Amigo: ¡Te zarpaste en filtro!
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- 9 may
- 2 Min. de lectura
¿A quién no le pasó de cruzarse con un/a amigo/a por la Avenida Kirchner, pararse a charlar un rato y pensar: "¡Apa! Qué hecho verga está..."? Pero claro, en las redes parecía salido de una publicidad de cremas anti-age. Lo mismo te puede pasar si te animás a una cita armada por Tinder: en las fotos, una bomba; en persona, otra historia.

Ese desfasaje entre lo que vemos online y lo que tenemos enfrente tiene que ver, por un lado, con la falta de aceptación propia, y por el otro, con lo que proponen las redes, que están recontra enfocadas en mostrar imágenes y videos donde todo se ve más lindo de lo que es.
Cuando las plataformas se avivaron de que la gente no se bancaba verse al natural —porque, seamos honestos, el tiempo pasa para todos—, metieron los filtros de belleza. ¿Y qué lograron? Que nos enganchemos más. Pero también nos entrenaron para relacionarnos con versiones digitales de la gente: una especie de humanos de mentira, todos tuneados, que encima terminan siendo referentes, influencers, ídolos.
Hoy por hoy, muchos ven a estos humanos sintéticos como lo máximo. Y lo loco es que los creadores ya están pidiendo que se los empiece a integrar en otras plataformas. O sea, no alcanza con verlos en Instagram o TikTok: quieren que estén en todos lados.
Desde lo social, esto cambió el concepto de belleza. Las redes instalaron nuevos estándares que son prácticamente imposibles de alcanzar si no tenés diez filtros encima o una buena dosis de bisturí. Y estar todo el tiempo viendo esas imágenes ideales nos mete una presión tremenda: sentís que si no cumplís con ese molde, quedás afuera. Así, terminamos en una competencia constante, comparándonos todo el tiempo, y eso va rompiendo los lazos reales entre personas. Todo se vuelve más superficial, más de cartón pintado.
Desde lo psicológico, los filtros hacen estragos. Te cambian la percepción de vos mismo. Empezás a verte mal sin ellos, te baja la autoestima, y en casos más jodidos, podés terminar con dismorfia corporal. Es decir, obsesionarte con supuestos defectos que en realidad nadie ve —o que directamente no existen—. Y ahí es donde aparece el cirujano como el nuevo mejor amigo.
A nivel global, el tema también hace ruido: ¿qué tan auténtico es lo que mostramos? ¿Cuánto hay de verdad en esa selfie perfecta? Las imágenes retocadas están por todos lados y generan expectativas que no se pueden cumplir, ni en lo laboral, ni en lo social, ni en lo afectivo. Y claro, todo eso te termina afectando la cabeza: te llenás de ansiedad, te bajoneás, y encima te cuesta cada vez más aceptarte tal cual sos.
Al cierre de esta columna, no sé qué pensará el querido lector de "Santa Cruz nuestro lugar", pero este humilde redactor opina con una frase tarjetera que "en un mundo de filtros, mostrarse real se volvió casi un acto revolucionario".
Por @_fernandocabrera
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