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La primera feminista del mundo

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 26 abr
  • 2 Min. de lectura

A veces siento que escribo hasta cuando duermo. Desde que arranca el día, estoy clavado al teclado, mate en mano, dándole sin parar. Ser ghost writer es así: vivir escribiendo para otros, firmando en invisible, armando textos como trajes a medida.

Hoy, como tantas veces, también me toca remarla con una tesis. No me quejo, eh. En este laburo aprendés rápido que no elegís lo que escribís: un día te sale una carta de amor, otro una tesis universitaria sobre un tema que ni te va ni te viene. Es así, garpa las cuentas.


La cosa es que hoy me cae un mensaje, como siempre, por intermediarios que no voy a nombrar —no doy nombres de clientes ni de fuentes, eso es ley en este oficio—. Un pibe estudiante avanzado de Letras, desde Buenos Aires, me pide si le puedo escribir una tesis sobre "algún tema medieval disruptivo". El pedido ya de por sí era raro, pero lo que me dejó helado fue cuando me confesó que no conocía ni un autor medieval que fuera disruptivo.


Así que agarré el celu, me cebé otro mate y le mandé: "¿Te suena Christine de Pizan?"

Tardó un rato en contestar. Cuando lo hizo, fue con un seco "No, ni idea."


Entonces le tiré la posta: que Christine fue la primera mina en vivir de la escritura en Europa, que en la Baja Edad Media (s. XV) se plantó contra todos los tipos que hablaban pestes de las mujeres, que en 1405 escribió "La ciudad de las damas", un librazo donde armaba una ciudad imaginaria habitada solo por mujeres piolas, valientes, cultas, de esas que rompían todos los moldes.


Del otro lado, el chabón quedó flasheado. No podía creer que en la facultad jamás le hubieran nombrado a semejante genia. Y yo, mientras seguía cebándome mates y tipeando a las chapas, pensaba: ¿cómo puede ser que a esta altura sigan escondiendo a Christine de Pizan en los programas de estudio? ¿Cómo puede ser que todavía tan poca gente la june?


Escribir sobre ella, aunque sea por encargo, aunque la firma sea de otro, me hace sentir que algo del olvido se resiste a través de mis dedos.

En unas cuatro horas le mando el archivo. Otro cliente contento. Otro pedacito de historia que, aunque sea por un rato, volvió a respirar.


Mientras tanto, yo sigo acá, en Río Gallegos: entrándole al teclado como Romeo Santos al helio.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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