¿Sabés a qué clase social pertenecés?
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- hace 2 días
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Hubo un tiempo no tan lejano en que la cosa era clara: si te levantabas con el gallo, te rompías el lomo ocho, diez, doce horas, y a fin de mes apenas te alcanzaba para parar la olla, eras parte de la clase trabajadora.

No hacía falta ningún estudio sociológico para entenderlo. La identidad de clase no se cuestionaba, se vivía. Pero hoy, entre laburos precarizados, contratos basura y sueldos que se van en alquiler y fideos, muchxs siguen creyendo que son “clase media” solo porque tienen WiFi y una notebook vieja que todavía prende.
¿Por qué? Porque en esta sociedad donde todo el mundo quiere parecer normal, nadie quiere admitir que es pobre o que forma parte de la clase trabajadora. ¡Qué raro, che! Parece que la clase obrera se esfumó, como si la hubiera chupado la tierra. Pero no. Sigue ahí, aguantando los trapos, solo que ahora se disfraza de “aspiracional”.
Y claro, el verso está bien armado. Nos hicieron creer que si tenés un celular más o menos decente, podés pagar el abono del gimnasio y te fuiste un finde largo a El Calafate con la promo de cuotas sin interés, ya estás en la clase media. Pero sorpresa: podés tener un título universitario, saber quién es Marx y quién es Dua Lipa, y seguir siendo de clase trabajadora. Porque lo que define tu clase no es lo que sabés ni lo que consumís, sino el hecho de que tenés que seguir vendiendo tu tiempo y tu cuerpo todos los meses para sobrevivir.
Mi abuelo, por ejemplo, era un peón rural. Tenía seis hijos, y se levantaba a las 4 AM a laburar, y no necesitaba que nadie le explique que era parte de la clase obrera. Yo, en cambio, tengo estudios, trabajo frente a una compu, pago el alquiler ¿Clase media? Las pelotas.
Según datos recientes, la clase media en Argentina ha perdido terreno. En la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, la clase media representaba el 49,2% de la población en el primer trimestre de 2023, pero cayó al 37,4% en el mismo período de 2024.
Y si todavía tenés dudas, preguntate esto: ¿podés dejar de laburar mañana mismo sin que se derrumbe tu vida? Si la respuesta es no, bienvenido, sos parte de los nuestros.
El problema es que la meritocracia nos convenció de que si no la pegás es porque no te esforzás lo suficiente. Que si no ascendés es culpa tuya. Y mientras tanto, el que te sirve el café en el hotel de El Calafate a dónde fuiste a caretearla el finde largo tiene dos carreras, habla inglés y cobra una miseria.
La clase obrera no desapareció. Se hizo invisible. Nadie la quiere ver, porque nadie quiere sentirse pobre. Por eso muchos hijos de obreros hoy reniegan del sindicato, de la lucha colectiva, de la izquierda. Prefieren soñar con la casa propia y el auto financiado, aunque sigan siendo rehenes del alquiler y la deuda.
Pero la realidad no se borra con deseos. Te la recuerda los precios en La Anónima, el laburo que no podés dejar, la prepaga que no te alcanza, el sueldo que se achica, la ansiedad constante de no llegar.
Por eso, no hay que olvidar que los derechos laborales que hoy damos por sentados —las vacaciones pagas, la jornada de ocho horas, la licencia por maternidad— se consiguieron con lucha, con sudor, y a veces con sangre.
Así que no seás boludo. No te definás por lo que tenés. Definite por lo que podés perder. Y si no sabés a qué clase social pertenecés, mirá tu cuenta bancaria, tu cuerpo cansado y tu dependencia del laburo. Ahí está la puta respuesta.
Reconocerlo no da vergüenza. Al contrario: es el primer paso para dejar de comernos el verso y empezar a cambiar las cosas. Porque no sos clase media solo porque lo digás. Y porque la dignidad del trabajo no se mide en cuotas, sino en conciencia.
Por @_fernandocabrera
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