¡Feliz cumpleaños a la más linda de todas!
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- hace 1 día
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Ayer arranqué el día medio torcido pero contento, mate en mano, reflexivo y caminando nuestras calles con esa sensación tan nuestra de que cuando la ciudad está de fiesta algo se nos acomoda o despelota para bien. Y no sé por qué, pero se me vino a la cabeza esa idea medio loca y medio cierta: las ciudades que se bancan el paso del tiempo son las que se celebran. Las que no se hacen las boludas con su historia, como las MILF (Y perdón la analogía; es que a este humilde redactor le encantan las Milfonas).

Así pensé en ciudades MILFs como Venecia, que ya desde 1094 viene metiéndole carnaval a la vida, poniéndose máscaras para decirle al mundo “acá seguimos”, contra mareas, imperios y turistas. O Cannes, que desde 1946 agarró el cine y dijo “esto nos va a sacar del anonimato”, y mirá dónde terminó, toda emperifollada y global. O Salzburgo, desde 1920, abrazando a Mozart como quien se abraza a un viejo querido para volver a pararse después del quilombo de la guerra.
Mi cabeza siguió de gira y apareció en Nueva Orleans, con su Mardi Gras desde el siglo XVIII y el Jazz Fest desde 1970, una ciudad que entendió que la música no es adorno: es salvavidas. Y luego en Edimburgo que, desde 1947, después de la guerra decidió llenarse de teatro, de locos lindos, de escenarios por todos lados, y así reinventarse. Y también por Río de Janeiro con un carnaval de la puta madre desde el siglo XIX, una ciudad que se explica bailando, sin tanta vuelta.
También pensé en Pamplona, con San Fermín desde tiempos medievales, pero explotando al mundo en el siglo XX; en Bayreuth, que desde 1876 gira obsesivamente alrededor de Wagner, chiquita pero intensa; en Avignon, con su festival teatral desde 1947, donde las piedras hablan; y hasta en Burning Man, que desde 1986 arma una ciudad de la nada y la borra después, solo para recordarnos que lo importante no es durar sino significar.
Y ahí me cayó la ficha: una ciudad que se festeja, se perpetúa. No se achica, no se esconde. Camina con dignidad a través del tiempo porque se reconoce en sus rituales. La fiesta no es pavada ni circo: es filosofía, es memoria compartida, es identidad en voz alta.
En todo eso pensaba ayer, justo en el último día del 140 festival aniversario, mientras veía al intendente Pablo Grasso recorrer los stands de la Rural y el Boxing Club, charlando con la gente, metiéndose en el barro real de la fiesta, sin caretaje. Después, como quien sigue el pulso natural de la noche, lo vi yéndose para el escenario mayor, donde Río Gallegos ya era un solo bicho, respirando al mismo ritmo.
Primero sonaron los nuestros: Why Not?, Homero & Pompeya y Etiqueta Negra, bandas locales dejando todo, tocando con esa mística de saber que nadie te regala nada y que igual hay que salir a romperla. Y cuando apareció No Te Va Gustar, fue una marea humana, gargantas rotas, saltos, y abrazo entre riogalleguenses hermanados por el viento. Una fiesta de esas que te quedan pegadas al cuerpo.
Ahí entendí algo más profundo todavía: cada aniversario de Río Gallegos es el aniversario de cada riogalleguense, sin distinción alguna. Del que nació acá y del que llegó después. Del que labura todo el día y llega tarde. Del que canta adelante y del que escucha en silencio atrás. La ciudad no cumple años sola: los cumplimos todos juntos, como corresponde.
Y por eso, como medio de comunicación que somos en "Santa Cruz nuestro lugar", amamos tanto la localía. Nos importa contar cada pavada mínima, cada logro chiquito, cada historia del barrio. Porque sabemos algo que parece simple pero es enorme: cuando pintamos nuestra aldea, pintamos el mundo. Contarnos es existir. Nombrarnos es quedarnos.
Así, el festival se vuelve tótem. Señal clavada en el tiempo. Punto de encuentro. Bandera emocional que dice quiénes somos y hacia dónde caminamos, aunque sople de frente.
¡Feliz 140 aniversario, Río Gallegos!
Por @_fernandocabrera




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