El salvaje tránsito de Río Gallegos
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 13 ago
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Voy pedaleando por Gallegos, tranqui, hasta que un Gol Trend gris me pasa tan cerca que casi me depila la pantorrilla. Y ahí nomás, mi puteada sale disparada como piedra de gomera, viaja en el tiempo y va a parar directo a la tumba de Don Ibón Noya, el primer tipo en toda la historia de Santa Cruz que tuvo un vehículo propio. Sí, el primero. El pionero. El que cambió su equino por un Schacht Runabout modelo 1904, con diez caballos de fuerza y un motor que hervía bajo el asiento.

—¿Qué pasa, pibe? —me lo imagino preguntando desde su chata descapotada, con el viento patagónico pegándole en la jeta.
—Y… que me tienen podrido, Don Ibón. Acá la gente maneja como si estuviera en el medio del campo, igual que usted en sus tiempos.
—Pero yo estaba en el medio del campo… no había calles, ni semáforos, ni carteles, ni un carajo.
—Justamente, Don Ibón. El problema es que hoy sí los hay, pero manejan como si no existieran.
Y acá es donde uno, si se pone un poquito analítico, entiende que no es solo cuestión de mala educación vial. Es una cultura del “yo primero” mezclada con la impunidad de sentirse anónimo en una ciudad chica. El auto se vuelve extensión del ego, y la calle, un espacio donde la empatía no existe. Lo mismo que pasa en la cola del súper, pasa al volante: si puedo colarme, me colaré; si puedo estacionar arriba de la vereda, lo hago. No es una infracción, es casi un gesto de pertenencia.
Ese “manejar como el culo” no es casualidad: es síntoma. Síntoma de una comunidad que naturalizó el atropello (literal y figurado), que minimiza las muertes al volante como si fueran accidentes inevitables y no consecuencias directas de la imprudencia. Manejar en Gallegos es, en el fondo, un espejo de cómo nos tratamos entre nosotros fuera del asfalto: con desconfianza, con apuro, sin mirar al otro como alguien que también quiere llegar vivo a su casa.
Noya, en 1904, no tenía otro remedio: esquivaba guanacos, cruzaba la estepa sin ver un alma y cuidaba el fierro como oro, porque un repuesto tardaba más que un barco desde Europa. Hoy, sus “herederos” al volante tienen airbags, ABS, GPS y Bluetooth… pero manejan como si la ciudad entera fuera su estancia privada.
Y ahí es donde está lo jodido: en Río Gallegos, todos manejan como Noya. Con la diferencia de que él lo hacía porque era el primero y estaba solo, y estos lo hacen porque son unos salvajes con carnet.
Por @_fernandocabrera




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