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Río Gallegos y sus tres cementerios entre la niebla

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 16 ago
  • 2 Min. de lectura

Anoche salí a pasear entre la neblina, y por un momento me dio la impresión de que una ciudad vieja, oculta bajo el asfalto, emergía en silencio. Como si las sombras de otro tiempo se dejaran ver apenas entre las luces mortecinas del alumbrado público. Esa sensación de caminar en un lugar que no terminaba de pertenecer al presente me acompañó un buen rato… hasta que me vino a la cabeza una pregunta.

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¿Nunca te pasó que, volviendo a casa de noche por las calles de Río Gallegos, de repente te agarró esa sensación de que alguien te seguía? Y vos, entre curioso y cagado de miedo, miraste sobre tus pasos… y no había nadie. Nadie. Esa impresión, tan cotidiana como inquietante, parece tener raíces más hondas de lo que pensamos.


Porque antes de que la ciudad se plantara como la conocemos hoy, el suelo que pisamos ya guardaba otras historias. Y no precisamente de vecinos tomando mate en la vereda. Allá por 1910, el antiguo cementerio del barrio Belgrano Viejo, con su panteón de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, guardaba más silencio del que cualquier vivo podía aguantar.


De hecho, Río Gallegos llegó a tener tres cementerios. En 1900, el inspector Santiago Bello —mandado por la Dirección Nacional de Tierras y Colonias para revisar cómo venía la entrega de lotes— anotó que había dos camposantos: uno en la manzana 70, justo donde hoy está la calle Raúl Alfonsín, entre Perito Moreno y Munster; y otro en la manzana 256, en el actual Belgrano Viejo, lo que fue zona de frigorífico. Allí vivía don Nazareno Constanzo, cuidador del cementerio, en lo que después se transformaría en el taller de cerámica municipal.


Con el paso de los años, ese cementerio de la manzana 256 se fue quedando chico. La Municipalidad pidió entonces un nuevo terreno “afuera de la ciudad”. Afuera, en aquel entonces, era la prolongación de la calle Tucumán, porque la trama de Gallegos terminaba en Belgrano. Recién en 1924 la planta urbana se estiró hasta Ramón y Cajal. El tercer cementerio abrió en 1918, y ahí sí quedó todo más ordenado… al menos en los papeles.


Lo cierto es que, aunque esos cementerios ya no estén donde estaban, pareciera que sus huellas siguen latiendo bajo la ciudad. Como si cada baldosa escondiera un recuerdo dispuesto a despertarse apenas cae la noche. Y en esas horas de neblina, cuando el alumbrado público se vuelve difuso y el aire se satura de sombras, Gallegos parece respirar distinto, más pesado, más antiguo.


Entonces, viste, cuando de noche sentís que te persiguen y al dar vuelta no hay un alma… capaz no es que estés loco. Capaz son los que alguna vez estuvieron ahí, antes que el asfalto, las luces y nosotros. Porque Gallegos nunca olvida a sus primeros vecinos, y menos entre las noches de niebla, cuando el recuerdo se hace cuerpo y la memoria camina a tu lado, aunque no la veas.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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