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La línea mediática que intenta borrar la palabra "femicidio" del triple crimen de Florencio Varela

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 29 sept
  • 4 Min. de lectura

El triple crimen de Florencio Varela ya ni siquiera es la noticia más fuerte. Lo trágico y tremendo sigue ahí, pero lo que hoy ocupa el centro de la escena son los medios —tanto locales como nacionales— que, con una liviandad que da bronca, intentan menguar, relativizar o directamente negar que lo que pasó fue un femicidio. Y eso, querido lector de "Santacruz Nuestro Lugar", no es periodismo: es hijoputez o complicidad, para ser más suaves.

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Sin vueltas: hablar de “crimen” cuando lo que hubo fue tortura, selección por género y asesinato, no es un ejercicio neutral, es una operación ideológica. Negar que lo ocurrido en Florencio Varela constituye un femicidio —o al menos pretender reducir la definición solo a relaciones íntimas— es empobrecer el lenguaje público y, peor aún, empujar a la impunidad. Las evidencias forenses, el contexto criminal y la propia normativa y doctrina que define el femicidio señalan en otra dirección.


Para arrancar, hay que dejar claro qué es un femicidio. No es cualquier homicidio de una mujer. Las definiciones aceptadas por organismos internacionales y protocolos nacionales son claras: se trata de la muerte violenta de mujeres por razones de género, ya sea dentro de la familia, en la comunidad o en otros contextos —incluso cuando el agresor no tenía un vínculo íntimo con la víctima—. Esa ampliación existe para visibilizar cómo el patriarcado mata: el femicidio puede ser íntimo, pero también puede ser social, comunitario o instrumental. Y en el caso de Florencio Varela, todo encaja.


Encima, la forma del crimen habla sola. Las autopsias y la investigación en Florencio Varela describen signos de tortura, mutilaciones y una violencia sistemática previa a la muerte. Las pibas fueron engañadas, llevadas a una vivienda donde se consumó la tortura y el homicidio. Todo indica que hubo una intención de humillar y anular su condición de mujeres y de jóvenes. Esa organización, esa ritualización de la violencia y la deliberada exposición pública —registrada en informes y notas— remiten a una violencia motivada por desprecio de género y por necesidad de imponer terror: señales que encajan directo en la definición de femicidio según los protocolos de investigación.


A esto se suma que “narco” no excluye género. Algunos medios y opinólogos truchos intentan instalar la idea de que esto fue solo “violencia narco”. Como si una cosa borrara la otra. Falsa disyuntiva total. Las investigaciones sobre femicidios no íntimos —cometidos por terceros sin vínculo afectivo— muestran que las lógicas del narcotráfico (venganzas, humillaciones públicas, control territorial con terror) usan al cuerpo femenino como herramienta simbólica: atacar a una mujer para mandar un mensaje o castigar dentro de la banda. Y esa instrumentalización es femicidio. Así lo dicen fiscales y observatorios especializados.


Por si fuera poco, si compramos el verso de la negación, las consecuencias son fuleras: revictimizar a las familias, invisibilizar patrones estructurales, diluir medidas de reparación y debilitar la respuesta del Estado (investigación, prevención, recursos). En un contexto donde ya hay sectores empujando a reducir protecciones legales, el retroceso discursivo de la prensa funciona como combustible para el retroceso real. Los datos de observatorios y registros oficiales son tajantes: sin nombrar bien el fenómeno, no se puede combatir.


Además, jurisprudencia y ejemplos sobran. En la región y en Argentina ya hay fallos que reconocen femicidios no íntimos: asesinatos cometidos por redes criminales, agentes del Estado o terceros en dinámicas delictivas. Todos pueden y deben ser investigados con perspectiva de género cuando se demuestra motivación o uso simbólico del cuerpo femenino. El Protocolo de UFEM y organismos multilaterales insisten en algo que parece de manual: la forma y el contexto del ataque son clave para calificarlo.


En definitiva, nombrar mal es ser cómplice. Llamar “crimen” sin adjetivo cuando hubo tortura, selección por ser mujeres y un uso del cuerpo para mensajear violencia pública, no es neutral: es ser parte del problema. Los medios provinciales y nacionales que hoy se apuran a despegar el término femicidio del caso de Florencio Varela deberían preguntarse si su prioridad es la precisión informativa o la defensa de un relato machista que necesita negar. Porque cuando no nombramos con la contundencia que corresponde, le estamos cortando las piernas a cualquier política de prevención. La exigencia es clara: prensa, justicia y Estado deben actuar bajo las definiciones técnicas y el mandato de los organismos de derechos humanos. Investigar con perspectiva de género, tipificar cuando toca y no permitir que la excusa “narco” tape la violencia sexista.


Al fin y al cabo, que no nos roben la palabra. Defender la categoría de femicidio no es un capricho ni un gesto semántico: es la herramienta que las víctimas y sus familias necesitan para que la respuesta sea proporcional al horror. Si los hechos demuestran que fueron asesinadas por razones ligadas al género —no como un daño colateral, sino como parte central del mensaje de violencia—, la prensa responsable tiene que decirlo y la justicia tiene que calificarlo así. Ni una vez más el vocabulario que nombra el crimen puede quedar al servicio de la negación.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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