El rally más salvaje que atraviesa Santa Cruz
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 2 jul
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¡Qué Dakar, ni qué Dakar! Estos desajustados mentales arrancaron como quien se lanza al abismo con una sonrisa. El 16 de mayo, bajo un cielo inestable y con la cordillera chorreando nieve en las alturas, la quinta edición del "Rally Locos de la Patagonia" encendió motores en Bariloche. Una vez más, fierros viejos y almas indomables se lanzaban a una aventura que no se mide en cronómetros, sino en polvo, ripio, charlas nocturnas, café instantáneo y alguna que otra cubierta remendada a la luz de la luna.

Este no es un rally de elite ni de autos modernos con pantallitas. Acá todo es artesanal. Los protagonistas son vehículos anteriores al 2000: Renault 12, Ford Falcón, Chevrolet 400, estancieras, combis y cuanta máquina aún ruge porfiadamente entre los cerros. Chapa, mugre y alma. Detrás de esta proeza mecánica y humana está la organización Rally Locos de la Patagonia, que desde hace cinco años convoca a los más dementes del sur a esta travesía anual que huele a gasoil, mate cocido y libertad.
El primer día, la caravana se deslizó entre las curvas frías de Bariloche y los lagos quietos del Parque Nacional Los Alerces, cerrando la jornada en Trevelin, donde las chimeneas y el té galés ofrecieron un respiro. Pero esto recién empezaba. Al día siguiente cruzaron la frontera por Futaleufú, serpenteando hacia el oeste en un descenso húmedo y encajonado rumbo a Puyuhuapi, en plena Carretera Austral chilena. Entre líquenes, fiordos y caminos mojados, los autos se abrieron paso como pudieron. Dormir al lado del Pacífico, con el eco de los alerces y la humedad pegada en la ropa, fue un lujo de los que no se pagan con tarjeta.
El tercer día fue más salvaje. Enfilados hacia el sur por la Carretera Austral, la caravana avanzó a pura piedra, lodazal y selva fría rumbo al Lago General Carrera. Las paradas eran inciertas. Se dormía donde se podía: una hostería perdida, una estación de servicio abandonada, un galpón prestado, el costado de un camino. Y así, entre sobresaltos y asombros, el 19 de mayo cruzaron nuevamente a Argentina por Paso Roballos, para caer en Los Antiguos y reencontrarse con el ripio seco, el chorizo casero y los panificados del sur.
Al día siguiente, la Ruta 41 los puso a prueba con su cornisa en altura, guanacos indiferentes y vistas que cortan el aliento. Si la nieve lo permitía, el destino era Lago Posadas; si no, se activaba el Plan B, como siempre en este rally donde la planificación es apenas una sugerencia. El 21 de mayo partieron hacia La Manchuria, internándose en la estepa profunda. Noche bajo las estrellas en la Estancia La Flora: carpas, bolsas de dormir y el crujido de la escarcha quebrando el silencio patagónico.
Desde allí, el camino los llevó por rutas secundarias hacia Gobernador Gregores. Algunos, más hambrientos de ruta que de comida caliente, llegaron a Tres Lagos o incluso a El Chaltén, donde el 23 de mayo se reorganizó la caravana bajo la mirada imponente del Fitz Roy. Allí, los motores descansaron apenas lo justo para seguir hasta El Calafate, donde el 24 los recibió con una cena de llegada que fue mezcla de banquete y fogón. Al día siguiente, Día de la Patria, tocó descanso y visita al Glaciar Perito Moreno: un espejo helado que miró de reojo a los vehículos cascoteados, como saludándolos en silencio.
Pero el rally no afloja. El 26 de mayo partieron hacia el suroeste: Río Turbio, 28 de Noviembre, y ya en territorio chileno, Puerto Natales. La lluvia y el viento se volvieron compañeros permanentes. Luego, el 27, el grupo apuntó a Punta Arenas, y al día siguiente cruzó el estrecho de Magallanes en ferry hasta Porvenir, ya en Tierra del Fuego. Desde ahí comenzaron días de exploración: si el tiempo alcanzaba, se soñaba con llegar al Lago Blanco; si no, el cruce a Argentina era inminente.
El 29 durmieron en Tolhuin, rodeados de bosque y leña húmeda. Y finalmente, el 30 de mayo, llegaron a Ushuaia. Llovía de costado, y el cartel de "Fin del Mundo" los esperaba con la sobriedad de los lugares que ya lo han visto todo. Algunos se abrazaron. Otros bajaron, prendieron un cigarrillo y miraron el mar. Nadie llegó igual que como partió.
El rally más salvaje de la Patagonia terminó ahí, donde se termina el continente. Quince días, dos países, más de 3.000 kilómetros y un sur que se metió sin pedir permiso en los huesos de cada uno. Porque esto no es una competencia. Es una promesa cumplida. Una aventura entre amigos. Un delirio hermoso hecho de ripio, escarcha, fiordos, carpas, asado y nieve. Y sobre todo, fierros que siguen andando cuando todo indica que deberían haberse detenido hace años. Como sus dueños. Como el alma de este sur que se niega a ser domesticado.
Por @_fernandocabrera














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