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El plan de Hitler para apoderarse la Patagonia

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 14 may
  • 3 Min. de lectura

Mientras Europa ardía bajo el fuego cruzado de la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi tejía, a más de 12.000 kilómetros de Berlín, una red secreta de planes, documentos y operaciones destinadas a conquistar el extremo sur del continente americano.

Lo que podría sonar a una fantasía distorsionada fue, en realidad, un proyecto geopolítico real que tuvo a la Patagonia argentina como uno de sus blancos prioritarios. En 1939, apenas iniciada la guerra, Alfred Müller —jefe del partido nazi en Argentina— firmó un documento reservado en el que detallaba una maniobra para promover una insurrección separatista en el sur del país, con el fin de desgajar la región patagónica y sumarla al “espacio vital” del Tercer Reich. El argumento central del plan apuntaba a que la Patagonia y la Antártida eran territorios escasamente poblados y, por tanto, considerados por el ideario nazi como “res nullius”, es decir, sin dueño. Müller también señalaba como ventaja la presencia de una numerosa población germanoparlante —cerca de 200.000 personas— asentada en el país.


El documento fue interceptado por un ex jerarca nazi arrepentido, Heinrich Jürges, quien lo entregó al entonces presidente argentino Roberto Ortiz. La alarma no tardó en escalar: el contenido fue compartido con diplomáticos británicos y estadounidenses, quienes encendieron las luces rojas ante la evidencia de que Hitler no sólo miraba hacia Europa y el norte de África, sino también hacia las vastas tierras del Cono Sur. El objetivo era claro: establecer una cabeza de puente desde el sur del continente para proyectar influencia nazi en toda Sudamérica.


Mientras ese plan político tomaba forma, la inteligencia alemana ponía en marcha la llamada “Operación Bolívar”, una red de espionaje clandestino que operaba desde estaciones de radio encubiertas en ciudades como Buenos Aires, Santiago, Asunción y Río de Janeiro. A través de mensajes codificados en onda corta, se enviaba información valiosa a Berlín, mientras agentes distribuían propaganda y mantenían contactos con simpatizantes locales. La operación era financiada con recursos enviados desde Alemania, incluyendo piedras preciosas y medicamentos de alto valor, que se vendían en el mercado negro latinoamericano.


El 27 de octubre de 1941, el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, reveló un inquietante mapa que mostraba cómo imaginaba Hitler la nueva configuración política de América. El documento, que dividía el continente en cinco grandes bloques bajo dominio nazi, incluía una “Gran Argentina” extendida hacia el sur y hacia el Atlántico, fusionada con la Antártida en una especie de “Estado Austral” bajo tutela del Reich. Si bien con los años se reveló que el mapa había sido falsificado por la inteligencia británica como parte de una operación de propaganda, el gesto puso en evidencia un temor muy real: la idea de un dominio nazi en América del Sur no era una fantasía desmedida, sino un riesgo concreto que se estaba articulando por vías políticas, diplomáticas y clandestinas.


La reacción argentina no tardó en llegar. A partir de 1940, el gobierno comenzó a desarticular las células locales del partido nazi, se llevaron a cabo detenciones, se intervino la educación en escuelas germanas y se clausuraron asociaciones afines al régimen de Hitler. Sin embargo, la huella del proyecto no se borró fácilmente. En 2015, investigadores del CONICET encontraron en la selva de Misiones los restos de una construcción que habría funcionado como escondite secreto para jerarcas nazis tras la derrota de Alemania, confirmando que el plan de ocupación del sur contemplaba incluso rutas de escape y refugios operativos.


Y para los lectores de "Santa Cruz nuestro lugar", no hará falta mirar tan lejos para encontrar pruebas de que esta historia fue real. Ya que en esta misma columna, no hace mucho, hablamos de que en pleno centro de Río Gallegos, existió un consulado oficial del nazismo, en cuyo edificio flameó la bandera con la esvástica y fue registrado en una fotografía que todavía hoy estremece por su fuerza simbólica. Esa imagen, rescatada por historiadores locales, es una evidencia clara e irrefutable de que el sur no fue ajeno a la avanzada nazi: fue parte, incluso, de sus planes de expansión territorial más delirantes.


A veces, la historia parece ficción. Pero hay fotos que no mienten. Y en Santa Cruz, hubo una época en que los ojos del nazismo miraban desde el frío con ansias de posesión. Hoy, recordarlo es también una forma de no permitir nunca más que el olvido nos vuelva cómplices.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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