La vez que Chomicz tocó con Luca Prodan
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- 14 abr
- 6 Min. de lectura

El otro día voy a visitar a Fernando Desmonts, viejo amigo ya entrevistado para esta columna. Apenas nos sentamos a charlar, me tira:
—¿En qué andás, che?
Yo, con una sonrisa cómplice y ese gustito de estar por largar algo bueno, le contesto:
—Estoy detrás de otro mito urbano… quiero despejar un misterio.
Le cuento que lo estoy rastreando a Luis Chomicz, nuestro músico legendario. Lo único que tengo es que vive cerca del museo Amigos del Tren.
Fernando ni se inmuta. Mientras empieza a armar un tabaco, como si me largara el pronóstico del tiempo, me dice:
—Hacé una cosa: andá cualquier día de la semana, tipo 19 hs., a la calle Mendoza. Seguro lo cruzás caminando.
Y así fue. Este finde, todavía medio escéptico de la puntería de Desmonts, me mando. A la hora justa, montado en mi bici, encaro por Avellaneda. Al llegar a la esquina con Mendoza, justo cuando estoy por doblar hacia la ría, lo veo caminando tranquilo, sin apuro. Es él ¡Luis Chomicz!
—¡Hijo de mil! —Susurro, sorprendido por la precisión quirúrgica de mi amigo Desmonts, mientras me orillo y clavo los frenos.
Luis se acerca, me mira, lo miro, me presento como cronista de "Santa Cruz, nuestro lugar". Nos damos la mano. Le comento que quiero entrevistarlo y me suelta un “cómo no” con mucha cordialidad.
Caminamos unos metros por Mendoza. Me cuenta que su gran amor es el jazz, y que simpatiza por River Plate, pero sin fanatismo denso. Ya me cae bien. Porque, a decir verdad, yo también soy simpatizante, sin fanatismo denso, de Boca Juniors.
Al rato cruzamos el pasaje A. Wild, doblamos por Pellegrini, y llegamos a una casa color lila. La suya. Sin cortar la charla, entramos. Conozco a Chichín, su perro. Me invita a sentarme y, de forma natural, detono el grabador del celu.
Ahí arranca con la historia de cuando se va de esta ciudad.
—A mis 23 años abandono Río Gallegos después de la muerte de mi viejo. Fue de un infarto, así nomás, en el sillón, después del laburo. Se sentó, y chau. Quedé hecho pelota. Nunca lo esperé. Me hizo hacer una retrospectiva: vi que mi viejo nunca fue feliz. Laburó toda la vida y murió laburando. Entonces me dije: Yo no voy a ser como él. Yo quiero ser feliz. Quiero conocer el mundo. Quiero todo lo que él no hizo.
Con el ceño fruncido, completamente sumido en sus recuerdos, sigue:
—Mi viejo, antes de morir, ya me lo decía: “Para ser artista hay que tener condiciones”. Me lo repetía todos los días. Yo tocaba la guitarra solo, en mi pieza, y él me abría la puerta y me lo tiraba así. Yo me enojaba, claro. Pero con los años entendí. Tenía razón. Me faltaban cosas. Y salí a buscarlas. Me llevó más de veinte años. Viajé por todos lados hasta entender lo que me quería decir. Así que, después de su muerte, me voy. Salgo de Río Gallegos en un camión, con el saxo y una decisión tomada. Empezaba el viaje. Primero Rosario, después Buenos Aires. Eso fue en el ‘78, el año del Mundial. Me acuerdo bien por eso. Siempre me ubico por hechos históricos. Desde ahí, el camino me lleva: Chile, Suecia, Europa, Bélgica, Irlanda, Escocia, y Francia. Pero todo empieza esa tarde, cuando mi viejo se va para siempre.
En ese momento, decido ir al hueso y hacerle la pregunta por la que vine:
—Y en su paso por Buenos Aires —le digo—, ¿cómo es que llega a tocar con Sumo?
—En ese ambiente under nos conocíamos todos —empieza—. Un día, un pibe al que le decíamos “Mota”, y era sesionista de trompeta, me viene a ver. Yo estaba estudiando música, leía partituras, y él quería aprender algo de lectura. Caía cada tanto con la trompeta. Yo siempre estaba con el instrumento, porque vivía con músicos del conservatorio López Buchardo, el mejor de Latinoamérica. Como tenían disciplina, me venía al pelo. Se levantaban temprano, estudiaban, y yo también. La cosa es que "Mota", que se movía en la escena del rock, se codeaba con tipos como Charly García, o Miguel Abuelo. Un día me dice sin vueltas: “Luis, Luca quiere conocerte”. “¿Quién es Luca?”, le digo. “El que canta en Sumo”, me responde.
