El consumo de falopa en Río Gallegos
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 27 jun
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Este humilde redactor que te escribe no habla desde la teoría, ni desde el prejuicio, ni desde el púlpito moralista. Habla desde la experiencia. Porque sí, yo también me la di en la pera. También me subí a esa montaña rusa que arranca con risas, porro, alcohol la, y termina con la cara contra el asfalto. También me creí el más piola de la noche, el más rápido del boludeo, el que más aguantaba. Hasta que un día me encontré solo, hecho mierda y preguntándome cómo carajo llegué ahí. Por eso ayer, 26 de junio, en el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, estuve en la firme postura de "no me vengan con campañas tibias ni afiches color pastel. Vamos a hablar en serio. Vamos a hablar de falopa".

Porque en este país la cocaína —esa sustancia traicionera— tiene más apodos que vergüenza: merluza, merme, fafá, merka, frula, pala, nieve, la dama blanca, la reina, el polvito mágico, papelito, caramelo, la que no te deja dormir, la que te hace el superado. Y podríamos seguir toda la tarde. Cada generación le inventa su nombre, pero el resultado es el mismo: te arranca la cabeza y te deja vacío.
Una curiosidad: "merka" no es un invento del lunfardo por sonar canchero. Viene de Merck, el nombre de los laboratorios alemanes que en el siglo XIX industrializaron por primera vez la cocaína en polvo, para uso médico y terapéutico. Sí, así como lo leés: la palabra que hoy asociamos al bajón y al desastre personal, tiene raíces farmacéuticas bien registradas. Era la "cocaína de Merck", y de ahí, directo al lunfardo y a la calle.
Un sabio en nada dijo alguna vez que la merca es una droga de estaciones. Y tenía razón. Primero te florece la primavera: todo es risas, energía, sentirse Súperman. Después te lleva el verano: más joda, más excesos, más boludeces. Luego cae el otoño: empezás a perder cosas, a hacer cagadas. Y, sin darte cuenta, llega el invierno. Un invierno oscuro, largo, frío, sin retorno. Y lo peor es que vos pensás que seguís teniendo el control. Mentira. La falopa maneja el volante y vos vas atrás, con los ojos vendados.
Y no es solo una autodestrucción personal. La frula se lleva puesto a todo tu entorno. Rompe vínculos, desarma familias, borra amistades, pulveriza el amor. Te convierte en otra persona. Y no en una mejor. En un monstruo. En alguien que miente, que roba, que se degrada.
Y hablando de monstruos, uno de los textos que mejor captó lo que la merka saca de adentro fue El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. El tipo era consumidor crónico de cocaína, y escribió esa novela durante una de sus largas noches bajo los efectos del polvo. No es casual que el relato trate de un tipo bueno y correcto que, gracias a una pócima, deja salir su versión más violenta, sádica, brutal. Porque eso hace la merca: te saca a pasear a tu Mr. Hyde. Te desdobla, te corrompe, y te hace creer que vos no tenés nada que ver con lo que hiciste. Pero sí, eras vos.
Maradona, ídolo eterno, es el ejemplo más crudo de esto: todo lo feo que hizo, lo hizo falopeado. No hay margen de autogobierno cuando estás hasta las manos.
Incluso Freud, con su bata blanca y su barba prolija, la defendía. En 1884 la promocionaba como elixir para levantar el ánimo. Se la recetaba a sus pacientes. Hasta él mismo la consumía. En esa época, en Argentina, se vendía en boticas, en estado puro, para aliviar várices. Pero claro, no faltó el tanguero que la olfateó, le gustó, y cambió el bandoneón por el rock de la autodestrucción.
En la política... bueno. ¿Querés que te diga? En la política local, la fafá está más presente que el himno en los actos escolares. Tranquilos, no vamos a dar nombres (todavía), pero si sabés leer entre líneas, sabés que el 80% de los que toman decisiones la conocen más que el reglamento del Concejo Deliberante.
