La noche en que el punk mundial aterrizó en Río Gallegos
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- 30 abr
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Hoy es moneda corriente cruzarse por el centro con chicos que lucen orgullosos la clásica remera negra con el logo de los Ramones. Algunos la combinan con jeans rotos, otros con joggers y hasta con crocs; lo cierto es que el ícono del punk neoyorquino se volvió casi un accesorio de moda. Pero pocos —poquísimos— de esos pibes y pibas saben que Marky Ramone, el mismísimo batero de la banda, tocó acá nomás, en Río Gallegos, hace no tanto, en octubre de 2008.

Sí, aunque suene a fábula patagónica, el tipo que pateó bombos y reventó platillos para una de las bandas más influyentes del planeta, se subió al escenario del gimnasio Juan Bautista Rocha y reventó todo.
La cosa arrancó con una conferencia de prensa piola, distendida. Los medios locales, que no son ningunos improvisados, preguntaron con criterio y sin flashes amarillistas. En esa charla supimos que Marky no venía sólo a dar palos: también fue declarado “visita ilustre” de la ciudad. Una placa, un diploma, y el reconocimiento de una comunidad que, aunque lejana de Queens, comparte la fibra rebelde del punk.
Esa noche, Río Gallegos tenía otro pulso. El viento se calmó un poco, como si hasta él supiera que algo groso estaba por pasar. Desde temprano, las filas en el Rocha mostraban una fauna hermosa: pibes con camperas llenas de parches, viejos punkis, y alguna que otra familia que venía por la experiencia. Las remeras de Ramones, Motorhead y otras glorias noventosas eran la entrada no escrita al ritual.
Primero subió Cambio de Actitud, dejando el alma en cada acorde. Ensayados, afilados, comprometidos. Dieron cátedra de lo que significa abrir una fecha como esa. Después le tocó a Antihéroes, con su punk patagónico y combativo. No dejaron cabeza sin agitar, ni injusticia sin señalar. Pura potencia y coherencia. Se sintió como una descarga eléctrica colectiva.
Y entonces, sin vueltas, apareció él: Marky Ramone, acompañado por dos históricos de Los Violadores —el Tucán y el Niño— y un vocalista yanqui que traía en la voz la mugre neoyorquina. Desde el primer tema hasta el último fue un bombardeo sonoro: “Blitzkrieg Bop”, “I Wanna Be Sedated”, “Rockaway Beach”, himno tras himno. Los pogueros, gritaban, lloraban. Era historia viva lo que teníamos frente a los ojos.
El recital terminó con los cuerpos transpirados, la garganta hecha polvo y la noche helada esperándonos afuera. Pero nadie se quejaba. Caminábamos de vuelta a casa, sabiendo que habíamos sido parte de algo inolvidable. Algo que —aunque suene exagerado— no sabíamos si íbamos a ver alguna vez en esta parte del mundo.
Entonces, cuando hoy veo a un pibe de 14 con la remera de Ramones, no lo juzgo. Pero me dan ganas de frenarle el skate y decirle: “¿Vos sabías que ese loco que estás usando como logo, tocó acá, en Gallegos? ¿Sabías que fuimos parte del pogo más histórico que tuvo esta ciudad?”
Y si no lo sabe, mejor. Así yo me siento un poco guardián de esa noche mágica. Y como buen punk, me permito una última reflexión: no se trata solo de la remera, sino de lo que tenés en la cabeza cuando la usás.
Por @_fernandocabrera
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