Así llegó la brujería a Río Gallegos
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 14 ago
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En 2005, un libro desruptivo vino a patear el tablero de la literatura urbana riogalleguense: "El humor de los espíritus", de Flora Rodríguez Lofredo. Impreso en febrero de 2006 en Río Gallegos, con una modesta tirada de 500 ejemplares, reunió relatos inspirados en hechos y personajes reales de la ciudad, nutridos por fuentes como La Nación (Buenos Aires y la edición local), La Opinión Austral, Clarín y la revista Variedades.

En su índice, entre historias como “El preso”, “La mecedora”, “Bar La Curva del Carancho” o “Una mujer en el camino”, aparece en la página 87 uno de sus relatos más picantes: “Laguna María la Gorda”. Allí, Rodríguez Lofredo reconstruye un episodio de 1912, cuando aterrizó en la ciudad una adivina asturiana llamada Rosario. La mina no vino liviana: se trajo desde su tierra natal un equipaje que era dinamita cultural, con grimorios bajo el brazo, incluido el famoso Ciprianillo —esa especie de “biblia” brujeril atribuida a San Cipriano, brujo devenido cristiano, cargada de conjuros, exorcismos e invocaciones que se pasaban en voz baja por la península ibérica desde hacía siglos.
Rosario primero recaló en Punta Arenas, Chile, donde ya la brujería europea estaba bien plantada gracias a la influencia de la Recta Provincia, esa cofradía chilota que mezclaba rezos católicos con pactos marinos, ungüentos de vuelo y magia indígena. Un sincretismo con más capas que una cebolla y un pie firme en la política comunitaria: porque ojo, no eran solo brujos, eran también una organización con códigos, jerarquías y una forma de autogobierno que al Estado chileno no le gustaba una chucha.
Desde ahí se cruzó la estepa hasta Río Gallegos, y se instaló en una laguna que en esa época quedaba bastante lejos del caserío. Su “oficina” era una mezcla entre tarot y show: bola de cristal, un loro parlante llamado Perico que tiraba nombres como si fuera buchón y elegía tres cartas con el pico para que ella las interpretara. La gente, mitad fascinada y mitad cagada de miedo, la empezó a ubicar rápido.
La historia que le dio nombre a la laguna fue de novela. Una mujer grandota y celosa fue a consultarle por la fidelidad de su marido. Perico cantó la justa, tiró el nombre de la amante, y la mina, en un trance que ni Freud explicaría, se fue derechito a la laguna y se ahogó a lo Alfonsina Storni. Cuando se supo que se llamaba María, el lugar quedó bautizado como “Laguna María la Gorda”.
Este relato, que combina hechicería europea importada por Chiloé y magia indígena, sigue vivo más de un siglo después. Incluso se reinventó en clave musical con el “Blues de María la Gorda”, compuesto por Cabrera y Coniglio, que sonó por primera vez hace un año en el Teatro Marinero en manos de la banda Ecléctika. Una prueba más de que Río Gallegos no se hizo solo de viento, ovejas y petróleo, sino también de loros buchones, grimorios y tragedias que ni el tiempo puede borrar.
Pero ojo, que no todo es romanticismo brujeril. Hoy, el New Age —ese invento yankee cocinado en el Pentágono para despolitizar a la gente— se chorea símbolos y discursos de la brujería para venderlos en ferias místicas, cursitos online y retiros “espirituales” que te cobran como si fueran vacaciones en Cancún. Palo santo importado, “rituales” que mezclan runas nórdicas con sahumerios andinos, cuarzos “programados” y chamanismo exprés de fin de semana. Todo envasado con un marketing dulzón que no tiene nada que ver con la raíz combativa de las brujas posta.
En ese licuado de glitter y autoayuda, la brujería deja de ser trinchera contra el poder para convertirse en accesorio fashion. La bruja que antes desafiaba jerarquías ahora es una influencer de Instagram con filtros dorados y frases motivacionales. Lo que antes era conjuro contra el opresor, ahora es mantra para “atraer abundancia” mientras te venden el kit completo en tres cuotas sin interés.
Y ahí es donde la comparación con la Recta Provincia pega fuerte. Porque esa hermandad chilota, más allá de la magia, tenía un proyecto político y comunitario. No era humo ni feria, era resistencia organizada. El New Age, en cambio, fue diseñado para que no armés ni una murga de protesta. Un disfraz espiritual para que, mientras meditás en tu living, el sistema te siga metiendo la mano en el orto.
Así que, lector de Santa Cruz nuestro lugar, quedate con esta postal de Flora Rodríguez Lofredo. Porque si bien la historia de Rosario y María la Gorda tiene su cuota de magia, también nos recuerda que hay brujerías que se plantan, y otras que te venden por redes sociales.
Por @_fernandocabrera




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