El hijo de Rubén Darío que vivió en Puerto Santa Cruz
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 21 may
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Puerto Santa Cruz, nuestra pequeña localidad que alguna vez fue capital del Territorio Nacional, guarda entre sus calles y silencios historias que parecen salidas de una novela. Una de ellas, sin embargo, fue escrita por un protagonista real: Rubén Darío Contreras, hijo del célebre poeta nicaragüense Rubén Darío y de la talentosa escritora Rafaela Contreras. Médico, diplomático y autor, su paso por estas tierras dejó marcas imborrables y una obra que retrata, sin concesiones, la crudeza del sur argentino.

A los vecinos del lugar, les bastaba con llamarlo simplemente “el doctor Darío”. Pocos sabían que aquel hombre que atendía partos, curaba hernias y asistía a pacientes en medio de tormentas de nieve, tenía una vida cruzada por la literatura y la diplomacia. Nacido en Costa Rica, Darío hijo estudió medicina en la Universidad de Heidelberg y se graduó en Buenos Aires. Su historia, tejida entre la bohemia latinoamericana y la dureza de la estepa patagónica, es tan fascinante como los paisajes que contemplaba desde los ventanales del puerto.
Llegó a Puerto Santa Cruz como parte del servicio diplomático nicaragüense en 1920, en una misión que combinaba la exploración de recursos con la representación cultural. Pero más allá del protocolo, se enamoró del territorio, de su gente y del ritmo lento y desafiante del sur. Se hizo amigo de personajes locales como don Constancio Borea, dueño del almacén de ramos generales, a quien le confió los recuerdos de su infancia centroamericana, marcada por la prematura muerte de su madre y la lejanía de un padre célebre que lo dejó siendo un bebé.
En las confidencias que compartía, se percibía la nostalgia de una vida interrumpida por el destino. Su madre, Rafaela Contreras, había sido una escritora prometedora bajo el seudónimo de Stella, con publicaciones que revelaban su sensibilidad y talento. Una sobredosis de anestesia apagó su vida a los 23 años. Rubén hijo fue criado lejos del padre poeta, y el reencuentro ocurrió casi dos décadas después, en otro país y otra etapa de sus vidas.
La Patagonia lo recibió con sus contrastes: la belleza imponente del Río Santa Cruz, el silencio pesado de los inviernos interminables y una historia local que aún guarda cicatrices. Allí fue testigo de relatos que pocos se animaban a contar: como la masacre de peones rurales en 1921, en la que dos anarquistas fueron asesinados en la playa del río por orden del comisario Gustavo Sotuyo. El hecho fue denunciado por un marino del buque Almirante Brown, que envió a su médico para examinar los cuerpos. Fue una de las pocas veces en que la brutalidad encontró justicia.
El médico centroamericano no solo sanaba cuerpos, también escribía. Y lo hizo con crudeza y valentía. Al dejar el pueblo tras dos años de servicio, envió por encomienda una caja con ejemplares de su libro La amargura de la Patagonia. La obra, a través de personajes inmigrantes —un gallego fugitivo, un francés errante, un galés arruinado y un médico que evidentemente lo representa—, retrata sin filtros el entramado de corrupción, injusticia y abuso en la distribución de tierras en la región. Es una denuncia social disfrazada de ficción, con tintes de tragedia griega en un paisaje tan hermoso como hostil.
Según el escritor Héctor Roberto Paruzzo, Darío construyó una narrativa cruda y lúcida que describe con detalle el aislamiento de los caseríos precordilleranos, el temor reverencial al invierno, y la lucha diaria de los hombres contra un entorno implacable. No es casual que Bitroche, el escenario ficticio de su novela, sea apenas un reflejo de tantas localidades reales del sur profundo: casi invisibles, pero llenas de vida, historia y resistencia.
Rubén Darío Contreras no fue solo médico. Fue también embajador de Nicaragua ante Chile, Gran Bretaña y otros destinos. Escribió cuentos —El sapo de oro—, poesía como Wakonda y novelas como El manto de Ñangasasú y Cadena sin fin. Su obra cruza géneros y disciplinas, como su vida misma.
Falleció en Buenos Aires en 1970, pero su paso por la Patagonia quedó escrito en las memorias de quienes lo conocieron y, sobre todo, en las páginas de sus libros. A veces, los grandes relatos no están en las capitales ni en los titulares. A veces, se gestan en el rincón más austral, entre ventiscas, almacenes, nieve y la mirada agradecida de un paciente salvado. Ahí donde el médico Darío dejó su alma.
Por @_fernandocabrera




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