Luis ya lo había visto nombrado en algunas revistas, seguramente en notas firmadas por Pettinato. Lo que no sabía era que Luca ya lo había escuchado en uno de esos recitales under donde, con suerte, iban cincuenta personas.
Y permitime, lector de "Santa Cruz nuestro lugar", hacer aquí un paréntesis. Porque en ese instante, mientras escucho a Luis, me asalta un recuerdo. Como melómano que soy, hace ya varios años yo solía ir al atardecer a la ría con mi Discman y poner su CD "Fuego Sagrado". Pensé en contárselo, pero me pareció ridículo. ¿Cómo explicarle que con su música de fondo, los ocasos encendidos en el agua calma no eran sólo un paisaje, sino un altar natural, donde su arte se volvía plegaria, fuego y memoria?
La tapa del disco siempre me impactó. Ese cielo rojo, casi incendiado, reflejado en la ría vacía, me parece una señal. Como si el fuego no estuviera solo en el título, ni en las notas, sino en la atmósfera. Un fuego antiguo, de esos que no queman pero transforman. Como los que usaban los pueblos originarios en sus rogativas.
Y no es casual. Su música fusiona jazz, folklore, música étnica y una suerte de viento introspectivo. No obedece a géneros: responde a una búsqueda.
Luis Chomicz no compone canciones: construye rituales sonoros. Con guitarras, vientos, charangos, efectos y percusiones que parecen venir de otro mundo —o quizás de uno anterior—, crea una geografía donde se cruzan mitos tehuelches, la cosmovisión mapuche y el espíritu agreste de la Patagonia profunda. Cada tema lleva nombre de ceremonia, de entidad o paisaje. No se oyen: se atraviesan.
A veces me dan ganas de repetir ese experimento. Ir a la ría, al borde del silencio, y poner "Fuego Sagrado" como quien enciende una fogata. Pero ahora, en medio de la charla, no me animo a contárselo. Me lo guardo. Y cuando mi cabeza vuelve a la realidad, ya Luis está más avanzado, en la parte más jugosa de su relato:
—"Mota" vuelve a aparecer y me dice: “Luca te invita a tocar el sábado en "Jazz and Pop". Queda por Chacabuco y Rivadavia. Entonces voy. Con suerte habrían unos cuantos gatos locos. Pero esa noche llego, tipo siete, y veo una fila larguísima que doblaba la esquina. Entro y me dicen: “¡Vienen a vernos a nosotros!” No lo podía creer. ¡Eran como trescientos! Nos apretaron a todos. Me pusieron en una parte del escenario semejante a un descanso de escalera. Yo estaba filoso, tocaba mucho. Entraba rápido en clima. Pero ahí arrancó el cortocircuito con Pettinato. Apenas nos miramos, ya chocamos. Yo tocaba de oído, hacía frases. Pero él no quería que suene mi cable. Quería ser el protagonista. Me apagaba. Yo lo volvía a enchufar. Él me lo sacaba. Hasta que, de arriba, escucho a Luca: “¡Chomicz!”, me grita. Luca estaba en un pequeño palco hecho para él. Así que subí y me dio su propio micrófono. El mejor. Yo agrandado. Empiezo a tocar. Se viene un aplauso tremendo. Cuando termina el recital, ya con el caño en la mano, salgo a la calle. A mitad de cuadra, me alcanza Luca. Se sienta conmigo en la vereda y me dice: “Luis, para mí, vos sos el mejor saxofonista. Pero tenemos que hacerle caso a Petti, porque él pone la guita. Si no, yo no tengo laburo. así entendí que el caprichoso Pettinato tenía el poder. Incluso sobre Mollo. "No te preocupés", le dije. "Yo vine de viaje. Toco acá, toco allá". Y nos dimos un abrazo. Y cada uno siguió su camino.
Cuando apago el grabador de mi Android, me quedo en silencio unos segundos. Chomicz se levanta, va hasta la cocina, prepara un mate. Yo lo observo, sin decir nada, pero por dentro algo se acomoda. Pienso que hay personas que no sólo tocan instrumentos: levantan altares. No con piedras, ni con madera, sino con notas, silencios, respiraciones. Luis es uno de esos. Su vida entera, con sus rutas, pérdidas y hallazgos, parece haber sido un largo conjuro para que su música pudiera existir. Y cuando suena, no suena él solo: suenan los ancestros, el viento, la ría, los duelos. Siento que vine a buscar un mito urbano y me encontré con algo más raro todavía: un hombre que forjó su destino a fuerza de soplidos, de viajes, de coraje. Un chamán del sonido, en pleno corazón de la Patagonia.
Por @_fernandocabrera
Comments