¿Qué trastornos psiquiátricos revelan las cuatro camperas de Milei?
- Santa Cruz Nuestro Lugar
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Hay gestos que exponen más que mil discursos, y en política los cuerpos también hablan. En el de Javier Milei, las palabras se disuelven entre capas: cuatro camperas, una encima de otra, como si Buenos Aires estuviera bajo una nevada eterna. Pero no es frío lo que siente, che. Es otra cosa: un blindaje. Una forma de aislarse del entorno, del roce, del ruido humano que no puede procesar, como si todo lo que lo rodea lo desbordara mal.

Los psiquiatras suelen ver en ese tipo de conducta algo más que una rareza estética. Vestirse con muchas capas sin necesidad climática, más que una moda o una “fachita rara”, es un síntoma. A veces es la marca de una paranoia, ese estado de alerta constante donde el cuerpo se vuelve trinchera y la ropa, armadura. El paranoide siente que lo observan, que lo persiguen, que el mundo está lleno de enemigos. Milei habla de complots, de traidores, de fuerzas oscuras que lo acechan; su cuerpo parece responder a ese mismo guion, cubriéndose como quien se protege de una lluvia invisible, como si la vida fuera una guerra constante y él no pudiera soltar ni un segundo la coraza.
También puede tratarse de una desregulación térmica, típica de los cuadros psicóticos o bipolares, donde se pierde la noción del entorno y del propio cuerpo. El sujeto no siente el calor ni el frío de manera coherente, y elige las prendas por impulso o desconexión, medio en otra, desconectado del mundo real. Milei parece moverse en esa frecuencia, blindado en su burbuja sensorial, viviendo su propio microclima mental.
Otra lectura posible es la de la ansiedad persecutoria, esa sensación de estar siempre bajo amenaza, vigilado o expuesto, como si todos te estuvieran mirando y listos para bajarte el precio. Quien la padece busca contención física, algo que lo separe del resto, que lo proteja del contacto, como si el abrazo fuera un riesgo. Las cuatro camperas son su frontera con el pueblo: cuatro capas de distancia entre él y la gente, cuatro escudos de tela y cuero para no sentir el pulso de la calle ni oler el tufo del descontento.
Y también está la hipótesis más profunda: la del trauma. Hay quienes se abrigan porque el cuerpo pide peso, presión, sostén. La tela como abrigo emocional, como sustituto de un abrazo que no llega. Milei, que ha hablado públicamente de abusos en su infancia, quizá lleva las camperas como quien se envuelve en su pasado, intentando contener lo que todavía duele, haciendo de su outfit una especie de terapia improvisada, un abrazo textil para el pibe roto que todavía lleva adentro.
Por eso, como dijimos, más que un gesto excéntrico, lo suyo parece un síntoma. Las cuatro camperas son el refugio del que no tolera el contacto, del que teme al afuera, del que no puede confiar ni en su propia piel. Mientras el país tiembla por su flagelo económico y la gente hace lo que puede para no cagarse de hambre. Cuatro camperas, cuatro muros, cuatro maneras de decir “no me toquen”.
Pasando en limpio, las cuatro camperas sugieren cuadros paranoides y otros trastornos psicóticos como la esquizofrenia o el trastorno delirante; fases de desregulación del estado de ánimo propias del trastorno bipolar; trastornos de ansiedad con marcado componente persecutorio; alteraciones del procesamiento sensorial típicas del espectro autista; secuelas de trauma y trastorno de estrés postraumático en las que se busca contención física; demencias o deterioro cognitivo que modifican la percepción térmica; reacciones psicóticas o de desorganización asociadas al consumo de sustancias o a crisis agudas; y, en contextos adversos, conductas adaptativas de acaparamiento o protección innecesaria —todas lecturas posibles, no un diagnóstico certero, que bien corresponde a psiquiatras brindar; y no a este humilde redactor de Santa Cruz nuestro lugar, que solo intenta leer los signos del poder en un país donde hasta las camperas hablan.
Por @_fernandocabrera
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