Era una tarde tranquila de hace cinco años cuando mi hija, con esa curiosidad que caracteriza a los pibes, se me acercó con una pregunta que parecía sencilla pero que abría la puerta a un universo de historias y misterios. "Papá, ¿qué significa mi nombre?", me preguntó con esos ojitos brillantes clavados en los míos. Le sonreí y le dije con cariño, "Selene significa Luna, mi vida".
No tardó en lanzarme la siguiente pregunta, "¿Y por qué me pusiste ese nombre?". La miré, y en un intento de mantener la ligereza del momento, le tiré en joda: "Porque la Luna es re jodida, como vos". Se rió, pero su mente inquisitiva quería más. "¿Qué tan jodida es la Luna?", insistió.
Ahí nomás, me zambullí en los postulados de Rudolf Steiner, ese filósofo y místico cuyas ideas iban más allá de lo ordinario. "Mirá, una vez hubo un viejito copado que decía que la Luna tiene una influencia misteriosa y poderosa, no solo sobre las mareas de nuestro mundo sino también sobre los impulsos más íntimos de la humanidad", le dije. Así empecé a ver cómo su expresión se transformaba en fascinación. "Durante los eclipses, por ejemplo, él creía que se soltaban energías volitivas hacia el cosmos, dejando que los instintos desatados se desparramen más allá de nuestro planeta".
Aunque no entendía del todo algunas palabras, ella escuchaba atenta mientras yo seguía explicando cómo, en contraposición, un eclipse lunar podría hacer que pensamientos oscuros del cosmos se nos acerquen. "Estos momentos, según Steiner, funcionan como válvulas de escape cósmicas, soltando o atrayendo energías que de otra forma estarían contenidas", le subrayé.
"Entonces, ¿la Luna puede ser mala?", preguntó con una mezcla de preocupación y asombro. "No exactamente", le contesté. "Aunque las enseñanzas de Steiner nos dan una visión poética y mística, la ciencia moderna nos muestra otra cosa".
Le expliqué que, a pesar de las historias fascinantes y las creencias culturales, los comportamientos humanos y los eventos sociales tienen fundamentos más terrenales y científicamente comprobables. "Así que, aunque tu nombre, Selene, está inspirado en la Luna, tu destino y tus acciones están en tus propias manos, y no tanto en las estrellas".
Con una sonrisa, pareció entender y aceptar esta mezcla de misticismo y realidad. Y así, en esa tarde, le di a mi hija una lección sobre la belleza de la curiosidad y la importancia de buscar la verdad, incluso si eso significa mirar más allá de las estrellas y volver a la Tierra.
Sin embargo, al cerrar esta crónica, no puedo evitar reflexionar sobre todo lo que está ocurriendo en Río Gallegos en estos tiempos de algidez lunar, con accidentes de tránsito, suicidios, crímenes, y erráticas decisiones personales.
También pienso en cómo el ser humano y en especial los riogalleguenses estamos compuestos en un 80% de agua. Tal vez, en algún nivel subconsciente, esa composición nos hace resonar con la Luna de maneras que aún no comprendemos del todo. ¿Será por eso que a veces los riogalleguenses nos sentimos tan locos, y nos expresamos mediante accidentes de tránsito, desórdenes mentales o crímenes de todo tipo? Quizás, en algún rincón de nuestra esencia acuática, la Luna sigue jugando sus cartas, tan jodida como siempre.
También, me hace un ruido enorme la ubicación geográfica de nuestra urbe que, a orillas del mar, intensifica la conexión de sus habitantes con la Luna. Al estar tan cerca del océano, los riogalleguenses estamos constantemente expuestos a la majestuosidad de las mareas, como si ellas obraran de recordatorio visual y físico del poder selenita. La proximidad al agua puede hacer que la influencia lunar se sienta más palpable y abrumadora, aunque no tanto como mi amada Selene.
Por Fernando Cabrera.
Comments