En Río Gallegos, como en muchas otras partes del país, las festividades de fin de año suelen traer consigo una mezcla de emociones que, para algunas personas, pueden resultar abrumadoras.

El llamado "síndrome de Navidad", caracterizado por sentimientos de tristeza, ansiedad y estrés, es una problemática que revela las falencias estructurales en torno a la atención de la salud mental en nuestra comunidad. Si bien se realizan campañas de concientización sobre bienestar emocional durante estas fechas, estas acciones a menudo se quedan en lo superficial y no abordan las verdaderas necesidades de quienes atraviesan momentos de vulnerabilidad.
La salud mental -y más con los recortes de cobertura de la Caja de Servicios Sociales- continúa siendo un área postergada en las políticas públicas. El acceso a servicios psicológicos y psiquiátricos es limitado, y muchas veces la atención depende de iniciativas privadas inaccesibles para una gran parte de la población. En este sentido, la falta de recursos en salud mental tiene un impacto especialmente grave. Las personas que sufren durante las fiestas no necesitan solo palabras de aliento o consejos genéricos; requieren redes de contención efectiva, tratamientos accesibles y políticas que promuevan un bienestar integral.
El gobierno, tanto a nivel local como nacional, parece olvidar que la salud mental es una cuestión urgente y no un lujo. En lugar de destinar recursos suficientes para fortalecer el sistema sanitario, implementar programas de prevención y garantizar el acompañamiento continuo de los afectados, se limita a lanzar mensajes de buenas intenciones que no alcanzan para mitigar el problema. El abandono se siente con fuerza en fechas sensibles como estas, cuando el contraste entre las expectativas de felicidad colectiva y la realidad individual de muchos acentúa el malestar emocional.
Y ojo que la crítica no es una negación de los esfuerzos que se realizan, sino un llamado a hacer más y mejor. El síndrome de Navidad, como expresión de un sistema de salud mental debilitado, muestra que las necesidades emocionales de la población no pueden seguir siendo ignoradas ni relegadas a un segundo plano. Sin un compromiso genuino y sostenido por parte del Estado, los desafíos seguirán creciendo y afectando no solo a quienes ya padecen problemas de salud mental, sino a toda la sociedad que sufre las consecuencias de su desatención.
En nuestra cultura, las fiestas de fin de año se han convertido en un momento casi obligatorio para hacer balances personales, impulsados tanto por la tradición como por la inercia que imponen las redes sociales. Las plataformas digitales se llenan de publicaciones donde las personas destacan sus logros del año, los viajes realizados, los momentos felices compartidos o incluso las metas cumplidas. Aunque para algunos estos balances pueden ser motivadores, para otros, especialmente quienes no han tenido un buen año o enfrentan dificultades, estas exhibiciones se convierten en un recordatorio constante de lo que no tienen o de lo que creen haber perdido. Esta comparación, muchas veces inevitable, alimenta sentimientos de fracaso y desesperanza que intensifican el malestar emocional propio de estas fechas.
Las redes sociales, lejos de ser un espacio de conexión auténtica, funcionan como un espejo distorsionado que amplifica los estándares inalcanzables de felicidad y éxito que todos sienten la presión de cumplir. Las personas que se enfrentan a una pérdida reciente, un año complicado o simplemente un estado emocional frágil, ven en estas publicaciones una reafirmación de su supuesto fracaso, lo que agrava aún más el aislamiento y la tristeza. Esta dinámica, aunque profundamente cultural, está invisibilizada en las políticas públicas, que rara vez consideran cómo estos fenómenos contemporáneos impactan en la salud mental colectiva, especialmente en un momento tan cargado de emociones como las putas fiestas.
Sin embargo, este humilde redactor de "Santa Cruz nuestro lugar" que no es ajeno a ninguno de los problemas expuestos en esta columna, se ve en la obligación ética de recordarle al lector que SIEMPRE HAY ESPERANZA. Y que, si estas fiestas de fin de año llegaran a ser difíciles de sobrellevar, en el Hospital Regional de Río Gallegos (no en el Centro de Salud Mental) hay una guardia psiquiátrica las 24 hs. del día.
Por @_fernandocabrera
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