¿En dónde estuvo la primera canilla de agua de Río Gallegos?
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 16 sept
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¿Sabías que acá en el pago chico la primera canilla de agua corriente no la puso ni la municipalidad, ni un ingeniero con nombre rimbombante, ni mucho menos un influencer con remera ajustada? No, señor. La instaló un vecino con todas las letras: don Laureano García, allá por el año 1924, cuando el resto de la vecindad todavía andaba medio a los ponchazos con baldes.

El tipo se mandó un laburo de aquellos: desde el pozo del arenero (que hoy es el predio de la Sociedad Rural, para los que se orientan con parrilleros y rifas de cordero), se armó un depósito circular de cemento con armazón de hierro que parecía un tanque de agua pero con pinta de monumento futurista para la época. Y no se quedó ahí: le metió un motor con bomba para llenar el bicharraco, todo a pulmón, con la fe ciega de quien sabe que lo que se viene es progreso y canilla libre (de agua, no de cerveza).
Las cañerías no eran moco de pavo: incluían grifos especiales para las mangueras de Bomberos, porque ya sabemos que en esa época si algo se prendía fuego, la única chance era rezar o correr con un balde. Y, como si fuera poco, Laureano pensó en la comodidad de los vecinos: cada propietario podía pedir su servicio de agua pagando una cuota mensual. Nada de billetera virtual, QR ni facturas digitales: seguro era más de ir a la casa de García, golpearle la puerta y dejarle la plata arriba de la mesa, con un mate de por medio quiero imaginar.
Ahora, ojo: no todo el mundo compra esta versión. La junta vecinal de barrio El Puerto jura y rejura que la primera canilla estuvo en Rawson y Pellegrini, justo en la esquina donde también habitó la mítica Trifona, personaje de leyenda urbana que, si viviera hoy, seguro tendría su propio reality show. Dicen que ahí fue donde los vecinos primero vieron salir agua como por arte de magia, y que la historia oficial le está robando protagonismo a la esquina más pulenta del pueblo.
Y como si no alcanzara con la polémica histórica, había otro problemón: el invierno. Sí, las bajas temperaturas le cagaban el negocio a don Laureano. Porque una cosa era vender agua corriente en verano, y otra muy distinta era que en julio los caños quedaran más duros que Andrés Calamaro festejando el día padre, el día de la madre, el día de... Bueno, todos los días). Abrías la canilla y no salía ni un chorrito, apenas un silencio glacial que te hacía dudar si estabas en tu casa o en un iglú. Los vecinos, que religiosamente pagaban la cuota, empezaban a murmurar: “che, ¿y si en invierno no pago un joraca? Que me reclame en octubre”. Al final, la modernidad llegaba con asterisco: funcionaba solo cuando el termómetro no se hacía el guapo. Y el verdadero negocio parecía ser vender calentadores a kerosene, conjetura este humilde redactor de "Santa Cruz nuestro lugar".
Así fue como, hace más de un siglo, el barrio pasó del baldazo al manguerazo. Y todo gracias a un tipo que, en vez de quedarse quejándose de la sequía, se remangó y nos enchufó de lleno en la modernidad.
Si hoy abrís la canilla para lavarte los dientes medio dormido, o regás las plantas sin drama, acordate que todo empezó con el ingenio y la tozudez de don Laureano García… o, si le creés a los muchachos del barrio El Puerto, con la mística canilla de la esquina de la Trifona.
Por @_fernandocabrera




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