retrata la ruptura del Glaciar Perito Moreno y el vuelo majestuoso de los cóndores.

En "Santa Cruz nuestro lugar" nos enorgullece mucho reflejar su legado que a más de un lector le demostrará que el arte no solo embellece, sino que también sana, transforma y conecta con el entorno. Eleonora González Videla encarna el poder de la creatividad para convertir la adversidad en belleza.
Por @_fernandocabrera
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