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Janio, el artesano de la Avenida Roca

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 11 abr
  • 3 Min. de lectura

En Río Gallegos el viento no se discute, se sobrevive. Pero hay personas que parecen estar hechas de la misma sustancia que el aire helado: persistentes, filosas, un poco fantasmas y un poco sabias. Así era Janio.

Cada tarde, sin importar si nevaba o si el cielo bajaba en forma de escarcha, él extendía su paño sobre la vereda de la Avenida Roca (hoy Kirchner), justo frente a la galería Mecor. Vendía sus artesanías, talladas con manos endurecidas por la intemperie y por el tiempo. Pero más que eso, regalaba conversación, cebando mates con ginebra Bols mientras el viento les daba vuelta el flequillo a los apurados que pasaban de largo. (Y yo nunca pasaba de largo).


Me sentaba con él, a veces horas, a hablar de libros, de política, de la vida, del frío. Janio era un baterista frustrado —así se presentaba, con cierta ironía—, un lector insaciable de Dostoievski, y un apasionado por las lenguas. Había estudiado Letras en Jujuy, cuando aún creía que el mundo podía explicarse con un verbo en latín.


—Yo amé el latín, che. Posta. Fue como una revelación —me dijo una helada tarde de julio—. Todo lo que le faltaba al mundo estaba ahí: en cómo una palabra mutaba su forma y con eso cambiaba todo.


—¿Lo extrañás? —le pregunté.


—Siempre. Aunque ahora estoy más con otras cosas… —hizo una pausa—. ¿Te conté que un amigo me quiso enseñar aonikenk?


Levanté las cejas.


—¿La lengua tehuelche?


—Esa misma. Y ¿sabés qué me voló la peluca? Que se parece al latín.


Ahí nomás le pedí que se explique. Y así, entre mate y mate con Bols, comenzó una clase magistral que todavía recuerdo como si la tuviera grabada.


—Mirá, en latín decís Puella puerum amat. La nena ama al nene. ¿Por qué sabés quién ama a quién? Porque puella es nominativo y puerum es acusativo. Todo está en la terminación. Lo mismo pasa si lo das vuelta: Puerum puella amat. El orden no cambia el sentido, porque lo que importa es cómo está construida cada palabra.


Asentí.


—Sí, claro. Lo que en español resolvemos con orden de palabras, en latín se marca con flexión.


—Exacto. Y ahora escuchá esto —me dijo, casi susurrando—. En aonikenk: Na-k-cho-ǰa.


—¿Y eso?


—Significa “yo te veo”. Na- es el yo, -k- el vos, -cho- es la raíz del verbo ver, y -ǰa marca el presente. Todo en una sola palabra. Una estructura aglutinante, morfológicamente densa, como el latín.


—Pará, ¿me estás diciendo que el aonikenk también marca sujeto, objeto y tiempo dentro del verbo?


—Tal cual. Y por eso puede mover el orden sin perder el sentido. Es una lengua que piensa en piezas, como el latín.


—Eso es una locura —le dije, fascinado—. ¿Y eso cómo lo explicás? ¿Coincidencia? ¿una estructura universal? ¿o simple magia de los pueblos?


—No sé, Fer. Pero me gusta pensar que hay algo en el alma humana que nos empuja a organizar el mundo con lógica. Aunque el mundo no tenga ninguna.


Nos quedamos en silencio unos segundos. El viento silbaba por la galería. Él acomodó un collar que se había volado y volvió al mate.


—Dos lenguas muertas —murmuré—. Pero más vivas que muchas cosas que andan por ahí.


—¡Essssssta está muerta!— me dijo, agarrándose la entrepierna.


Y ambos nos cagamos de la risa.


Hoy ya no lo veo en la esquina. Su paño no está. Partió a otro plano en 2016. Pero cuando paso por donde estaba su puestito y el viento me pega en la cara, lo escucho. "¡Fernando Cabrera: el único e irrepetible!", me grita. Y me habla otra vez de puellae, de -cho-ǰa, y de que el mundo, a veces, tiene sentido en una lengua que ya nadie habla.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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