1968: El primer baile hippie en Río Gallegos
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 29 may.
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Era 1968 y el mundo ardía en sueños de revolución, amor libre y guitarras que sonaban como una licuadora poseída. En París volaban los adoquines y los estudiantes le ponían el cuerpo a la utopía, mientras en Woodstock se cocinaba la gran misa pagana del rock. Y acá nomás, en nuestro ventoso y olvidado confín del mapa, Río Gallegos tiraba magia con "el primer baile hippie" en el gimnasio “Tito” Wilson del Hispano Americano. Una ráfaga de flores entre la escarcha, un quilombo de colores bajo el cielo patagónico.

Aquella noche fue de antología para los que la vivieron. Un grupo de pioneros del desparpajo se mandó de cabeza al delirio del flower power. Según la foto que exponemos a continuación, en el piso, sentadito como un Buda pasado de ácido, Carlitos Portela abría la escena. A su lado, alineados de izquierda a derecha: Miriam Pérez, Jorge Merlo, Ana María Fernández Fanjul, Sonia Pérez y la inolvidable Mary Alonso. Detrás, como cuidando el aura mística de todo ese bardo, el querido Tito Melo, una leyenda viviente del Hispano.
La locura tuvo realeza: la Reina de los Hippies fue Mary Alonso, que con su facha libre y su andar sin vueltas se ganó la corona de margaritas. Y el Rey fue nada menos que Alberto Rafael “Lechón” Garrido, que a pesar del apodo, tenía un carisma que rompía el termómetro. El primer premio era un flash: ¡una cena con Leo Dan! que justo andaba cantando por estos pagos. El segundo: un vale para gastarse todo en la Tienda Tehuel del turco Alfredo Yabra, boutique emblema de la época, donde las polleras y los sueños volaban parejito.
Las chicas llevaban las piernas pintadas con psicodelia pura, arte cortesía de Julio Ernesto Portela. Todo esto, lo sabemos gracias a los recuerdos de la mismísima Mary Alonso, que tiró la posta con lujo de detalles.
Pero, ojo… no todo en el mundo era paz, amor y palo santo.
Mientras el hipismo florecía con su mantra de “hacé el amor y no la guerra”, en los pasillos del Pentágono (EE.UU) ya se olfateaba otra jugada. Lo que parecía una ola genuina de liberación juvenil, tenía raíces bien podridas, regadas en laboratorios yankis de control social. Y esto no es humo ni paranoia de fumón: hay documentos desclasificados que lo respaldan, y trayectorias bastante turbias.
Después de la Segunda Guerra, el existencialismo —con Sartre, De Beauvoir y Camus a la cabeza— venía metiendo presión en Europa. Se plantaba contra el sistema, la fe ciega, el conformismo. Y esa movida se empezó a colar en los escritores del beat norteamericano, que no eran ningunos giles. Las élites de EE. UU. temían que esa corriente hiciera raíces entre los pibes, que generara una juventud jodidamente pensante, con capacidad de rebelarse en serio.
Entonces, desde la trastienda de la CIA y el Pentágono, se armó una contraofensiva cultural: el hipismo, y más adelante, toda la movida New Age. No como expresiones libres, sino como válvulas de escape, diseñadas al detalle para transformar la angustia existencial en evasión espiritual. El plan era claro: que los pibes se iluminen, sí, pero sin romper las bolas demasiado.
Uno de los cerebros detrás de esta ingeniería fue el doctor Sidney Gottlieb, capo del proyecto MK-Ultra, que en sus experimentos metió LSD hasta en la sopa, muchas veces sin que los pibes supieran. Otro jugador: el psiquiatra Louis Jolyon West, especialista en técnicas de lavado de coco, laburando desde la Universidad de California. Toda esa investigación en drogas, meditación, yoga, percepción extrasensorial, autoconocimiento fue bancado por fundaciones truchas como The Human Ecology Fund.
Y en el reparto también aparecieron científicos reciclados del nazismo gracias a la Operación Paperclip. Entre ellos, Werner von Braun (el mismo que después fue figura en la NASA) y Hubertus Strughold, vinculado a experimentos de control fisiológico y mental. A todo esto, del lado yanqui, metían ficha tipos como Timothy Leary, Gregory Bateson y Aldous Huxley —un escritor de la puta madre, que terminó hasta el cuello en esta rosca. Leary, por ejemplo, hacía “viajes” con LSD desde Harvard, con financiamiento y toda la bola. Y Bateson, que había trabajado en la OSS (precursora de la CIA), fue clave para meter el pensamiento New Age desde el Instituto Esalen, un laboratorio espiritual bancado por multimillonarios y vigilado de cerca por agencias federales.
¿La idea? Despolitizar a los pibes. Cambiar la angustia por mantra, la rebeldía por incienso, el grito de protesta por el susurro interior. O sea: transformar a los posibles Sartres yankis en gurúes con túnica, consumidores de cristales y tipos que hablaban con árboles, que creían en la vibración, pero que no te movían un pelo del statu quo.
Y entre tantas herramientas de control social, no podemos olvidar al famoso “detector de la verdad” de William Moulton Marston —sí, el mismo loquito que creó a la Mujer Maravilla—, que medía sumisión emocional desde los años ‘30. Todas estas técnicas no eran delirio: eran parte de una maquinaria de vigilancia psicosocial finamente aceitada.
Por eso, tampoco sorprende que muchos hoy confundan el New Age con la brujería. Pero la brujería, posta, es otra cosa. Es una práctica vieja como el mundo, hija bastarda de la alquimia, con los pies bien puestos en la tierra. Lo otro, el hipismo fabricado, fue un disfraz, una pantalla para que los jóvenes dejaran de ser peligrosos.
Y no fue casualidad que en pleno brote pandémico en Estados Unidos (sí, otra gripe originada en los puertos chinos, como el COVID décadas después), a nadie le haya importado que se hiciera Woodstock en 1969. Los dejaron hacer, porque sabían que era una celebración controlada y que si se morían estaba todo bien. Mucho humo, mucha canción, mucha paz… pero ninguna amenaza real. Marchaban, sí. Cantaban, también. ¿Pero frenaron la guerra de Vietnam? Ni en pedo. Porque no tenían herramientas políticas.
Y por eso, en la dictadura argentina tampoco molestaban películas como "El profesor hippie" (1969), con Sandrini haciendo de tipo buena onda, despolitizado, colgado, ajeno al quilombo de fondo. Justo el modelo de juventud que al poder le servía.
¿Y sabés qué? No debería sorprenderte que el New Age —con su tonito amable y su discurso lleno de glitter— termine siempre reproduciendo roles patriarcales y lógicas de derecha. Machismo camuflado en “energías masculinas y femeninas”, jerarquía disfrazada de sabiduría ancestral, obediencia vendida como armonía cósmica.
Y vos, que estás leyendo esto en "Santa Cruz nuestro lugar", ¿no tenés un amigo, pariente o vecino que se volvió medio gurú? Uno de esos que se fueron al campo, que ya no quieren saber nada con la política, que se meten en conspiranoias místicas para no comprometerse con los problemas reales y cultivan la irresponsabilidad afectiva.
Hoy, hay muchos así. Pero eso no le quita —¡para nada!— la mística, la alegría, la chispa sincera de aquella primera fiesta hippie en Río Gallegos. Fue nuestra. Fue libre. Y entre el viento y la historia, brilló con luz propia.
Por @_fernandocabrera




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