¿A qué chucha vino Darwin a la Patagonia?
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- hace 5 días
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Si Charles Darwin hubiese sido argentino, seguro que hoy tendría su propio mural en alguna esquina de Río Gallegos, con mate en mano y un ñandú petiso al lado. Porque la posta es que gran parte de lo que después se convirtió en su famosa teoría de la evolución arrancó en la mismísima Patagonia, allá por la década del ’30 del siglo XIX.

El naturalista inglés llegó en el HMS Beagle el 27 de diciembre de 1831, cuando zarparon de Plymouth. Para el 1 de enero de 1833, ya andaba desembarcando por estas costas ventosas. En su derrotero por el Atlántico sur, Darwin hizo pie en Puerto Deseado, Puerto San Julián, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
Pero ojo, no fue un simple paseo turístico. Para poder internarse en territorio patagónico necesitó una venia política: el mismísimo Juan Manuel de Rosas, que en ese entonces era el hombre fuerte de la Confederación, le firmó un salvoconducto en 1833 para que pudiera remontar el río Santa Cruz con un puñado de hombres. Ahí Darwin se mandó una de sus exploraciones más pesadas: 300 kilómetros río arriba, en pleno mayo de ese año, bancándose el viento y el frío.
Lo que encontró no fue poca cosa: fósiles gigantes de mamíferos extinguidos en Punta Alta (cerca de Bahía Blanca), restos de gliptodontes y megaterios que le volaron la cabeza, porque estaban relacionados con especies vivas de la zona, como los armadillos. Y en el sur, el hallazgo del “ñandú petiso” de Santa Cruz lo dejó recalculando: ¿cómo podía haber dos especies casi iguales, pero con diferencias según el ambiente?
El viaje también lo llevó a Tierra del Fuego, donde convivió con los yámanas. Darwin quedó shockeado con el contraste entre sus costumbres y las de los europeos: no tardó en anotar que la cultura también parecía “evolucionar”.
En sus apuntes, más tarde volcados en “El viaje del Beagle” (1839), Darwin empieza a rumiar esas ideas que luego, en 1859, cristalizarían en “El origen de las especies”. La Patagonia, en definitiva, fue para él como un laboratorio a cielo abierto, lleno de fósiles, ñandúes esquivos y paisajes que te dejan pensando en cómo se arma y se desarma el mundo a lo largo de los siglos.
Y pensar que todo arrancó porque Rosas le estampó la firma en ese permiso. Ironías de la historia: el Restaurador, que quería orden y tradición, sin darse cuenta terminó habilitando la primera gran sacudida contra la idea fija de la creación divina.
Cómo sea, Darwin recorrió buena parte de la Patagonia durante el viaje del Beagle y lo que más lo marcó fue la inmensidad desierta de las llanuras. Escribió: “En toda la Patagonia, desde el Río Colorado hasta el Estrecho de Magallanes, el viajero no encuentra una sola casa; por todas partes se extienden áridas llanuras, que se asemejan a un mar petrificado.” La imagen que transmitía era la de un mundo detenido, sin variación y sin refugio humano.
La impresión que le causaba la naturaleza era tan fuerte que subrayó lo desolado del paisaje: “Es imposible imaginar nada más desolado que la vista de la inmensa llanura patagónica. La tierra, el aire y el agua, todos parecen desprovistos de vida.” Esa ausencia lo conmovía y lo llevaba a pensar la Patagonia como un territorio sublime, donde la belleza surgía precisamente de la soledad. Por eso anotó: “La soledad sublime de la Patagonia imprime en el espíritu una melancolía que no se olvida jamás.”
En su travesía por el río Santa Cruz, al avanzar hacia la cordillera, se topó con evidencias de un pasado remoto. Allí, al excavar en las gravas, halló huesos fósiles que lo llevaron a reflexionar sobre mundos extinguidos. Él mismo lo dejó escrito con claridad: “En estas gravas encontré los restos de enormes animales extinguidos, que en otro tiempo vivieron en la tierra firme. Es imposible dudar de que estas llanuras desoladas hayan sido escenario de una creación anterior, poblada por gigantescos cuadrúpedos.”
Y así, entre fósiles, vientos que te despeinan el alma y silencios más largos que una ruta sin fin, Darwin terminó viendo en la Patagonia algo más que un paisaje: vio una pista del rompecabezas de la vida. Tal vez no lo sabía, pero esas caminatas entre piedras y ñandúes fueron el primer paso hacia una revolución científica que todavía nos sacude.
Quién diría que desde este sur, donde el viento te culea sin permiso y parece que no pasa nada, salió una de las ideas más potentes de la historia moderna (tanto que terminó siendo utilizada por los Nazis, pero esa es otra historia) . Al final, capaz que la pregunta no era a qué chucha vino Darwin, sino por qué todavía seguimos necesitando venir hasta acá para entender cómo funciona el mundo.
Por @_fernandocabrera




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