La logia masónica más antigua de Río Gallegos
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 24 ago
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Mirá, ser masón es medio raro de explicar. La palabra viene del francés maçon, que significa “albañil” o “constructor”. Y de ahí viene toda la historia: en la Edad Media, los masones eran gremios de constructores y arquitectos que levantaban las catedrales góticas de Europa, esas con torres, vitrales y laberintos de piedra. Eran tipos que construían cosas que quedaban para siglos, y además compartían secretos de oficio, herramientas y conocimientos, porque todo el mundo no podía saber cómo se hacía cada detalle. Así empezó todo: la masonería nació como un gremio, y después se fue transformando en sociedad filosófica y discreta, con reglas, rituales y códigos propios.

No es un club de amigos ni una secta rara, aunque por ahí la gente lo ve así. Es juntarse con tipos con cabeza, hacer rituales, hablar de filosofía, educación, cultura y, sí, también meterse un poco en política sin que nadie se entere. Algunos dicen que es piola, porque sirve para aprender, reflexionar y tratar de mejorar la sociedad; otros piensan que es turbio, porque se manejan en secreto y eso genera desconfianza. Por eso, a lo largo de la historia, muchos masones fueron perseguidos y relacionados con el diablo: porque su discreción, sus símbolos y su independencia del poder religioso y político los hicieron sospechosos, sobre todo en épocas conservadoras.
En Río Gallegos, todo esto lo puso la Logia Rivadavia Nº 312, un grupo que desde los años 20 empezó a mover la ciudad sin que la mayoría lo notara.
Arrancaron en 1920 bajo la Gran Logia Argentina con el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, toda una cosa de mandiles, compases y símbolos raros. La sede estaba en Sarmiento 347: por fuera, un portón discreto; por dentro, un quilombo de rituales, símbolos y charlas que no cualquiera podía escuchar. Ahí se juntaban tipos con guita, comerciantes, profesionales y funcionarios que querían codearse con la élite local. Y ojo, no eran cualquier pibe: la logia era medio la “elite secreta” de la ciudad.
Los integrantes eran un mix loco: inmigrantes británicos y europeos, apellidos de frigorífico, otros de mostrador de almacén. Algunos nombres que quedaron en los papeles: Juan Oliver Coleman, Guillermo Reginaldo Cosh, Herbert J. Elbourne, Francisco Gooderham, Max Loewenthal, Federico James Palmer, John Patterson, John A. Reid y David Williams. Y después, otros que se volvieron “notables” de Santa Cruz: Sureda, Ladvocat, López Lestón, Zumalacarregui y Noya. O sea, tipos que manejaban desde el Consejo Municipal hasta la educación y el comercio. No eran cuatro locos sueltos, eran los que movían la cancha en serio.
Cuando cerraban la puerta, no estaban tomando el té. La Rivadavia se movía en la educación, el laicismo, la cultura y sociedades de ayuda mutua. También metían mano en política y seguridad: armaban sub-brigadas en estancias, con escudos y banderas, para que los ganaderos se sintieran “argentinos” y los obreros fueran vistos como “el otro”. Reconservadores, xenófobos y con un toque de ultranacionalismo, conectados con la Guardia Blanca, todo muy de época. Pero tampoco todo era malo: en 1921 ayudaron a fundar el Instituto de Enseñanza Secundaria para que los pibes no tuvieran que irse a Punta Arenas o al extranjero a estudiar. El rector era Julio Ladvocat, un médico grosso, y hasta la Gran Logia los felicitó. Después, Uriburu los cerró en 1932 por quilombos con sectores conservadores, pero los masones siguieron intentando con otras escuelas e incluso proyectos de universidad popular.
Y sí, hubo quilombos épicos: noviembre de 1922, Lenzi, un periodista grosso, y Correa Falcón, exgobernador y ganadero de los pesados, casi se van a duelo. Correa le dice a su secretario: “Avísele a Lenzi que lo bato a duelo. Ya fue demasiado con las difamaciones, me importa un carajo que sea jefe de la Logia Rivadavia”. La logia estaba en el medio, moviendo los hilos sin aparecer, y al final… nunca pasó. Todo quedó en palabras, pero muestra la influencia que tenían.
Entre 1920 y 1944 fue la época dorada: masones en política, educación, cultura, mezclando élites extranjeras y locales. Pero en 1944, con el país mirando con lupa cualquier grupo “discreto”, la logia bajó la persiana: allanamientos, incautación de archivos, dispersión de miembros. Mucha gente pensó que la Rivadavia se había extinguido.
Pasaron más de 70 años hasta que reaparecieron. En 2016 participaron en un homenaje a San Martín y dieron entrevistas. Después, en 2018, volvieron a aparecer, pero para otra movida: no era la misma rama de masones que la Rivadavia, sino otra, ligada al autor de El Principito. Laburaron en el convenio para poner en valor el Museo Antoine de Saint-Exupéry en Río Gallegos.
El convenio servía para que la comunidad y los visitantes conocieran la aeroposta y supieran que el escritor pasó mucho tiempo aquí en nuestra ciudad. Para la firma del convenio estuvieron Jorge Clavero, Presidente de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, Juan Goria, del Aeroclub, y referentes de la Secretaria de Cultura de la Provincia.
Y después, en 2024, la Cámara de Diputados de Santa Cruz declaró de interés provincial un ciclo de charlas masónicas. Hoy la Gran Logia Argentina los lista como logia activa, en la misma dirección de siempre, como si nada hubiera pasado.
O sea, Río Gallegos nunca fue solo viento, ovejas y política de comité. Hubo redes más discretas que marcaron la cancha, donde se mezclaron influencias extranjeras, locales y un montón de códigos secretos. La Logia Rivadavia lo demuestra: una ciudad donde, detrás del murmullo del viento, se escuchaba el golpe de los malletes masónicos.
Sarmiento 347, pleno centro, sigue siendo la posta: ahí empezó todo, ahí reaparecieron y ahí se mantiene la historia de los masones riogalleguenses, con sus secretos, códigos y un poquito de poder bajo el clima más bravo de la Patagonia.
Por @_fernandocabrera




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