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La depresión también existe entre los pueblos originarios de la Patagonia

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • hace 10 minutos
  • 3 Min. de lectura

En la Patagonia, en las tribus que bancan el viento y el frío, la tristeza profunda y la angina del alma no son un invento moderno ni un lujo de las ciudades: tienen historia, nombres propios y formas de cuidarse que no pasan por la ficha clínica. En mapudungun hay palabras para la pena y la melancolía (por ejemplo aparecen voces como weñagküne / weñankü para tristeza) y la experiencia no se reduce a un diagnóstico individual: se lee en la pérdida del vínculo con el territorio, en el duelo colectivo y en el quiebre de lo social.

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Acá el clima no es moco 'e pavo: si la lluvia se atrasa, si la helada se adelanta, si la caza o la pesca flaquean, eso pega en la panza de la tribu y se transforma en miedo y en angustia sostenida. Sumale la migración del pibe que se va a la ciudad, la lengua que se afloja, la escuela y el laburo que piden renunciar a costumbres —y ahí tenés el caldo de cultivo para ansiedad y para esa tristeza que no siempre se nombra como “depresión” pero que duele igual. La documentación científica sobre salud mental en la Argentina muestra que los trastornos de ansiedad y del ánimo son prevalentes en la población general (por ejemplo, un relevamiento epidemiológico registró trastornos de ansiedad ~16,4% y trastornos del estado de ánimo ~12,3%). Eso en la ciudad; en las tribus, la info es más escasa y hay grandes vacíos de atención intercultural.


Este humilde redactor no lo postula desde la nada: hay quienes lo explican con claridad. La politóloga mapuche Verónica Azpiroz Cleñan subraya que “la salud del pueblo mapuche está imbricada en la territorialidad”, y que si el territorio está transgredido o contaminado, eso repercute de manera directa en la vida y en la salud del pueblo; la medicina tradicional mapuche busca las causas del desequilibrio, no solo los síntomas.

Küyenray Rupayan, joven mapuche creadora de una plataforma para salud mental basada en saberes ancestrales, dice que las naciones deberían cuidar a los pueblos que protegen biodiversidad y que la medicina ancestral tiene un rol para acompañar procesos como la depresión desde otra lógica.

Y una machi reconocida como Betiana Colhuan Nahuel lo pone crudo: una machi atiende también a no mapuches y su trabajo es distinto porque integra lo espiritual y lo relacional; en sus propias palabras, parte del sentido es restituir vínculos y no fragmentar al individuo del resto de la tribu.


Los relatos orales y los trabajos etnográficos que salieron en la región confirman algo que no deberíamos naturalizar: muchas lenguas y muchos nombres se perdieron o quedaron fragmentados por la violencia colonial, por eso a veces no encontramos un único término que equivalga a “depresión” para toda la Patagonia —lo que sí aparece es la idea de “estar sin fuerza”, “la sombra sobre el ánimo”, o “dolor del espíritu”, y las prácticas de curación siempre apuntan a restituir equilibrio colectivo, no a encerrar la pena en la biografía individual.


¿Y cómo salir del pozo desde adentro? Se sale tejiendo: ceremonias, palabra de los mayores, el canto compartido, la presencia de la machi o de quien oficia la sanación, la vuelta a la lengua y la comunidad como sostén. También hay iniciativas jóvenes que mezclan saberes: proyectos digitales y comunitarios que incorporan la medicina tradicional para acompañar procesos emocionales (como la plataforma de Küyenray), y experiencias de salud intercultural que intentan poner machis y sistemas de salud pública a laburar juntos. Pero ojo: faltan políticas públicas que realmente entiendan la perspectiva tribucentrista y que financien salud mental con enfoque intercultural.


Sepa el lector de "Santa Cruz nuestro lugar " que esto no es un llamado a romantizar la “cura ancestral” ni a denostar la salud pública de hoy: es decir que en la tribu la cura tiene otra trama. Nombrar la pena con nuestras palabras, escuchar el testimonio de los mayores, volver a armar redes y garantizar acceso a atención que respete la lengua y las prácticas culturales son pasos no negociables.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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