James Peck: el artista malvinense que pinta con el alma entre dos banderas
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 22 ago
- 3 Min. de lectura
Si te digo que un malvinense se hizo argentino por amor a nuestra bandera, te puede sonar muy cursi. Pero no: es historia pura, con pinceles, pasaporte y un corazón partido entre dos islas. James Peck no solo nació en las Malvinas, también se animó a meterse en la historia grande con un gesto que rompió todos los esquemas: fue el primer malvinense en recibir una partida de nacimiento argentina.

Peck no es ningún improvisado. Artista plástico, escritor y tipo sensible, James creció en Stanley, pero siempre tuvo la cabeza girando al sur. El chabón tiene esa mezcla rara de ternura y valentía, de los que se animan a amar lo que les enseñaron a odiar. Porque ser malvinense y pedir ciudadanía argentina hoy no es moco de pavo. Es meter el dedo (o mejor dicho: el pincel) en la llaga.
En el 2011, se plantó en la Casa Rosada y dijo: “Soy Peck, nací en las islas, y quiero que en mi partida de nacimiento diga que soy argentino”. Fue el primero en hacerlo desde 1833, cuando los ingleses se aferraron como piojos al archipiélago. ¿Romántico? ¿Polémico? ¿Desquiciado? Nada de eso. Un tipo con convicciones.
Claro, la historia no es tan lineal. En 2015, cuando la política argentina se puso espesa, Peck agarró los bártulos, devolvió la ciudadanía y se fue a su tierra. Pero esa ida y vuelta no borra lo que dejó en el medio: un mensaje claro, una obra que habla, y un gesto que hizo más por el diálogo que mil cumbres diplomáticas.
Su arte –si hablamos de su obra pictórica – está repleto de islas, banderas, memorias y heridas. Todo lo que le pasa lo pone en el lienzo. Los paisajes que pinta son duros, ventosos, como su historia. Y cuando escribe, es igual: directo, sensible.
Peck es, en definitiva, un tipo que se animó a amar en zona de guerra. Porque para eso hay que tener huevos. Su historia nos dice que hay malvinenses que no odian a los argentinos, que hay argentinos que no odian a los kelpers, y que si el arte entra donde no entra la política, tal vez algún día podamos hablar de paz sin que nos tilden de ingenuos.
Lo suyo no fue una traición. Fue un intento de curar. De bancarse el conflicto en carne propia y mostrar que, al final del día, todos cagamos bajo el mismo viento.
Así que sí: James Peck puede que haya vuelto a su tierra, pero ya dejó una marca acá. En el arte, en la historia, y en ese rincón sensible que tenemos todos los que no compramos la grieta con moño.
Porque si algo dejó claro este pibe malvinense, es que no hay bandera que tape el amor sincero por un lugar. Y que a veces, hay que animarse a cruzar el mar para encontrarse a uno mismo.
Peck terminó destruyendo su DNI argentino, sí. Porque allá en las islas lo miraban como traidor y en Inglaterra lo trataron de raro. Y en la Argentina, cuando se jugó entero, tampoco le dieron el laburo que buscaba. Su gesto quedó flotando en el aire, incomprendido de un lado y del otro. Pero eso es justamente lo que demuestra su historia: que la identidad no se resuelve en un papel ni en un sello, sino en la valentía de quienes se animan a cuestionar fronteras con el cuerpo, con el alma y con el arte. Lo de James Peck no fue un fracaso: fue una señal. Una pincelada incómoda que nos recuerda que la herida de Malvinas no se cura con discursos, sino con gestos humanos. Y aunque hoy no tenga un documento argentino que lo respalde, nadie le puede borrar el hecho de que, por un rato, eligió ser parte de nosotros.
Por @_fernandocabrera




Comentarios