Pato Saldivia: el hombre que cambió una nave por una bicicleta
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 15 jul
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Había una vez un flaco tranquilo, callado y de buen corazón, que se lo veía cruzar la ría en bici con esa facha de tipo que anda liviano, no sólo de mochilas, sino también de broncas. Era "Pato". Raúl Alberto Saldivia. Un vecino de los que ya casi no quedan, de esos que te caen bien al toque, sin chamuyo, sin careteadas.

Más de uno lo habrá visto dándole a los pedales, solo, contra el viento —o con el viento a favor—, pero siempre en la suya. La bici era su cable a tierra, su forma de estar, su manera de plantarse frente al mundo con dignidad.
Por aquellos añs, el Pato armó La Nave, ese quiosco raro y entrañable de la galería Mecor, que más que quiosco era un refugio. Ahí no sólo se compraban cigarrillos o figuritas: se charlaba de discos, libros, política, de la vida misma. Pato atendía, claro, pero también estaba Jaño —o Janio— que tiraba su paño al frente y armaba con unos mates esa especie de peña urbana sin guitarras. No era sólo vender: era compartir, cebarse un mate, quedarse un rato. Eso hoy vale oro.
Una tarde, mientras nos colgábamos en la charla, el Pato tiró una que todavía me hace eco: “Cambiaría La Nave por una bicicleta roja”, nos dijo a mí y a Janio, así, sin anestesia. “Ya estoy podrido de estar todo el día ahí metido”. Y sí, lo entendimos al toque. Lo de él era el aire, el pedal, la distancia justa con el quilombo del centro.
Yo lo cruzaba seguido en la ría. Como cada mañana, me ponía las zapas, me ajustaba la campera —aunque sea pleno enero— y salía a trotar. Es una costumbre más vieja que varios de los delirios que tengo dando vueltas en la cabeza. Salgo despacio, dejando que el cuerpo despierte con el fresco. En esta ciudad nuestra, el viento te habla. Y si lo sabés escuchar, te canta la posta de cómo viene el día.
Cuando llego a la ría, me freno como siempre un cacho. Me saco los guantes, me froto las manos, me siento en un banco a escuchar música y a mirar el agua. Y ahí, como por arte de magia, aparecía Pato. Se acercaba despacio, con esa parsimonia suya, se paraba al lado mío y con esa voz bajita me preguntaba: “¿Qué mira la gente cuando mira la ría?”
Nunca supe bien qué decirle. Pero esa pregunta quedó flotando. Y todavía hoy me la hago.
Capaz que él ya sabía la respuesta. O capaz que no hacía falta responder. Porque aunque la ría parezca dormida, siempre está tramando algo. Aunque no sea el origen de las casas ni de las veredas ni del Wi-Fi. Las comunidades no nacen del agua: nacen de otra cosa más profunda, más invisible. De un centro espiritual, de un fueguito interno, de un templo. Pato, en su forma simple y luminosa, parecía andar buscando eso. O capaz nos lo estaba mostrando.
Anoche, Pato eligió rajar. Así, como hacía todo: en silencio. Se fue en el mismo lugar donde más entero se lo veía: la ría. Esa inmensidad que recorrió mil veces en su bici hoy nos lo saca, pero también nos lo deja para siempre en el recuerdo, en los gestos, en las preguntas lindas.
A los que lo conocieron, les digo: piénsenlo un ratito, tírenle un pensamiento, una palabra, algo cálido. Porque se lo merece. Raúl Alberto Saldivia fue un buen tipo, y eso hoy por hoy es un montonazo. Fue un amigo de fierro, sufrido, generoso. Un tipo que no necesitaba hablar mucho para decirte que estaba.
Yo la verdad no sé qué más decir. Me duele. Me pesa. Me hubiese encantado hacer más. Me hubiese gustado darle un último abrazo.
Buen viaje, querido Pato. Pedaleá tranqui por allá arriba. Acá abajo, cada vez que el viento sople fuerte en la ría y una bici pase despacito por la costanera, vamos a pensar en vos.
Y si un día cualquiera, alguno se vuelve a preguntar qué carajo miramos cuando miramos el río, que sepa que ahí, en esa pregunta, todavía respira un cachito de vos.
Un abrazo al cielo.
Siempre.
Por @_fernandocabrera




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