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El portal interdimensional entre el Barrio Belgrano y la Casa Blanca

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 2 mar
  • 3 Min. de lectura

El pinchazo se sintió como un chasquido seco, un pequeño estallido de aire comprimido que, en el instante, truncó mi pedaleada.

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La rueda trasera se desinfló con rapidez y tuve que bajarme, resignado, en plena calle Maipú a la altura del Barrio Belgrano. Miré el neumático: una tachuela dorada se había incrustado con precisión quirúrgica. Suspiré. No quedaba otra que caminar hasta la gomería más cercana.


El taller al que arrivé minutos después, es uno de esos locales que parecen detenidos en el tiempo. La fachada, de pared blanca con letras azules pintadas, rezaban "Lubricentro y Gomería Don Julio". Las rejillas oxidadas de las ventanas dejaban ver el interior sombrío y con olor a caucho quemado y grasa de motor, mezclado con el eco lejano de una radio mal sintonizada. El gomero –un hombre desgarbado de mameluco azul y manos curtidas– me miró con resignación cuando le mostré la rueda.


“Dale, dejámela que en diez minutos la tenés”, me dijo encendiendo el compresor.


Mientras esperaba, mi vista se clavó en el añoso televisor empotrado en la pared. La imagen no era la mejor: los colores lavados y el audio gangoso daban la sensación de estar viendo un noticiero de otra época. Pero no, era la señal del canal América. En la pantalla, Donald Trump y Volodímir Zelenski estaban en el Salón Oval, rodeados de asesores, banderas y flashes. Algo no andaba bien.


Las voces se superponían en inglés y en una traducción simultánea desprolija. Zelenski hablaba con los labios apretados, Trump gesticulaba con exageración. De repente, el exmagnate alzó la voz: "Estás jugando con la Tercera Guerra Mundial".


Sentí un escalofrío. Desde el rincón de la gomería, con las manos en los bolsillos y el olor a pegamento de caucho impregnándome la ropa, presenciaba en diferido una escena de alto voltaje diplomático de las que tanto me gustan.


El conflicto era evidente (ponele). Zelenski había viajado a Washington para intentar recomponer su relación con la nueva administración republicana, pero la cumbre se desmoronaba en vivo y en directo. Trump, con su eterna postura de negociador, insistía en que no tomaba partido: "No estoy de ningún lado, soy un hacedor de acuerdos". Su vicepresidente, Jay Divans, intentaba amortiguar la tensión, pero Zelenski, lejos de replegarse, lo arrinconó con una pregunta incómoda: "¿Dónde estaba la diplomacia estadounidense cuando Rusia tomó Crimea en 2014?".


El gomero levantó la vista de la cámara sumergida en el tacho de agua sucia y chistó. “Uh, se picó”, comentó sin mucho entusiasmo, como si estuviera viendo un partido de fútbol trabado.


En la tele, el tono se había crispado. Divans acusaba a Zelenski de ser un desagradecido, Trump redoblaba la apuesta con una advertencia todavía más dura: "Si no aceptás este acuerdo, que Dios te ayude. No te veo bien". El presidente ucraniano le respondía con gestos de incredulidad. Se interrumpían, alzaban la voz. Un diplomático en el fondo del Salón Oval miraba incómodo el techo, como si buscara una salida de emergencia.


El gomero terminó el trabajo. “Listo, flaco, quedó como nueva”, dijo mientras inflaba la rueda con un último golpe de aire comprimido. Le pagué, agradecí y salí al sol de la tarde, todavía con la cabeza en la tele.


Monté la bicicleta y pedaleé despacio, por la José Ingenieros, como si estuviera procesando todo lo que había visto. Sentí que acababa de salir de un portal interdimensional que me había llevado directo al Salón Oval de la Casa Blanca. Pero no. Era la Gomería Don Julio en pleno Barrio Belgrano, y –con la distancia justa entre el caucho y la geopolítica– me había metido de cabeza en el colapso de una cumbre internacional de la hostia.


Mientras pedaleaba, venía a mí la idea de que la supremacía global es, en última instancia, el arte de trazar líneas invisibles que dividen el mundo, no solo en mapas, sino en mentes y en relaciones de poder. Son fronteras que, aunque intangibles, determinan quién pertenece y quién queda fuera, quién domina y quién obedece. Estas líneas no solo separan territorios, sino que organizan recursos, economías e identidades. Y aunque parecen inamovibles, son producto de decisiones humanas, de negociaciones, conflictos y estrategias sangrientas que cambian con el tiempo. La verdadera cuestión no es dónde se dibujan, sino quién tiene el poder de hacerlo y con qué propósito.


La rueda quedó parchada. El mundo, no tanto –pensé, mientras apuraba mi marcha.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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