¿Querés saber por qué te volviste más oscuro tomando merca?
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 3 sept
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En una ciudad como Río Gallegos, donde la falopa se mueve como si nada y el consumo está a la orden del día, no podés hacerte el gil. Acá la merca no es un rumor: está en las previas, en los afters, en los boliches, en la esquina del barrio. Y como me vienen rompiendo con la misma pregunta una y otra vez, vuelvo a tocar el tema que ya habíamos charlado en otra columna de "Santa Cruz nuestro lugar". Porque posta, hermano, la fafá no solo te hace mierda el cuerpo: también te va cambiando la bocha, la forma en que tratás a los demás y hasta cómo te ves a vos mismo.

Mirá, querido lector, esta pregunta me la tiraron mil veces en la cara, de distintas formas. ¿Por qué el que le mete a la merluza se pone más narcisista? ¿Por qué se pone más violento? ¿Por qué se vuelve más egoísta? Y la posta, desde la psicobiología, es bastante sencilla: la pala te tuerce la cabeza porque te altera las neuronas, te deja varias apagadas o funcionando como el orto. Y sin un cerebro sano, olvidate de bancar funciones vitales como la empatía, la ternura o la mínima capacidad de ponerte en el lugar del otro.
Vos como humano lógicamente naciste con esa chispa de querer conquistarlo todo, ¿viste? De pibe ya flasheabas que ibas a lograr cualquier cosa. Pero después la vida misma se encargó de mostrarte que no, que no todo se puede, y ahí aprendiste a morfarte las frustraciones. Eso te fue armando la personalidad, te fue marcando qué cosas bancabas y cuáles te daban quilombo.
Ahora, ¿qué pasa cuando te clavás frula? Ahí aparece la trampa: te devuelve esa sensación de omnipotencia, ese “soy invencible, todo es posible, nadie me frena”. Pero es puro humo, porque al mismo tiempo te estás volviendo impotente. Todo lo arriba que subís, es lo abajo que te vas a estrellar después. Y ahí es donde arrancan los consumos compulsivos, las noches interminables, los bajones que te dejan hecho percha.
Y acá viene un tema delicado que siempre me consultan: ¿por qué algunos flacos o minas, siendo héteros, caen en prácticas homosexuales o lésbicas cuando están de gira con la mandanga? Bueno, la explicación tiene dos patas.
La primera es neuroquímica: la cocaína dispara dopamina y serotonina como si fueran fuegos artificiales, y eso inhibe zonas del cerebro que regulan la autopercepción, la vergüenza y la censura social. Dicho mal y pronto: se apaga ese freno interno que te dice “esto no va conmigo”. El circuito de recompensa queda tan prendido fuego que cualquier estímulo que prometa placer —sea cual sea— entra en la jugada.
La segunda es psicodinámica: cuando el raquetazo reactiva esa sensación de omnipotencia, también te conecta con lo reprimido, con lo que venís negando o escondiendo hace rato. En algunos casos, eso se expresa en prácticas sexuales fuera de lo habitual, donde lo prohibido o lo transgresor suma adrenalina al high.
Ojo, esto no significa que la coca “te vuelva gay” ni nada parecido. Lo que hace es desarmar estructuras, borrar límites, y ahí aparecen conductas que en estado sobrio capaz jamás hubieras habilitado. Y de nuevo: cada singularidad es distinta, cada cabeza procesa la droga a su manera.
Lo que sí es seguro es que la merca te cambia, te endurece, te arranca pedazos de vos que capaz ni sabías que estaban ahí. Por eso te ves más oscuro, más jodido, más encerrado en vos mismo. La cocaína no te hace más fuerte: te vende esa ilusión de poder, pero lo único que te devuelve es soledad, paranoia y el vacío de no poder sostener lo que creías que eras. Así que "¡Salí de ahí, Maravilla!".
En definitiva, flaco: la coca te promete el cielo, pero siempre te deja en la mierda.
Por @_fernandocabrera




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