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Encadenadas por la indiferencia gubernamental

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • hace 8 minutos
  • 2 Min. de lectura

Hay imágenes que duelen más que mil discursos. Mujeres policías, con años de servicio, con la piel curtida por el frío patagónico y la rutina del uniforme, hoy encadenadas en la puerta de Casa de Gobierno. No es una escena de ficción ni un símbolo armado para la foto: es el retrato más crudo de la desidia estatal. Y duele. Porque en Santa Cruz, una vez más, la respuesta del poder frente al sufrimiento ajeno fue el silencio.

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El gobierno de Claudio Vidal demuestra, con su mutismo, que todavía no entendió algo básico: la policía no es una fuerza castrense, es una fuerza civil. No son soldados del gobernador. Son trabajadoras y trabajadores, con derechos, con familias, con historias. Pero en esta provincia, el uniforme parece usarse como excusa para negarles humanidad.


Las mujeres que hoy se encadenaron frente a Casa de Gobierno no lo hicieron por capricho. Lo hicieron después de meses —o años— de ser ignoradas, maltratadas y empujadas a la desesperación. Fueron retiradas “obligatoriamente”, muchas sin un diagnóstico médico serio, otras sin siquiera una explicación. Las bajaron del servicio como quien borra un nombre de una lista. Y ahí quedaron: sin trabajo, sin ingresos, sin reconocimiento. Invisibles.


Encadenarse es poner el cuerpo cuando ya no quedan palabras. Es el gesto extremo de quien grita desde el abismo. Cada eslabón de esas cadenas simboliza una injusticia, un expediente dormido en un escritorio, un derecho pisoteado. Es la desesperación hecha acto político.


Lo que pasa con estas mujeres también expone otra cara del patriarcado institucional: el disciplinamiento sobre los cuerpos femeninos en espacios de poder históricamente masculinos. A las que se enferman, las sacan. A las que denuncian, las castigan. A las que reclaman, las silencian. No hay nada más funcional al poder que una mujer policía sumisa y callada. Y cuando una se planta, se vuelve “problema”.

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La pregunta es: ¿qué tipo de gobierno puede dormir tranquilo sabiendo que hay mujeres encadenadas pidiendo justicia en la vereda de su casa? ¿Qué clase de democracia se sostiene sobre el silencio de sus trabajadores?


Santa Cruz está viviendo un momento que la historia no va a olvidar. Porque cuando una mujer, con el uniforme que representa al Estado, tiene que encadenarse para que ese mismo Estado la escuche, ya no hablamos de conflicto laboral: hablamos de una crisis moral.


Mientras Vidal y su ministro Pedro Prodromos miran para otro lado, la provincia asiste a una escena que debería sacudir conciencias. Pero en lugar de empatía, hay cálculo político. En lugar de diálogo, hay indiferencia.


Y eso, más que las cadenas, es lo que realmente duele. Porque demuestra que, en el fondo, el gobierno nunca entendió que la fuerza pública no es un brazo armado del poder, sino un reflejo del pueblo al que dice proteger.


Hasta que no comprendan eso, hasta que no se repare el daño y se restituyan los derechos, esas cadenas seguirán recordándonos algo incómodo: que en Santa Cruz, las que un día juraron cuidar, hoy tienen que encadenarse para ser cuidadas.

Por @_fernandocabrera

 
 
 
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