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Plata dulce y espejitos de colores: cuando invertir en YPF se vuelve una trampa para el laburante

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 23 may
  • 2 Min. de lectura

El año pasado, con ese clima de mierda que fue el 2024, se puso de moda una especie de fiebre inversionista entre quienes nunca habían puesto un peso en la bolsa. “Comprá YPF”, decían algunas apps que se disfrazaban de amigables y seguras, como si te estuvieran invitando a tomarte una birra en vez de jugarte los ahorros de toda tu vida. En redes, en los grupos de WhatsApp, en las sobremesas de domingo, se multiplicaban los gurúes del "comprá porque Pepe vuela".

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Me contaba un conocido que no tiene mucha idea de finanzas, pero que sí había logrado juntar unos mil dólares a fuerza de deslomarse, de laburar de verdad que un día, influenciado por un amigo, se metió en una de estas apps, de esas que te lo pintan como la gran jugada: que la acción, que la reactivación, que la patria energética… y puso todo ahí. El tipo no sabía ni qué era un bono, pero el amigo le aseguraba que era la gran inversión del país, que YPF iba a explotar.


Hoy, esos mil dólares son seis mil o siete mil… menos. Porque claro, no es magia: cuando se juega sin entender las reglas, el que pierde siempre es el que menos tiene.


Parecía plata dulce. Pero no. Estamos en épocas en que la fantasía del capitalismo financiero se mete por la ventana y te hace pensar que vivir mejor es simplemente hacer plata con plata, sin generar un carajo. Como si crear valor —formar gente, trabajar, inventar, producir— fuese cosa de giles.


Lo que está en juego, más allá del billete, es el esquema de valores que se instala desde arriba: un modelo que premia al que especula y castiga al que se rompe el lomo. Un país donde parecer millonario importa más que ser honesto. Donde los medios te venden la historia de fulano que "invirtió bien" y se llenó, sin contar que atrás hay una legión de personas comunes que perdieron lo poco que tenían.


Porque no todos somos Elon Musk ni los ocho dueños del mundo. El resto, la mayoría, somos normales. Laburantes. Y el relato de la inversión mágica, de las apps salvadoras, del capitalismo express, nos deja siempre del lado de los que pagan los platos rotos.


Tal vez haya que volver a preguntarse para quién es el progreso en este país. Porque si el mensaje es que lo único que importa es multiplicar la guita sin laburar, vamos rumbo a una sociedad de garcas aspiracionales donde crear, enseñar, cuidar o construir ya no vale un joraca.


Y la Argentina que se construye desde ahí no es ni grande ni libre. Apenas es triste.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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