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El cine: La cárcel perfecta de los lúcidos

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 3 ago
  • 3 Min. de lectura

Sos antisistema, decís. Sos de los que no comen vidrio, de los que sospechan de todo, de los que no se dejan domesticar. Pero después te sentás en el sillón, bajás la persiana, le das play a una peli del director yanki Christopher Edward Nolan… y sentís que te hacés el bocho. Que pensás. Que sos distinto. Eso, justamente, es la prueba de que el sistema te domó mejor que a nadie.

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Y si pensar mucho fuera, en realidad, la mejor forma de no sentir nada… ¿No estaremos confundiendo lucidez con alienación high tech? No es solo una pregunta para el psicólogo o para un carrete de trasnoche con los compas: es la médula de un cine que viene disfrazado de arte complejo, pero que no es otra cosa que filosofía enlatada para mentes ansiosas de sentirse “distintas” dentro del mismo sistema.


Ahí está Nolan. El tipo filma como si fuera un matemático con crisis existencial. Todo es espectacular, cronometrado, lleno de giros, paradojas, espacios-tiempo y arquitecturas imposibles. Sueños dentro de sueños. Explosiones que van para atrás. Hombres que envejecen en planetas que giran al ritmo del piano de Zimmer. Todo muy serio. Muy profundo. Muy para el aplauso lento del espectador que se siente un poquito más vivo porque “entendió”. O peor: porque no entendió pero igual se sintió especial.


Pero pará. Miremos bien. Detrás de esa maraña de fórmulas y acertijos que le dan orgasmos cerebrales a la clase media universitaria, ¿qué hay? Siempre lo mismo: policías, corporaciones, agentes secretos, científicos salvando al mundo. Héroes racionales que reprimen la emoción para restablecer el orden. Nolan te vende el caos como escenario, pero el libreto siempre termina con el sistema fortalecido. Es como una dictadura disfrazada de laberinto onírico.


No hay revolución en su cine, hay simulacro. No hay ruptura, hay looping. No hay política, hay diseño. Y lo más perverso: te hace sentir que cuestionás mientras en realidad admirás. Admirás el mecanismo. Admirás la trampa. Admirás cómo se acomoda todo otra vez. Pensás que estás despierto, pero estás soñando el sueño más cómodo de todos: el de la cárcel perfecta donde te convencieron de que pensar ya es hacer.


En el fondo, Nolan no te quiere subversivo. Te quiere fascinado. No quiere que te incomodes, quiere que te sientas listo. Es cine para gente que le tiene miedo al corazón, pero se masturba con la lógica. Cine para mentes brillantes que no se animan a llorar. Como quien mira el abismo con una regla y una escuadra.


Y esto, ojo, no pasa tan así con otras artes. Porque el cine tiene algo único: nunca dejó de evolucionar a saltos cuánticos. Mientras la literatura se reinventa por dentro y la pintura se pelea con su propio trazo, el cine salta de formato en formato, de tecnología en tecnología. Cambia el cómo pero no siempre el para qué. Y en ese vértigo evolutivo, vos te dejás llevar creyendo que estás siendo parte de una vanguardia, cuando en realidad solo estás en la cinta de correr del entretenimiento premium.


Mientras vos te sentás en la butaca creyendo que estás hackeando la Matrix, lo único que hacés es aplaudir su elegancia. Y al salir, el mundo sigue igualito. Con sus jefes, sus bancos, sus algoritmos y sus tragedias normalizadas. El sistema no necesita que no pienses, necesita que pienses mucho... pero siempre dentro del plano que él mismo diseñó.


Nolan es el genio del diagrama. El mago del orden camuflado. Te distrae con complejidad para que no sientas el hueco emocional que te dejaron. Y si pensás que eso es arte, puede ser. Pero también puede ser resignación con efectos especiales.


Entonces, ¿pensar es subversivo? Sí. Pero solo si pensás con el cuerpo, con las tripas, con el dolor, con el amor que se te sale por los poros. No solo con la cabeza metida en un algoritmo.


Porque si no, sos apenas un preso que le agradece al carcelero por haberle dado una celda con forma de rompecabezas.


Y no te lo digo desde afuera. Este humilde redactor de Santa Cruz nuestro lugar elige hablar de Nolan porque, justamente, Nolan es su carcelero favorito. Y esta columna, quizás, no sea más que su forma de seguir admirando los barrotes.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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