La insospechada amistad entre el gobernador Mayer y Abraham Lincoln
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 17 sept
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Mirá qué loco el asunto: Edelmiro Mayer, nacido en Buenos Aires en 1834 y que después terminaría siendo gobernador de Santa Cruz en la década de 1890, no era ningún gil. El tipo, porteño de pura cepa y con más vidas que un gato, se la pasó de duelo en duelo, de ejército en ejército, hasta que un día pegó viaje a Estados Unidos en los años 1860 y recaló nada menos que en West Point, la meca de los milicos yanquis. Ahí, en plena academia, se cruzó con Tood Lincoln, el hijo del mismísimo Abraham, y de esa amistad arrancó un vínculo que lo llevaría a codearse con el presidente que abolió la esclavitud.

Mayer, con ese carácter medio sacado y jugado que tenía, no tardó en hacerse notar. Primero como instructor en West Point en 1861, después como abogado de los Lincoln, y más tarde como soldado en la Guerra Civil yanqui (1861-1865), donde se puso al frente de tropas de negros esclavizados que peleaban por su libertad. Imaginate la escena: un argentino de Buenos Aires arengando a los negros para romper las cadenas del sur esclavista. Tremendo.
Y no era todo cuento de fogón: en los mismísimos papeles de Abraham Lincoln, guardados hoy en la Library of Congress, aparece una carta del 20 de enero de 1863 en la que un tal W. Goodfellow le presenta al presidente al “Major E. Mayer”. O sea, el porteño quilombero estaba en el radar de Lincoln, fichado en plena guerra civil.
Después lo comisionaron en el 45º Regimiento de Tropas de Color, esos batallones de exesclavos que se la jugaban por la libertad. Ahí tenías al loco Edelmiro, con su tonada porteña y su aire de duelista, al mando de soldados negros que le ponían el pecho al fuego. Una mezcla rara, pero simbólica: un argentino peleando con todo por la abolición en tierras yanquis, con la sombra de Lincoln dándole el aval.
Lo curioso es que esa amistad con los Lincoln no fue solo de copas y charlas de sobremesa. Mayer se bancó heridas, duelos a la texana y hasta apuestas ridículas bajo las balas enemigas, pero nunca se corrió de la idea de que el tipo de barba rara —Abraham Lincoln— representaba algo más grande que cualquier caudillo de turno: la libertad de los oprimidos.
Después, claro, Mayer siguió con su vida de quilombero profesional: se metió en la revolución mexicana, se salvó de un fusilamiento gracias a Sarmiento y terminó de gobernador en el fin del mundo, repartiendo hectáreas y armando escuelas en Santa Cruz. Pero ese lazo con Lincoln lo marcó: de pelear por la emancipación de los esclavos en el norte, pasó a bancar las mismas banderas de libertad en cada rincón donde lo mandaba la suerte.
En definitiva, Mayer fue un loquito hermoso, un aventurero de novela. Y si Santa Cruz tuvo un gobernador que alguna vez compartió brindis y batallas al lado de la familia Lincoln, es porque la historia —como la vida misma— a veces se manda cruces inesperados que ni el mejor guionista se animaría a escribir.
Por @_fernandocabrera








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