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La voluntad de poder y la ofensiva neoliberal en Argentina

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 2 jul
  • 3 Min. de lectura

Por estos días, la Argentina presencia un fenómeno político que va mucho más allá del quilombo judicial o de las especulaciones electorales: estamos viendo cómo se reactiva una vieja maquinaria de poder que, agazapada y con perfil bajo, se mueve como pez en el agua dentro de las estructuras corporativas, empresariales y mediáticas. Y lo hace con una lógica que, aunque no se reconozca abiertamente, es profundamente filosófica. Después de la condena a Cristina Fernández de Kirchner —un fallo cuya legitimidad es más que discutible—, la derecha no se queda de brazos cruzados ni se limita a brindar con champagne. Se lanza, como siempre, a copar la parada.

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Este impulso, ojo, no es ninguna novedad. Friedrich Nietzsche, en "La voluntad de poder", ya había tirado la posta: lo viviente no se banca quedarse quieto, necesita expandir su espacio vital o se muere. Y la política, que no es otra cosa que una disputa constante de fuerzas, también funciona así. La derecha argenta —que ahora se disfraza de “liberalismo moderno” pero sigue teniendo como laderos a los mismos de siempre: el poder económico concentrado, la Sociedad Rural, las cámaras empresariales y los medios hegemónicos— no está buscando “recuperar” el país. Está yendo por todo. Acá no hay romanticismo, hay hambre de poder.


Heidegger, otro filósofo de alto vuelo, también lo supo leer: el ser, para mantenerse en pie, tiene que moverse, devenir, hacerse presente. En el campo del poder, eso significa estar al pie del cañón, hacer jugadas todo el tiempo, operar, marcar territorio. Lo que no se mueve, se pudre. Y la derecha argentina a esta lección la aprendió de memoria. Lo que antes eran manotazos aislados hoy está articulado en un proyecto político a largo plazo: disciplinar a la sociedad, romper con toda forma de resistencia popular, cortar lazos solidarios y transformar lo común en mercancía.


Lo de Milei no es solo un delirio libertario salido de Twitter o un acting televisivo. Es apenas la cara visible de una voluntad más profunda. No se trata simplemente de achicar el Estado, sino de reconfigurar el sentido mismo de la vida en comunidad. La privatización no es solo de empresas, sino de lo simbólico, de los vínculos, de lo que soñamos como posible. El ajuste no se mide solo en recortes presupuestarios: es una poda al deseo, una pedagogía de la resignación. Te quieren convencer de que lo mejor que podés hacer es agachar la cabeza y agradecer que todavía tenés algo para morfar.


Así, el capitalismo criollo, en su versión más salvaje, vuelve a la cancha con una narrativa nietzscheana dada vuelta: no se reconoce como voluntad de poder, pero no para de avanzar. No dice que va por todo, pero va. El lawfare contra el kirchnerismo —que tuvo en la condena a Cristina su clímax por ahora— no busca cerrar un capítulo. Busca dejar fuera de juego a cualquier proyecto popular, sin chances de volver, sin adversarios reales, sin futuro para quienes todavía creen en otra Argentina posible.


En este contexto, la izquierda y los movimientos populares no se pueden dormir. La batalla no es sólo contra un gobierno de turno, sino contra una forma de vida que se quiere imponer como única. Resistir ya no alcanza. Hay que construir otra voluntad, otra fuerza vital: no para copar el poder por el poder mismo, sino para crear comunidad, justicia, esperanza. Hay que meterle para adelante con un horizonte, porque si nos resignamos a este presente, nos terminan llevando puestos. Y sin futuro, ya lo dijo Nietzsche, se muere.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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