Paseando con mi "futura ex" por la Laguna Ortiz
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- 12 may
- 3 Min. de lectura
Ayer, el domingo se calzó su mejor sonrisa y salió a lucirse. Un sol redondo y cálido nos esperaba en la Laguna Ortiz. Y ahí fuimos, caminando como si estuviéramos en una peli francesa pero con mate en vez de vino, y con la tensión flotando como alga en agua quieta.

Mi novia —a la que, por estos días, llamo "mi futura ex" con una mezcla de ternura y resignación— venía a mi lado, con esa forma tan suya de caminar como si siempre estuviera a punto de decirme algo que me va a romper las pelotas. Mientras bordeábamos la pista, vimos que en el muelle había un movimiento raro: telescopios, binoculares, folletitos y unos cuantos entusiastas en modo turismo ornitológico. Resulta que la Agencia Ambiental y la Secretaría de Turismo andaban de festejo: Día Internacional de las Aves Migratorias. El municipio había montado toda una movida de concientización y avistaje en la laguna, que dicho sea de paso, quedó lindísima con los últimos arreglitos. Todo muy educativo y muy lindo.
Yo, como siempre, metí la cuchara:
—Qué curioso, ¿no? Los humanos mirando aves como si fueran seres de otro planeta.
Ella me miró de reojo, sabiendo que se venía alguna de las mías.
—¿Y cómo debería ser la cosa, según vos? —tiró, con ese tonito entre fastidio y expectativa.
—Qué sé yo… Capaz estaría bueno hacer avistaje humano —le dije, medio en chiste, medio en filósofo borracho de El Canelo—. Observarnos más entre nosotros. Tener la capacidad de ver al otro sin querer entenderlo del todo, pero sí con ganas de empatizar. Capaz ahí empezaríamos a cuidar un poco más el medioambiente y a nosotros mismos.
Ella frunció la boca y se acomodó el pelo como quien carga el arma antes de disparar.
—No estoy de acuerdo.
Y ahí empezó el bla bla blá... Que si no todo es tan simple, que si yo siempre generalizo, que si qué me creo, que si hablo mucho y escucho poco.
Y después tiró el misil certero al centro del corazón de este redactor y de los queridos lectores de este medio:
—¡Y además me embola soberanamente que todo lo que te pasa en la vida lo publiqués en tu columna de “Santa Cruz nuestro lugar”! ¡Todo! Como si estar conmigo fuera una especie de reality literario.
Yo atiné a decirle que exageraba, pero ya era tarde. Cuando dice “soberanamente” es porque no hay vuelta atrás en su enojo.
Mientras seguíamos caminando, con el murmullo del viento fresquito, me vino Lacan a la cabeza. Porque el tipo la tenía clara, aunque fuera un bardo leerlo. Decía que los desastres del amor nacen de esa creencia boluda de que dos tienen que hacerse uno. ¿Pero quién carajo sabe realmente quién es el otro? ¿Y quién te dice que el otro te conoce a vos? Nadie. Y sin embargo, nos mandamos igual, como quien cruza una calle sin mirar.
Cada uno anda buscando en el otro eso que su cabeza loca inventó. Lo malo es que a veces lo encuentra. Y ahí es cuando se arma el quilombo. Porque el amor no es destino, es accidente. Un accidente hermoso, sí, pero accidente al fin.
¿Y sabés qué? Las reglas del juego del amor no vienen en un manual. Hay que inventarlas todo el tiempo. No existe el “amor perfecto” o el "alma gemela", porque cuando parece que dos se entienden completamente, es porque uno ya se borró a sí mismo para encajar en el otro. Y eso, aunque parezca romántico, es tristísimo.
Lo que vale, lo que realmente vale, es cuando dos se animan a ser cada uno con su forma de gozar, su idioma, su locura. Esos amores que no se comen al otro, sino que lo miran —como esos del muelle miraban a las aves—, con atención, con distancia justa, con respeto por el vuelo ajeno.
Así que ahí estábamos, caminando en círculos alrededor del agua, como hacen los patos cuando buscan algo que no saben si está. No sé cuánto nos queda, ni si el próximo domingo lo vamos a pasar juntos. Pero hoy, al menos, compartimos sol, mate, una buena discusión de mierda, y ese silencio incómodo que a veces es lo más honesto que uno puede dar.
Y mientras mi "futura ex" miraba las aves con el ceño fruncido e ignorándome, yo pensé que tal vez el amor no sea otra cosa que eso: dos personas tratando de no arruinarse la vida mutuamente… aunque no siempre lo logren.
—Igual te amo, pelotudo de mierda —susurró, embrocada.
—Y yo también te amo, forra hija de mil—le dije sonriente.
Por @_fernandocabrera
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