Mirá el ejemplo de Catamarca. Netflix te lo vende como un femicidio, y sí, fue un femicidio, pero hay que decirlo todo. Lo de María Soledad Morales en 1990 fue el delirio criminal provocado por el descontrol de hijos del poder, pibes criados entre privilegios, política y merka. La historia es más simple y más turbia de lo que te muestran: bajo el gobierno peronista de Ramón Saadi, Catamarca funcionaba como una pista de aterrizaje narco donde la merka llegaba de Bolivia y Perú en estado puro y se repartía para todo el país. Esa sustancia de altísima pureza terminó en las narices de los hijos de políticos radicales y peronistas que, en una noche de locura, hicieron el desastre que conocemos como el "caso María Soledad". Un crimen atroz, sí, pero no producto solo del machismo o la impunidad: también fue la consecuencia directa de un Estado provincial tomado por el narcotráfico y la corrupción.
Y cuanto más lejos está del punto de origen, más cortada te llega la merluza. En cada posta, le meten algo: polvo de fluorescente, talco, creatina, venenos, bicarbonato... cualquier porquería. En Río Gallegos, la frula que llega por tierra es más una mezcla de cosas que una droga. Y por favor, ni hablemos del ingreso aéreo, porque ahí sí nos llevan en fila con esposas y la banda sonora de Narcos de fondo.
La historia no arranca con el trap ni con la cumbia villera. La cocaína se metió en Argentina como política de Estado durante la dictadura militar. Entraba por el Río de la Plata, navegando, y descargaba en Rosario, que ya en los ’80 empezaba a consolidarse como nodo de distribución. Desde ahí, al resto del país, como si fuera pan caliente. Rosario, hoy detonada, es hija directa de ese pasado. Y nadie quiere hablar de eso.
Acá en Gallegos es pueblo. Y en los pueblos, todos se conocen. Sabés quién vende, sabés quién compra, sabés quién se la da. Y si querés conseguir, no hace falta ni salir. Te la traen. Hay pibes que la reparten como si fueran Pedidos Ya del infierno. Por WhatsApp o Telegram, arreglás. La cana lo sabe, tiene todo pinchado. Saben quién es un “pajarito” (el que consume y reparte al menudeo) y quién es el transa mayorista. A ese lo revientan... si no está protegido, claro (guiño, guiño). El transa también termina quemado. Tarde o temprano, la merme no perdona.
La escena siempre es la misma. La bolsita llega. Se corta en líneas con una tarjeta de débito sobre un plato. Se reparten. Se cree que todo está bien. Hasta que se termina. Y ahí viene el infierno: el bajón. Palpitaciones, paranoia, ataques de pánico. Algunos terminan en la guardia de Medisur o el Hospital temblando, convencidos de que se van a morir. Si tenés suerte, el médico te da un clona, te hace esperar cuarenta minutos, y te vas a tu casa con la cabeza baja y el alma hecha un estropajo. Al otro día, no dormiste nada. Y te duele el cuerpo. Pero más todavía, te duele el alma.
Salir es difícil. Redifícil. Y si no es por decisión propia, no pasa. El único que puede sacarte de esa es uno mismo. Pero ahí viene la otra parte jodida: la soledad. Porque cuando dejás de falopearte, los supuestos amigos desaparecen. Ya no sos el copado. Ahora sos el ortiva que se las da de superior a los demás. Y muchas otras relaciones también se pierden. Porque en el viaje te mandaste cada cagada... que mejor ni hablar. Pero si aguantás, si seguís firme, empiezan a aparecer otras personas, otras conexiones, otras formas de vincularte. No con la “sociedad”, como dicen los folletos. Con vos mismo. Porque volvés a sentir, volvés a dormir, volvés a vivir.
Entonces no. No hay nada bohemio en la frula. No hay glamour, ni poesía, ni arte. Hay miseria. Hay locura. Hay desesperación.
Ayer fue el Día Internacional de la Lucha contra las Drogas. No lo dejemos pasar como una efeméride más. Hablemos sin caretas. Aunque duela. Aunque nos toque. Porque del otro lado hay pibes, hay familias, hay vidas que todavía están a tiempo de bajarse del tren antes de que descarrile. Yo pude. No fue fácil. Pero pude. Y si estás leyendo esto y estás en la misma... vos también podés. Pero primero tenés que querer.
Por @_fernandocabrera




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