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Pato Saldivia: el hombre que cambió una nave por una bicicleta

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • hace 13 minutos
  • 3 Min. de lectura

Había una vez un flaco tranquilo, callado y de buen corazón, que se lo veía cruzar la ría en bici con esa facha de tipo que anda liviano, no sólo de mochilas, sino también de broncas. Era "Pato". Raúl Alberto Saldivia. Un vecino de los que ya casi no quedan, de esos que te caen bien al toque, sin chamuyo, sin careteadas.

MĆ”s de uno lo habrĆ” visto dĆ”ndole a los pedales, solo, contra el viento —o con el viento a favor—, pero siempre en la suya. La bici era su cable a tierra, su forma de estar, su manera de plantarse frente al mundo con dignidad.


Por aquellos aƱs, el Pato armó La Nave, ese quiosco raro y entraƱable de la galerĆ­a Mecor, que mĆ”s que quiosco era un refugio. AhĆ­ no sólo se compraban cigarrillos o figuritas: se charlaba de discos, libros, polĆ­tica, de la vida misma. Pato atendĆ­a, claro, pero tambiĆ©n estaba JaƱo —o Janio— que tiraba su paƱo al frente y armaba con unos mates esa especie de peƱa urbana sin guitarras. No era sólo vender: era compartir, cebarse un mate, quedarse un rato. Eso hoy vale oro.


Una tarde, mientras nos colgĆ”bamos en la charla, el Pato tiró una que todavĆ­a me hace eco: ā€œCambiarĆ­a La Nave por una bicicleta rojaā€, nos dijo a mĆ­ y a Janio, asĆ­, sin anestesia. ā€œYa estoy podrido de estar todo el dĆ­a ahĆ­ metidoā€. Y sĆ­, lo entendimos al toque. Lo de Ć©l era el aire, el pedal, la distancia justa con el quilombo del centro.


Yo lo cruzaba seguido en la rĆ­a. Como cada maƱana, me ponĆ­a las zapas, me ajustaba la campera —aunque sea pleno enero— y salĆ­a a trotar. Es una costumbre mĆ”s vieja que varios de los delirios que tengo dando vueltas en la cabeza. Salgo despacio, dejando que el cuerpo despierte con el fresco. En esta ciudad nuestra, el viento te habla. Y si lo sabĆ©s escuchar, te canta la posta de cómo viene el dĆ­a.


Cuando llego a la rĆ­a, me freno como siempre un cacho. Me saco los guantes, me froto las manos, me siento en un banco a escuchar mĆŗsica y a mirar el agua. Y ahĆ­, como por arte de magia, aparecĆ­a Pato. Se acercaba despacio, con esa parsimonia suya, se paraba al lado mĆ­o y con esa voz bajita me preguntaba: ā€œĀæQuĆ© mira la gente cuando mira la rĆ­a?ā€


Nunca supe bien qué decirle. Pero esa pregunta quedó flotando. Y todavía hoy me la hago.


Capaz que Ʃl ya sabƭa la respuesta. O capaz que no hacƭa falta responder. Porque aunque la rƭa parezca dormida, siempre estƔ tramando algo. Aunque no sea el origen de las casas ni de las veredas ni del Wi-Fi. Las comunidades no nacen del agua: nacen de otra cosa mƔs profunda, mƔs invisible. De un centro espiritual, de un fueguito interno, de un templo. Pato, en su forma simple y luminosa, parecƭa andar buscando eso. O capaz nos lo estaba mostrando.


Anoche, Pato eligió rajar. Así, como hacía todo: en silencio. Se fue en el mismo lugar donde mÔs entero se lo veía: la ría. Esa inmensidad que recorrió mil veces en su bici hoy nos lo saca, pero también nos lo deja para siempre en el recuerdo, en los gestos, en las preguntas lindas.


A los que lo conocieron, les digo: piénsenlo un ratito, tírenle un pensamiento, una palabra, algo cÔlido. Porque se lo merece. Raúl Alberto Saldivia fue un buen tipo, y eso hoy por hoy es un montonazo. Fue un amigo de fierro, sufrido, generoso. Un tipo que no necesitaba hablar mucho para decirte que estaba.


Yo la verdad no sé qué mÔs decir. Me duele. Me pesa. Me hubiese encantado hacer mÔs. Me hubiese gustado darle un último abrazo.


Buen viaje, querido Pato. PedaleĆ” tranqui por allĆ” arriba. AcĆ” abajo, cada vez que el viento sople fuerte en la rĆ­a y una bici pase despacito por la costanera, vamos a pensar en vos.


Y si un dƭa cualquiera, alguno se vuelve a preguntar quƩ carajo miramos cuando miramos el rƭo, que sepa que ahƭ, en esa pregunta, todavƭa respira un cachito de vos.


Un abrazo al cielo.

Siempre.

Por @_fernandocabrera

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