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La noche que Charly García despelotó Río Gallegos

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 23 abr
  • 3 Min. de lectura

Corría el 2004 y yo recién me había venido a vivir a Río Gallegos. Aún estaba aterrizando en esta ciudad donde el viento te saluda más que la gente. Vivía con quien entonces era mi esposa y mi hijo, que tenía apenas dos años, en una pequeña casa sobre la calle Corrientes, casi Zapiola. No conocía a nadie, salvo al almacenero de enfrente, del negocio “El Pinche”, y a un vecino que me cruzaba cada tanto cuando iba a comprar pan, leche o un paquete de yerba.

El tipo (mí vecino) era nacido y criado en Gallegos, un flaco de treinta y pico años de edad, callado, medio seco, pero con pinta de buena gente. Cada vez que nos cruzábamos en el almacén, me tiraba alguna frase como “esto es un embole, hermano” o “acá nunca pasa nada, salvo el viento”. El chabón parecía convencido de que Gallegos estaba condenado a la rutina del silencio y la polvareda. Yo no decía mucho, apenas lo escuchaba y le daba la razón, porque todavía me sentía medio colado en esta tierra que no terminaba de abrazarme.


La noche del 31 de octubre salí a comprar algo a "El Pinche". Cruzando la calle, me lo vuelvo a encontrar. Me tira otra vez la misma: “Acá todo es viento y embole, loco. Nunca pasa nada.” Le devolví una media sonrisa, como diciendo “y bueno… capaz algún día pasa algo”. Volví a casa, cené con mi mujer y mi hijo y nos acostamos a dormir.


Al día siguiente, como de costumbre, me fui a buscar el diario. Todavía existía Prensa Libre, ese periódico impreso con olor a tinta fresca y papel áspero que no podías abrir y cerrar sin mancharte de tinta los dedos. Lo compré y, cuando vi la tapa, casi se me cae el mate: Charly García había tocado en Río Gallegos. ¡Charly, el mismísimo, el bigote bicolor, el loco bardero del rock nacional! Acá, en esta ciudad que mi vecino juraba que era todo viento y embole.

El ex Sui Géneris había hecho de las suyas en el Boxing Club. Tocó, puteó, se peleó con la técnica, volvió al escenario, se subió a un bafle iluminado de azul como si fuese un profeta eléctrico. Y después se fue con su banda a un pub –La Cabaña del Tío Tom– y siguieron tocando hasta que amaneció. Beatles, Stones, y magia derramada cómo whisky rancio sobre el suelo riogalleguense. Una postal digna de no creerse.


Y yo… yo me había ido a dormir temprano. Me lo perdí por creerle siempre a mi vecino.


Todavía me acuerdo la mezcla de risa e indignación que sentí. ¿Cómo puede ser que justo cuando él decía que no pasaba nada, pasaba todo? Desde ese día, no volví a tomar tan en serio eso de que “en Gallegos no pasa nada”. Porque cuando pasa, pasa todo junto. Y si no lo agarrás, te jodés.


Hoy, veintiún años después, cada vez que paso por Corrientes y Zapiola, o cuando entro a "El Pinche" –que todavía sigue ahí–, me acuerdo de ese vecino boludón y de esa noche que me dormí temprano. Me acuerdo de lo cerca que estuvo la historia, el mito, el bardo del rock nacional mientras yo, a unas pocas cuadras, dormía temprano porque aquí no pasaba nada y todo era viento y embole.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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