top of page

El feminismo al volante en Río Gallegos

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 6 ago
  • 3 Min. de lectura

Me subo al bondi como todos los días, medio dormido, con las manos frías y los auriculares puestos. Me agarro del pasamanos, busco equilibrio entre los saltos de calle Ramón y Cajal y me clavo en el asiento de siempre. Levanto la vista y la veo. Una de ellas. Y ahí nomás se me activa el bocho. Porque cada vez que una mina agarra el volante, me pasa lo mismo: me pongo a pensar.

(Fotografía: Leandro Franco)
(Fotografía: Leandro Franco)

La primera vez que vi una chofera manejando en Gallegos fue a principios del 2024. No es cuento, no es relato de otro: me pasó a mí. Y desde entonces, cada vez que una de ellas arranca el motor, siento que no solo arranca el bondi. Arranca otra cosa. La historia, el quilombo, la revolución… llamalo como quieras.


Romina Coñuecar, Rebeca Barreiro, Diana Borquez, Leticia Collazo, Sara Arias. Las tengo de memoria. Las nombro como quien repasa una constelación en el cielo del sur. Son parte de este nuevo mapa urbano. Un mapa donde las minas ya no están solo en la vereda o en la parada: ahora están al mando. Y eso, loco, no es poca cosa.


Saben que las quiero entrevistar para esta columna de “Santa Cruz nuestro lugar”. Siempre se los tiro con respeto, con onda. Y ellas, humildes y plantadas, me clavan esa sonrisa que dice todo: “No hace falta, compañero”. Me la dejan picando. Yo asiento, me la guardo. Porque con solo estar ahí, manejando sin estridencias, ya están diciendo un montón.


Y me pregunto si son conscientes de todo esto que generan. Si saben que están haciendo algo zarpado. Que están rompiendo con una lógica que parecía tallada en piedra. En el fondo, yo creo que sí. Que lo tienen clarísimo. Porque lo que están haciendo no es solo laburar de colectiveras. Es patear el tablero.


El poder no tolera que una mina decida. Que diga “no” y punto. Que no quiera ser madre, ni niñera, ni mártir. Que se plante con el volante en la mano y diga: “Acá manejo yo”. Eso, para el sistema, es dinamita. Porque no es solo una elección personal. Es política pura. Es desobediencia al manual de lo que “debería ser”.


Porque el feminismo no es solo una lucha por derechos. Es una forma de plantarse frente al mundo. En este sistema de descarte donde ni siquiera les interesa explotarte porque prefieren tirarte a la banquina, una mujer que dice “mi cuerpo es mío” está diciendo también: “Mi deseo, mi tiempo, mi destino también lo son”.


Y eso al poder le pica. Le arde. Porque estas pibas no vienen a encajar. Vienen a romper. Y si pueden decidir sobre su cuerpo, pueden decidir sobre todo lo demás: el laburo, la palabra, el amor, la tierra. Por eso el feminismo no es una moda ni una banderita simpática. Es una amenaza. Concreta. Real. Y muy jodida para los que quieren que nada cambie.


Entonces el poder reacciona como sabe: con burla, con hambre, con violencia. Con silencios que pesan. Porque lo sabe: si ellas se sublevan, el resto también vamos a entender que podemos. Que no hay que pedir permiso. Que podemos ir por todo. Que este mundo no está cerrado: se puede reescribir.


El bondi frena en una parada cualquiera. Sube una señora, le hago un lugar. Yo sigo en la mía, con la cabeza a mil. Porque esta revolución no hace barullo. No va en cadenas nacionales ni en placas rojas. A veces simplemente arranca, gira el espejo y sigue la ruta sin drama. Pero con firmeza.


Lo veo cada vez que Romina, Rebeca, Diana, Leticia o Sara me abren la puerta con ese gesto sencillo que no necesita épica. Cuando me escanean la SUBE sin decir mucho, pero diciendo todo. Cuando eligen quedarse, trabajar, ocupar un lugar que durante años les dijeron que no era para ellas.


Y mientras haya obispos y empresarios desesperados por controlar úteros, decisiones y futuros, esta crónica va a seguir rodando. Porque no hay revolución sin ellas.


Si no me creés, andá a la parada que está justo frente al Obispado. Sí, justo ahí, frente a ese símbolo del control sobre los cuerpos. Esperá el bondi. Fijate quién maneja. Y después vení y contame.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

Comentarios


bottom of page