San Valentín, Žižek, y el agua podrida de la ría
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- 14 feb
- 2 Min. de lectura
"Dedicado a mi amada compañera, también ferviente lectora de Žižek". Por Fernando Cabrera.

Cada año, el 14 de febrero se llena de promesas románticas. Globos en forma de corazón, chocolates envueltos en papeles brillantes y dedicatorias en redes sociales construyen una idea del amor ideal. Al respecto, el filósofo esloveno Slavoj Žižek propone una visión distinta: ¿amamos realmente a las personas o solo nos aferramos a la imagen que nos hacemos de ellas?
En el intento de encontrar a alguien especial, buscamos coincidencias pelotudas. Preferimos que la otra persona piense como nosotros, sea nuestra alma gemela, tenga gustos similares y comparta nuestra manera de ver el mundo. En pocas palabras, en el amor apostamos por ser planta permanente y no monotributistas. No queremos arriesgarnos. Y ese cálculo meticuloso nos aleja del verdadero amor, que no se trata de hallar una versión hecha a medida, sino de aceptar a alguien con todo lo que es.
El problema surge cuando la realidad se impone. Quien nos gusta nunca es exactamente como lo imaginamos. El amor no es un concepto pulido ni un cuento sin grietas. Es caótico, contradictorio, lleno de momentos imperfectos. Soñamos con una relación sin conflictos, y sin los aspectos incómodos que preferiríamos ignorar. Pero así como no existe un mundo sin desechos, tampoco hay vínculos sin imperfecciones.
Žižek sostiene que el amor genuino no edulcora ni disfraza. No se trata de exaltar solo lo que nos agrada, sino de abrazar lo incómodo, lo incierto, lo que desafía nuestras expectativas. Elegir a alguien implica asumir que habrá roces, desencuentros y sorpresas.
Para explicarlo mejor, enamorarse de verdad es como decidir meterse a nadar, pescar, o pasear en kayak en las aguas de la ría de nuestra ciudad capital que de hecho no es un lago transparente ni una pileta impecable. Es una entrada marítima atravesada por el arrastre del barro podrido, la basura, la descarga de la mierda cloacal de los vecinos y de los frigoríficos. Sin embargo, en medio de esa turbulencia, los riogalleguenses nadamos a sabiendas de que no será un agua perfecta, pero es la porquería que elegimos al fin.
Contrario a esto, el marketinero San Valentín nos vende la idea de una historia sin manchas, sin desbordes, cuando el amor tampoco es un ideal inmaculado; sino una apuesta incierta, una entrega sin garantías. Y en esa renuncia a la perfección radica lo verdaderamente copado. Así que, en esta fecha, tengamos más respeto con los valientes que se arrojan a las aguas cochinas de nuestra costanera, porque en ellos pervive la medular metáfora de apostar sin miedo por el amor verdadero.
Por @_fernandocabrera
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