Pato Saldivia: el hombre que cambió una nave por una bicicleta
- Santa Cruz Nuestro Lugar
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HabĆa una vez un flaco tranquilo, callado y de buen corazón, que se lo veĆa cruzar la rĆa en bici con esa facha de tipo que anda liviano, no sólo de mochilas, sino tambiĆ©n de broncas. Era "Pato". RaĆŗl Alberto Saldivia. Un vecino de los que ya casi no quedan, de esos que te caen bien al toque, sin chamuyo, sin careteadas.

MĆ”s de uno lo habrĆ” visto dĆ”ndole a los pedales, solo, contra el viento āo con el viento a favorā, pero siempre en la suya. La bici era su cable a tierra, su forma de estar, su manera de plantarse frente al mundo con dignidad.
Por aquellos aƱs, el Pato armó La Nave, ese quiosco raro y entraƱable de la galerĆa Mecor, que mĆ”s que quiosco era un refugio. AhĆ no sólo se compraban cigarrillos o figuritas: se charlaba de discos, libros, polĆtica, de la vida misma. Pato atendĆa, claro, pero tambiĆ©n estaba JaƱo āo Janioā que tiraba su paƱo al frente y armaba con unos mates esa especie de peƱa urbana sin guitarras. No era sólo vender: era compartir, cebarse un mate, quedarse un rato. Eso hoy vale oro.
Una tarde, mientras nos colgĆ”bamos en la charla, el Pato tiró una que todavĆa me hace eco: āCambiarĆa La Nave por una bicicleta rojaā, nos dijo a mĆ y a Janio, asĆ, sin anestesia. āYa estoy podrido de estar todo el dĆa ahĆ metidoā. Y sĆ, lo entendimos al toque. Lo de Ć©l era el aire, el pedal, la distancia justa con el quilombo del centro.
Yo lo cruzaba seguido en la rĆa. Como cada maƱana, me ponĆa las zapas, me ajustaba la campera āaunque sea pleno eneroā y salĆa a trotar. Es una costumbre mĆ”s vieja que varios de los delirios que tengo dando vueltas en la cabeza. Salgo despacio, dejando que el cuerpo despierte con el fresco. En esta ciudad nuestra, el viento te habla. Y si lo sabĆ©s escuchar, te canta la posta de cómo viene el dĆa.
Cuando llego a la rĆa, me freno como siempre un cacho. Me saco los guantes, me froto las manos, me siento en un banco a escuchar mĆŗsica y a mirar el agua. Y ahĆ, como por arte de magia, aparecĆa Pato. Se acercaba despacio, con esa parsimonia suya, se paraba al lado mĆo y con esa voz bajita me preguntaba: āĀæQuĆ© mira la gente cuando mira la rĆa?ā
Nunca supe bien quĆ© decirle. Pero esa pregunta quedó flotando. Y todavĆa hoy me la hago.
Capaz que Ć©l ya sabĆa la respuesta. O capaz que no hacĆa falta responder. Porque aunque la rĆa parezca dormida, siempre estĆ” tramando algo. Aunque no sea el origen de las casas ni de las veredas ni del Wi-Fi. Las comunidades no nacen del agua: nacen de otra cosa mĆ”s profunda, mĆ”s invisible. De un centro espiritual, de un fueguito interno, de un templo. Pato, en su forma simple y luminosa, parecĆa andar buscando eso. O capaz nos lo estaba mostrando.
Anoche, Pato eligió rajar. AsĆ, como hacĆa todo: en silencio. Se fue en el mismo lugar donde mĆ”s entero se lo veĆa: la rĆa. Esa inmensidad que recorrió mil veces en su bici hoy nos lo saca, pero tambiĆ©n nos lo deja para siempre en el recuerdo, en los gestos, en las preguntas lindas.
A los que lo conocieron, les digo: piĆ©nsenlo un ratito, tĆrenle un pensamiento, una palabra, algo cĆ”lido. Porque se lo merece. RaĆŗl Alberto Saldivia fue un buen tipo, y eso hoy por hoy es un montonazo. Fue un amigo de fierro, sufrido, generoso. Un tipo que no necesitaba hablar mucho para decirte que estaba.
Yo la verdad no sé qué mÔs decir. Me duele. Me pesa. Me hubiese encantado hacer mÔs. Me hubiese gustado darle un último abrazo.
Buen viaje, querido Pato. PedaleĆ” tranqui por allĆ” arriba. AcĆ” abajo, cada vez que el viento sople fuerte en la rĆa y una bici pase despacito por la costanera, vamos a pensar en vos.
Y si un dĆa cualquiera, alguno se vuelve a preguntar quĆ© carajo miramos cuando miramos el rĆo, que sepa que ahĆ, en esa pregunta, todavĆa respira un cachito de vos.
Un abrazo al cielo.
Siempre.
Por @_fernandocabrera