¡El viento es por culpa del parque!
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- hace 1 día
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En 1896, un psicólogo medio chiflado —George Stratton— se calzó unos anteojos que daban vuelta el mundo. El cielo abajo, el piso arriba, todo al revés. Los primeros días no podía ni caminar, pero después su cerebro se rindió y dijo “bueno, esto es así”. Y ahí entendió algo tremendo: no vemos la realidad como es, la vemos como creemos que es. Si creés que todo está mal, todo te parece un bajón. Si creés que sos un imán para el quilombo, lo vas a atraer. Y si creés que el parque de diversiones trae el viento… bueno, adiviná qué vas a ver cada vez que aparecen las calesitas en Río Gallegos.

Hoy el Servicio Meteorológico volvió a largar una alerta por fuertes vientos en Santa Cruz, y no sé por qué, pero me vino a la cabeza aquella entrevista que le hice hace años a Natalia, la dueña del parque. Fue en una carpa medio destartalada, con olor a pochoclo viejo y música de fondo que sonaba como de otra época. Yo estaba convencido de que iba a lograr una buena nota sobre “el mito del parque que trae el viento”. Ella, en cambio, estaba harta del tema.
“¡Son puras boludeces!”, me largó apenas le tiré la pregunta. Casi me la escupe, con una mirada que mezclaba cansancio y bronca. Afuera, las ráfagas soplaban con ganas, y un toldo se movía como si tuviera vida propia. Yo miraba eso, el viento que rugía y los nenes corriendo detrás de un globo que se les escapaba, y no pude evitar pensar que, capaz, Stratton tenía razón: no vemos lo que pasa, vemos lo que queremos ver.
Porque la historia se repite siempre igual. Llega el parque, y al toque el viento te despeina hasta el alma. En redes, la gente ya lo da por hecho: memes, chistes, teorías. Nadie lo comprueba, pero todos lo sienten. El mito se volvió parte del paisaje, una tradición casi entrañable. Dicen que todo empezó con una maldición gitana, que un criollo se llevó a la hija y la vieja embrujó a los parques para que nunca más tuvieran paz: acá con viento, en el norte con lluvia. “Eso es un mito”, me aclaró Natalia, endureciendo la voz, como si al repetirlo quisiera convencerse también.
Y sin embargo, cuando las ráfagas se levantan y los juegos se balancean solos, cuesta no pensar que algo raro hay. Tal vez no sea el parque, ni la gitana, ni el clima. Tal vez somos nosotros, que necesitamos creer en algo, aunque sepamos que es puro cuento. Porque si lo creés, lo ves. Así de simple.
Esa tarde, Natalia siguió hablándome con una mezcla de fastidio y resignación. Yo intentaba sacar algo más, pero su mala onda era tan fuerte que terminé apagando el grabador y pensando que lo mejor que podía hacer era metérmelo en el tuje antes de seguir insistiendo.
Hoy que el parque ya casi no viene (y cuando lo hace es solo en diciembre); hoy que el viento se nos presenta como potestad exclusiva de la naturaleza, es que recuerdo perfectamente el rostro enojado de Natalia.
Por @_fernandocabrera




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