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Día del Periodista: ¡Basta de edulcorar a Rodolfo Walsh!

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • hace 4 horas
  • 3 Min. de lectura

Hay un Rodolfo Walsh de peluche que circula en las universidades, en los tuits con fotito en blanco y negro, en los posteos en donde todo termina con una moraleja. Un Walsh domesticado, convertido en estampita del “periodismo comprometido”. Te lo venden como el periodista valiente, el hombre que escribió Operación Masacre por puro amor a la verdad, como si se hubiera despertado una mañana con culpa liberal y se hubiera puesto a escribir por indignación cívica.

Ese Walsh, el del bronce mojado en lágrimas, es cómodo. Es útil. No molesta. Sirve para que muchos periodistas actuales –que no se jugarían ni el café con leche por una causa– puedan emocionarse desde la distancia sin sentirse interpelados. Lo que no quieren contar es que Rodolfo Walsh no era solo un periodista con convicciones: era un espía entrenado, un cuadro revolucionario que sabía leer mensajes cifrados, interceptar comunicaciones y escribir como quien deja una bomba bien puesta.


Porque sí, Walsh estuvo en Cuba. No fue a hacer turismo ideológico. Fue parte de Prensa Latina, sí, pero también del entramado de inteligencia que se estaba armando en plena Guerra Fría. En La Habana aprendió criptografía, contrainteligencia y también adiestramiento militar y armamentismo, porque en esa época nadie se pensaba la revolución sin saber cómo manejar un M-1. Walsh no solo tipeaba rápido: también sabía cómo operar un arma.


Se dice –y con bastante fundamento– que interceptó un mensaje de la CIA que anticipaba la invasión a Playa Girón. Traducción: ayudó a desbaratar una ofensiva militar yankee. No con una nota de opinión como esta, sino con técnica, cabeza fría y entrenamiento. Y sí, sabía lo que hacía. Porque lo habían entrenado para eso.


Como tantos otros intelectuales que pasaron por La Habana en los 60, Walsh salió de ahí con más que ideas: salió con método. Jorge Ricardo Masetti, Rodolfo Puiggrós, incluso García Márquez: todos aprendieron que en la guerra de información, las palabras también matan. Pero no cualquier palabra: las que se piensan con estrategia, no con dulzura.


Cuando volvió a Argentina, Walsh no se fue a tomar un vermut a la redacción. Se metió en la inteligencia de Montoneros. Dirigía el área de informaciones. Armaba fichas, elaboraba mapas, clasificaba objetivos. Su famosa Carta Abierta a la Junta Militar no fue un acto de ética abstracta: fue una operación. La escribió en caliente, un día después de que su hija fuera abatida. La firmó sabiendo que lo estaban cazando. Y la soltó como quien dispara con precisión quirúrgica.


Pero claro, esa parte no garpa. No se enseña. No entra en el cuadrito de “periodismo valiente”. Porque incomoda. Porque hace ruido en una época donde el periodismo prefiere los eufemismos, las entrevistas sin filo, los análisis sin sangre. Y recordar que Walsh sabía usar una ametralladora igual que una Remington, les arruina la postal.


No es que no haya sido un gran periodista: lo fue. Pero fue más que eso. Fue un combatiente. Un militante lúcido. Un operador con preparación técnica. No escribía para "abrir conciencias". Escribía para hacer daño. Para marcar objetivos. Para atacar desde la palabra como quien dispara desde una ventana.


Entonces, bajen a Walsh del póster. Sáquenle el almíbar. Y mírenlo entero: con su pluma afilada, su adiestramiento en armas y su convicción de que la revolución también se escribía, pero con puntería.


Porque Walsh no escribía con el corazón: escribía como un francotirador. Y eso es algo que a este humilde redactor de "Santa Cruz nuestro lugar", le fascina.

Por @_fernandocabrera

 
 
 
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