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Popper: La imborrable huella de sangre en la Patagonia

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 28 ene
  • 2 Min. de lectura

En la última década del siglo XIX, Julius Popper, un ingeniero rumano nacido en 1857 en Bucarest, arribó a la Argentina y dejó una marca imborrable en la historia de Tierra del Fuego.

Su paso por este remoto territorio, impulsado por la fiebre del oro, estuvo cargado de avances tecnológicos, ambición desmedida y episodios de violencia que, como un trauma, aún perduran en la memoria colectiva.


Popper llegó a Buenos Aires en 1885, tras haber trabajado en Egipto, Alaska y Brasil, donde perfeccionó sus conocimientos en minería e ingeniería. En 1886, motivado por relatos de grandes riquezas en Tierra del Fuego, organizó una expedición hacia el sur. Su llegada a la bahía San Sebastián marcó el inicio de una etapa de explotación intensiva del oro en el extremo austral del continente. Entre 1887 y 1890, estableció campamentos mineros, introduciendo maquinarias modernas que revolucionaron los métodos de extracción en la región.


Sin embargo, el ingeniero no solo buscó dominar la minería, sino también el territorio. Popper creó un ejército privado compuesto por trabajadores armados y disciplinados, que utilizaba para defender sus intereses y controlar la región. Este grupo no solo protegía sus operaciones mineras, sino que también lideraba campañas contra los indígenas selk'nam, a quienes consideraba un obstáculo para su expansión. Estas "cacerías humanas" implicaron la matanza sistemática de cientos de miembros de este pueblo originario, y fueron documentadas en fotografías que él mismo tomó.


En su afán por consolidar su poder, Popper se proclamó prácticamente como una autoridad autónoma en Tierra del Fuego. Mandó acuñar monedas de oro con su nombre y el emblema de sus empresas, un gesto que simbolizaba su intento de establecer un régimen independiente en la región. Estas monedas, conocidas como "los popper", circularon entre sus empleados y se convirtieron en un símbolo de su dominio económico y territorial.


Aunque su influencia parecía imparable, el destino de Popper fue tan fugaz como su ascenso. En 1893, a los 35 años, falleció en Buenos Aires en circunstancias poco claras. La versión oficial atribuye su muerte a un paro cardíaco, aunque algunos rumores señalaron un posible envenenamiento vinculado a las enemistades que generó por su carácter autoritario y su manejo despótico.


Hoy, Julius Popper es una figura polémica. Para algunos, fue un pionero que llevó modernidad a un rincón remoto del mundo; para otros, un símbolo del colonialismo más violento, que arrasó con pueblos originarios en nombre del progreso. Su paso por la Patagonia dejó un legado de avances tecnológicos y riqueza, pero también una mancha imborrable de sangre que sigue cuestionando los límites de la ambición humana.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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