top of page

La disfunción comunicacional en una investidura pública

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 11 oct
  • 2 Min. de lectura

El posteo de Fabián Oscar Leguizamón es un claro ejemplo de cómo un dirigente puede reducir la realidad hasta vaciarla de sentido, convirtiendo la comunicación pública en una suerte de catarsis personal. Desde un análisis profundo, una de sus más recientes publicaciones es un caso de recorte extremo del mundo, donde el sentido se achica hasta caber en pocos caracteres: etiquetas, ironías y una mirada tan cerrada que ya no busca explicar, sino atacar. “Periodista ultra K”, “grassista funcional”, “increíble vicepresidente”: un festival de adjetivos que reemplazan los hechos por emociones y el análisis por sarcasmo.

ree

El resultado es una fragmentación discursiva total. No hay contexto, ni narración, ni siquiera una mínima intención de construir sentido. Lo único que aparece es un yo hablando desde el enojo, sin ofrecer una lectura política o institucional. En lugar de abrir el juego, Leguizamón lo clausura, empujando al receptor a adoptar su punto de vista o ser parte del bando contrario. Su discurso no dialoga: emite.


Y lo más preocupante es que este no es un caso aislado. Todos sus posteos repiten la misma fórmula que destruye cualquier posibilidad de debate público. En ninguno hay una exposición de ideas, una mirada de gestión, un horizonte de construcción. No hay campo —en el sentido comunicacional de establecer un espacio de intercambio—, ni enfoque —es decir, una perspectiva que ordene la lectura y permita comprender la postura institucional—. Lo que predomina es el impulso, el golpe de efecto, la urgencia de posicionarse rápido antes que pensar bien.


Ahí se nota la falla de su aparato comunicacional. No existe una línea editorial, ni asesoría estratégica que organice sus intervenciones. Cada publicación parece escrita por Doña Florinda diciendo "no te juntes con esa chusma" para que sus reidores (todos cargos políticos ubicados por él) den Like al ritmo de "¡Chusma, chusma!", sin filtro, sin planificación, sin entender que la palabra de un vicegobernador no es la de un comentarista más en Facebook. Su comunicación carece de campo —porque no define con quién, desde dónde ni para qué habla— y carece de enfoque —porque no tiene claridad de objetivo ni de público.


Esa carencia genera una paradoja: Leguizamón habla mucho, pero no comunica nada. La sobreexposición termina erosionando su propia investidura, porque cada mensaje suena improvisado, visceral y carente de rumbo político. Lo que debería ser un puente entre el Estado y la sociedad se transforma en una muralla de ironías y descalificaciones.


En definitiva, el problema no es solo lo que dice, sino cómo y desde dónde lo dice. La comunicación institucional exige estrategia, consistencia y respeto por el receptor. Cuando todo eso falta, lo que queda es un ruido que confunde autoridad con sarcasmo, presencia con vanidad, fuerza con violencia, y palabra pública con descarga personal.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

Comentarios


bottom of page