¿Por qué Halloween pega tanto en Río Gallegos?
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- hace 18 horas
- 3 Min. de lectura
En estos días, Gallegos se llena de calabazas de cotillón, telarañas truchas colgando por todos lados y una banda de pibes disfrazados de lo que se te ocurra: diablos, momias, Harley Quinns y hasta algún Batman medio flojo de presupuesto. Halloween ya se metió en el ADN de la ciudad, y es re loco pensar que este festejo yankee, que arrancó con brujas y caramelos, terminó pegando más que nuestro propio carnaval, ese que tenía más olor a barrio y tambor que a plástico importado. Pero bueno, el mundo cambió, y con él, la forma en que nos bancamos nuestras caretas.

Si lo pensás bien, lo de Halloween tiene una mística parecida a lo que Barthes llamaba la “carnavalización”: ese rato donde todo se desordena, donde lo prohibido se vuelve permitido y lo serio se manda a mudar. Es como si por una noche el mundo te dijera “hacé lo que quieras, flaco”. Y eso, en una ciudad como Gallegos, donde el frío y la rutina te encajonan lindo, se siente como un soplo de aire (helado, pero aire al fin).
Porque seamos sinceros: disfrazarse es una excusa para mostrar lo que uno guarda debajo del poncho. En psicología, la máscara cumple ese doble rol: te tapa y te muestra al mismo tiempo. Te saca del papel que actuás todos los días —el que va al laburo, el que paga cuentas, el que hace como que todo está bajo control— y te deja sacar la sombra, el lado B, lo que no te animás a mostrar ni en pedo. Jung lo tiró clarito: todos necesitamos un rato para dejar salir a ese otro yo que tenemos guardado. Y Halloween es la coartada perfecta para hacerlo sin culpa.
Encima, si te ponés fino, la palabra “persona” viene del griego prósopon, que significa justamente “máscara”. En el teatro antiguo los actores se ponían caretas para representar distintos personajes, y de ahí se fue dando que “persona” terminó siendo “individuo”. O sea, desde siempre ser alguien implicó disfrazarse de algo. No existe identidad sin un disfraz, sin una pose que te calzás según dónde estés o con quién hables.
Y hoy, ni hablar. Vivimos poniéndonos caretas todo el tiempo: una para el laburo, otra para las redes, otra para la familia, y otra para la juntada con los pibes en el Quincho. Halloween no inventa nada nuevo, solo te lo refriega en la cara. Es una noche donde se sinceran las máscaras, donde todos entendemos —aunque sea inconscientemente— que somos un collage de personajes que conviven medio a los codazos adentro nuestro.
Por eso Halloween le ganó al carnaval. El carnaval era colectivo, barrial, de salir en patota con los vecinos. Halloween es más de esta época: individualista, pero con estilo. Cada uno arma su propio personaje, su mini película, su historia para la selfie. Es el espejo perfecto de este tiempo: cada quien con su careta, su filtro y su narrativa.
Así que cuando ves a los pibes corriendo por las calles disfrazados de vampiros, demonios o zombies con medias térmicas abajo del traje, no están solo copiando una moda yankee. Están, sin saberlo, jugando con lo más viejo de la condición humana: ser persona es ponerse una máscara. Y en una ciudad donde a veces todo parece igual, esa noche donde todos se disfrazan de otro se vuelve casi una rebelión. Una señal de que todavía hay un montón de versiones nuestras esperando su turno para salir a la calle.
Po @_fernandocabrera
Comentarios