Los Tehuelches santacruceños que fueron expuestos en una feria de EE.UU
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 30 jul
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1904, Missouri, Estados Unidos. Un circo imperial disfrazado de “feria mundial” montado a todo culo en Saint Louis. Todo muy civilizado, todo muy moderno, todo muy “miremos lo exótico mientras comemos pochoclo”. Ahí, entre bombitas eléctricas, pasacalles del "progreso" y chirimbolos industriales, metieron como si nada a nuestros hermanos tehuelches, como si fueran parte del decorado. Una atracción más. Como el stand de los helados, pero con personas de verdad.

Siete eran: Bonifacio, Sinchel, Lorenza, Guiga, Kolojo, Casimiro y el cacique Gechico. Siete almas que fueron llevadas a ese zoológico humano para que los gringos los miraran raro y comentaran: “ah, mirá lo atrasados que están estos”. Una postal del racismo bien empaquetado. Los presentaban como “gigantes patagones”, casi como si fueran animales mitológicos. Y mientras ellos trataban de reconstruir su mundo con toldos de cuero, boleadoras, perros y chiripás, el resto los miraba como si fueran parte de una jodida obra de teatro.
¿Quién los llevó? William McGee, un antropólogo yanqui que vino a hacernos el favor de exponer nuestra “diversidad cultural” al mundo. El tipo no se vino solo: tenía todo cocinado con funcionarios argentinos, como Vicente Cané, que firmó el contrato por cuatro mil dólares. Juan Wohlers, un comerciante de Río Gallegos, hizo de intérprete. Todo muy prolijito. Subieron al vapor Celtic, cruzaron el Atlántico, pisaron Liverpool, y de ahí a Nueva York. Catorce de abril, ya estaban instalando el toldo en el predio de la feria, como si nada.
¡Una locura! Y nosotros como país, chochos, colaborando en la función, sin una pizca de vergüenza. ¡Los usamos de souvenir étnico! Como si fueran figuritas coleccionables para mostrar en ferias internacionales. Un país que se jacta de “blanco, europeo y civilizado”, siempre escondiendo la mugre bajo la alfombra. ¿Y los tehuelches? De exposición. Como piezas de museo, como objetos. ¿Y sabés qué es lo más indignante? ¡Que lo seguimos naturalizando!
Durante la feria, la que sacó las fotos fue Jessie Tarbox Beals, la primera fotógrafa de prensa de EE.UU. Gracias a ella, hoy podemos ver esas imágenes que se conservan en el Field Museum de Chicago. Sí, en Chicago, no acá. Porque acá no guardamos ni un mísero archivo. Tuvo que venir Geraldine Gluzman, una investigadora del CONICET, a rearmar todo el rompecabezas gracias a una beca del museo yanqui. ¡Una vergüenza nacional, loco!
La feria fue una pasarela de racismo planificado: más de 50 pueblos originarios de todo el mundo enjaulados para el deleite del público. Zulúes, inuit, pigmeos, apaches, todos puestos ahí como si fueran muñecos vivientes. Y nosotros, Argentina, orgullosos de mostrar “lo autóctono” mientras le vendíamos vacas y trigo a los norteamericanos. Un espanto.
Y cuando se terminó el show, los nuestros no vieron la hora de tomarse el palo. Según McGee, “como ningún otro grupo, los tehuelches se sacudieron con tanta alegría el polvo de la exposición de sus pies cuando terminó el plazo del acuerdo”. ¡Y sí, hermano! ¿Cómo no iban a estar hartos? Si los trataron como atracciones.
Hoy se sabe que el cacique Gechico murió en el mar durante el viaje de vuelta. Nunca más volvió a pisar su tierra.
El resto llegó a La Plata, donde los pescó Lehmann-Nitsche, un etnólogo alemán, y les sacó fotos, grabó sus cantos y los estudió como si fueran bichos raros. Después, recién ahí, pudieron volver al sur. A su vida. A su silencio, en donde también los ignoramos olímpicamente. Ni un homenaje, ni una puta calle, ni un acto en la escuela. Nada. Los enterramos en el olvido, como siempre.
Encima, mientras pasaba todo eso en Estados Unidos, acá los tehuelches ya venían siendo ninguneados. En Río Gallegos, por ejemplo, les hacían dormir en la orilla porque no podían acampar en el pueblo. ¡En su propio territorio! ¡Un delirio total! Como si molestaran con solo existir.
Hoy, más de un siglo después, sus descendientes siguen aquí, aguantando la que venga. Invisibilizados, resistiendo en silencio. Pero vivos. Porque no se extinguieron, como algunos quieren hacer creer. Están. Y mientras tanto, nosotros seguimos construyendo la identidad nacional sin ellos. Como si no fueran parte de esta tierra desde antes que cualquier bandera flameara en el sur.
Entonces, la próxima vez que algún pelotudo hable del “orgullo argentino”, mostrále esta columna de "Santa Cruz nuestro lugar". Porque el orgullo también es hacerse cargo de las cagadas. De haber mandado a siete personas a ser observadas como fenómenos. De haber sido cómplices de un acto racista y deshumanizante que ni siquiera está en los manuales de historia.
No hay memoria sin vergüenza, y no hay futuro sin esa memoria bien clavada. Así que a no olvidarse más de los nuestros, carajo.
Por @_fernandocabrera


















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