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Fuerza Santacruceña: ¿verdadera renovación o más de lo mismo?

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 19 ago
  • 4 Min. de lectura

En Santa Cruz, la palabra “renovación” se repite como un mantra. Todos la pronuncian, todos la prometen. Pero cuando uno se detiene a mirar con calma las listas, muchas veces la sensación es la de estar viendo una película ya estrenada. El Frente Fuerza Santacruceña sale a la cancha con Juan Carlos Molina, Moira Lanesan Sancho y Amadeo Figueroa, rodeados de suplentes que, según el discurso oficial, encarnan la lucha del pueblo y la dignidad de los laburantes. Suena bien, pero el descreimiento aparece enseguida: ¿no será otra vez el mismo libreto con distinto envase?

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La interna del PJ no ayudó a despejar dudas. Fue un proceso cerrado, con más gestos de aparato que de participación real. Un show de “vamos a elegir ocho para que elijan uno” que terminó, como siempre, en lo ya cantado de antemano. Reproches, caras largas y la certeza de que los dinosaurios siguen al mando. Un déjà vu de esos que cansan.


Ahora bien, tampoco se puede decir que todo esté muerto. Hay chispas de aire fresco: un joven como Mateo Brunetti en Puerto Deseado, o la compañera de Pico Truncado que se banca el barro de los barrios. Pequeños brotes que muestran que la savia nueva existe, aunque todavía no logre imponerse sobre las estructuras de siempre.


Y acá aparece la cuestión clave. Porque no hay que olvidarse de la mano negra que operó en las últimas elecciones provinciales: fue la que impuso a Polke en el lema de Pablo Grasso y Javier Belloni. Esa jugada no solo debilitó a los dos intendentes más competitivos del peronismo, sino que directamente fracturó al lema, haciéndolo perder de manera cantada. El resultado fue lapidario: esa maniobra de la mano negra entregó la gobernación en bandeja a Claudio Vidal, y por eso hoy él es el actual gobernador de Santa Cruz. No fue un accidente, fue un cálculo frío. Y esa mano negra no representa lo nuevo, sino lo viejo y lo rancio que se resiste a morir.


Es en este punto donde la figura de Moira Lanesan merece otra lectura. Muchos se apuran en señalarla con el dedo: que viene del radicalismo, que es “traidora”, que es “cheta”. Pero se olvidan de que otros candidatos también arrastran prontuarios de cargos y giros políticos mucho más pesados y, sin embargo, reciben menos cuestionamientos. La vara no es pareja. Parte de esa carga extra que le tiran encima responde, todavía, al peso del patriarcado político: a las mujeres se les exige más, se les perdona menos y se las condena antes.


Además, a diferencia de aquella mano negra que nos hundió en la derrota de Polke y nos dejó bajo el mando de Vidal, el armado de Lanesan no es continuidad de lo viejo. Representa otra cosa: una tentativa de correrse de esas sombras, de ofrecer un aire distinto. No es menor. Porque mientras los discursos de “trasvasamiento generacional” siguen quedando en el plano de la retórica, este tipo de movimientos empiezan a poner sobre la mesa algo diferente, aunque todavía frágil y discutido.



Mirá, querido lector de "Santa Cruz nuestro lugar" —y perdoname si me pongo filosófico— lo que pasa es lo siguiente: Hegel (el filósofo alemán del siglo XIX) venía con toda la volada del idealismo, planteando que lo más groso estaba en las ideas, en el espíritu, en esa dialéctica de cómo la conciencia se desarrolla. Marx, en cambio, agarra todo eso y lo da vuelta como una media: no son las ideas las que mueven la historia, sino la materia, la realidad concreta, lo que se palpa todos los días. La política, la religión, la cultura, son reflejo de esa base material.


Y acá me permito meter una metáfora antropológica propia: la política actual se parece a una tribu que, antes de salir a cazar, se pintaba la cara con barro rojo. Como justo esas veces volvían con más comida, terminaron creyendo que era el barro lo que les traía la suerte. Pero en realidad cazaban más porque había en esa época del año más animales en la zona. Lo material —la presencia real de las presas— era lo que definía la caza. El barro en la cara era pura representación.


Hoy pasa lo mismo: la política se entretiene pintándose la cara con barro rojo —slogans, fotos, discursos, sonrisas forzadas— mientras la base material de la gente se hunde en problemas concretos como el laburo, la comida y el alquiler. La representación se volvió puro chamuyo, desconectada de la realidad. Y ahí está la bronca: la política dejó de representar porque eligió el barro y se olvidó de la carne.


Lo más desolador es que ni la filosofía ni esta columna alcanzan para resolver la heladera vacía o el sueldo que no alcanza. Pero sí alcanza para nombrar el problema: la brecha entre lo que se dice y lo que se vive. Y en esa brecha es donde aparece lo valioso de este armado con Moira Lanesan. Porque más allá de los prejuicios y las etiquetas, su lugar viene a contrarrestar esa falla representativa que, en términos filosóficos, ya habían señalado Hegel y Marx: la distancia entre la idea y lo real.


En definitiva, si la política se quedó pintándose la cara con barro, el desafío es volver a mirar lo material. Y este armado, con todos sus límites, puede ser un paso hacia ahí. Una forma de empezar a cerrar la grieta entre el chamuyo de arriba y la vida de todos los días abajo.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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